Luis Arturo González López entró a Venezuela por las trochas, luego de permanecer un año como migrante en San Gil, en Colombia.
El regreso lo hizo con su novia y un compañero de 24 años.
Los tres son del estado Trujillo. Al llegar al corregimiento colombiano de La Parada, un “trochero” les aconsejó que no pasaran por el puente internacional Simón Bolívar, pues González había extraviado sus documentos de identidad.
“Cruzamos las trochas con algo de miedo”, narró el joven, al tiempo que aseguró que el “guía” les cobró 30 mil pesos por ayudarlos con las maletas y bolsos.
Cuando el hombre dejó su estado andino, apenas contaba con 21 años. “De mi casa salí con mi novia y otros dos compañeros; queríamos aventurar, pues en realidad no la estábamos pasando mal”, relató con una sonrisa que revelaba el sinsabor durante los últimos meses en suelo neogranadino.
“Recogimos café”
Cuando González y su grupo arribaron al municipio San Gil, en el departamento de Santander, no bregó para conseguir empleo. “ A los días ya estábamos recogiendo café”, recalcó.
Los primeros cuatro meses los califica como buenos, ya que, junto a su novia, ganaba a la semana entre 250 y 350 mil pesos, cantidad que les permitía comer bien, vestirse y pagar el alquiler.
Luego, asegura, la situación se fue tornando algo difícil y tuvo que probar en otros escenarios, como el de los restaurantes y el de la construcción.
“Lo más importante es que aprendimos muchas cosas como jóvenes. Lo que sí le puedo asegurar es que regreso para no volver a salir”, manifestó mientras su novia y el compañero soltaban una risa en aprobación a lo que el joven decía.
Vivir con el estigma
Los últimos tres meses en San Gil estuvieron signados por el estigma de ser migrantes venezolanos. “Hubo un grupo que empezó a robar y comenzaron a tratarnos a todos como ladrones”, lamentó.
El joven, de 22 años, no soportó, junto a sus compañeros, lo que tachó como humillaciones. “Fue muy fuerte y por esa razón decidimos regresarnos. Nuestros padres están felices”, dijo.
González y su grupo caminaron varios kilómetros para llegar a la frontera, mientras otros tramos fueron suavizados por los “aventones que les pedimos a los conductores”.
A los tres, lo que más les emociona es que van a volver a abrazar a los suyos, su familia. “No vemos la hora de llegar”, puntualizó González.
Los jóvenes, luego de hidratarse en una bodega de San Antonio, retomaron su camino hacia Trujillo. “Adiós, gracias por todo”, subrayaron. (JM)
Lea más detalles en El Tiempo