A la memoria del profesor Obed Méndez,
quien animó este ensayo.
En 1951 escribió uno de nuestros pocos críticos literarios del interior de Venezuela, el señor Hermann Garmendia, lo que llamó Mapa de una Poesía, un ensayo introductorio que pudo ser más meduloso y extenso, sobre los poetas larenses de los siglos XIX y XX. Afincándose en los críticos de la capital, Luis Correa, entre ellos, califica a nuestros liricos de la provincia como unos inacabados. Más adelante Garmendia los denomina expresión de su ámbito telúrico, mariposas sentimentales, románticos poetas en tono menor, que emplean el romanticismo como una puerta de evasión, casi vírgenes de influencias extranjeras. Ellos son, en orden cronológico: Simón A. Escovar, Gelasio Rivero, Hilario Luna y Luna, Ezequiel Bujanda, los hermanos Bracho de Carora, los cuales adquirieron una cultura fundamental de cepa humanística con aliños de enciclopedismo francés. (La poesía larense, 1951. p. 13).
En otra parte escribe Garmendia, uno de nuestros poquísimos críticos literarios de la provincia, que: Son liricos ocasionales, de vivac, que producían para su ocasión y entorno, no eran ningunos precursores ni innovadores, pues estaban atados a un aislamiento insular, en donde las palpitaciones de la cultura llegaban con sensible retraso, en un tiempo en que las comunicaciones son difíciles, agrega, la difusión de la cultura es lenta:“Si aparecen como marginados en relación con las corrientes literarias de su tiempo -con las más adelantadas-ello tuvo su causa en circunstancias sociológicas bastante conocidas. (Idem, p.14).
Pero bien pronto hubo de producirse un cambio bastante radical en la sensibilidad de nuestros poetas larenses. Así precisará Garmendia que:
Con Roberto Montesinos se hace un alto, para oír una voz nueva, para sentir un aire poético renovado. Cuando Roberto Montesinos publica “La Lámpara Enigmática” -con prólogo de Lisandro Alvarado- una luz honda, de extracción francesa, nutrida de alucinante sustancia poética, hace brusca irrupción proyectando una luz firme en el panorama de nuestra literatura nacional (subrayado nuestro). No se trata de un poeta silvestre, del hombre de la improvisación en el corrillo, sino de un gran señor de las letras, lleno de los más enciclopédicos conocimientos, de un ágil cultura, de naturaleza mercurial, que se desplaza y se mete, como agua por entre las baldosas, por las más variadas parcelas del saber, haciendo su brusca y espontánea aparición a propósito de cualquier tema.
Son pues nuestros modernistas tardíos: Roberto Montesinos, Pío Tamayo los hermanos Losada, quienes al decir de Garmendia: “alcanzan su madurez cuando ya el modernismo de Darío despedía las últimas palomas de su palomar sonoro”. Estos bardos viven en una sociedad muy tradicional, fuertemente estamental y jerárquica como El Tocuyo, poblado colonial fundado en 1545, llamada la Ciudad Madre de Venezuela. Atados a un entorno de sembradíos de caña de azúcar, arquitectura barroca y una mentalidad atada al catolicismo más tradicional de conventos y lecciones de latín, producen sin embargo una literatura radicalmente opuesta a todo lo que desde siglos coloniales se había escrito allí.
Los modernistas tocuyanos -los hermanos Hedilio y Alcides Losada, Pío Tamayo, Ernesto Nordohof, Rafael Guédez, Rafael Elías Rodríguez, y el propio Montesinos -fundarán La Quincena Literaria, que apareció entre 1925 y 1929, animarán el estudio del marxismo en un círculo de iniciados llamado El Tonel de Diógenes, fundado precisamente cuando al otro lado del orbe nacía la Gran Revolución de Octubre de 1917, como la aurora de los nuevos tiempos.
El marxismo de inspiración soviética, la lucha contra el latifundismo y el régimen de J. V. Gómez que ha creado un ambiente de opresión y penuria espiritual los empujará a la acción política, y de tal manera irán a dar con sus huesos a las ergástulas del gomecismo los poetas Hedilio Losada y Pío Tamayo. Allí conseguirán la muerte a muy temprana edad. Son, en este sentido, “los raros” de lo profundo de la provincia venezolana. Guardan, pues, un asombroso parecido a los raros de los cuales había escrito años atrás Rubén Darío en 1896, y en particular al poeta cubano José Martí, muerto en combate por la libertad de su patria.
El 1925 va a ser una fecha muy especial para los efectos de nuestro ensayo histórico-literario, pues resulta una paradoja que en este preciso año aparecerán publicados dos libros contrapuestos. “Ya sabemos, dice Octavio Paz, que las relaciones realmente significativas no son las relaciones de afinidad sino las de oposición.” Tales obras son: Historia Crítica del Modernismo en la Literatura Castellana de Rafael Domingo Silva Uzcátegui publicado en Barcelona, España, en tanto que en Caracas, Venezuela, será impresa La Lámpara Enigmática, del poeta tocuyano, y larense como Silva Uzcátegui, profesor Roberto Montesinos (1887-1956), llamado significativamente “el poeta maldito.”
La Lámpara Enigmática produce un abrupto corte en la sensibilidad poética larense y venezolana. Y lo hace en un momento desolador para la cultura venezolana, “ambiente de opresión y penuria espiritual”, dirá Mariano Picón Salas. El solo hecho de haber sido prologado este poemario por el sabio Lisandro Alvarado, un historiador que convierte a la Psiquiatría en Ciencia auxiliar de la Historia y masón confeso, le da un relieve pocas veces visto a tan significativo poemario. Es Montesinos una suerte de Baudelaire del semiárido venezolano que asombró a sus lectores con un lenguaje agresivamente renovador.
Solo su título provocador insufla sentimientos encontrados y hasta opuestos. Una lámpara es sinónimo de luz y entendimiento. Es un instrumento que desbroza el camino de la episteme. Es el símbolo de la racionalidad moderna. Pero una lámpara enigmática parecerá un contrasentido notorio. Es una lámpara oscura. Con ello pareciera entroncar el poemario de Montesinos con la tradición esotérica hermética, alquímica y teosófica de finales del siglo XIX, presente en la cábala, el tarot y una astrología de trasfondo pitagórico en personajes como Madame Blavastky y el escritor modernista español Ramón del Valle Inclán y su libro La Lámpara Maravillosa. Ejercicios Espirituales. Es una clarísima reacción contra la filosofía positivista escéptica y fuertemente antimetafísica.
Del poemario del escritor tocuyano hemos tomado Los Poemas Malditos. Invitación. (Introducción a los Poemas Malditos), los que encontramos, dice Mariano Picón Salas, ingenuamente satánicos, donde menciona prostitutas, manicomios, medianoches, hostias negras, el cadáver de algún judío ladrón, el Gran Macho cabrío:
“Yo amo la profunda hora de medianoche,
Cuando el Bajísimo hace su saturnal derroche
De pavorosas cosas.
Entonces los truhanes Salen de sus covachas,
lo mismo que los canes,
Y con llaves falsas,
en las calles oscuras,
Sin meter ruido abren honradas cerraduras”.
Y en otro tenebroso lugar del largo poema dirá el bardo tocuyano:
De la absurda hostia negra la maligna receta.
Las brujas la preparan con uñas recortadas
De rígido cadáver de algún judío ladrón.
Es pues clara la influencia de Baudelaire, poeta maldito, quien en Las flores del mal escribe:
Durante una noche junto a una horrible judía,
Como cadáver tendido,
Pensaba al lado de aquel cuerpo vendido,
En esta triste
Belleza de la cual mi deseo se priva.
Silva Uzcátegui no conoció estos poemas de Roberto Montesinos y jamás los hubiera calificado como producto de una mente sana, pues algún mal en el cerebro habría de haber afectado la sensibilidad del poeta tocuyano quien es su paisano larense y venezolano. Mencionar tumbas malditas, antros de vicio, plumas de búho quemadas, aquelarres, palacios trágicos donde viven los locos, las huellas del Enemigo Malo, el Infierno, significan inevitablemente que “es una literatura que no es sana, ni equilibrada, ni robusta; es enfermiza, desequilibrada i afeminada; es anormal, psiquiátrica, erotómana, falsamente mística, que junta lo más sagrado con lo más lascivo…inmoral i determinista.”
Seguramente Silva Uzcátegui conoció la producción lírica del poeta tocuyano tiempo después cuando en su ancianidad visitaba las librerías del centro de Caracas, ciudad a la que se mudó en la década de 1940. Hoy Roberto Montesinos figura como uno de nuestros más importantes líricos de todos los tiempos, muy a pesar de Silva Uzcátegui y Max Nordau, quienes lo hubiesen calificado prontamente de “degenerado”.
Pero no se crea que ambos escritores larenses estaban al tanto de lo que sucedía por aquellos años en Europa. No. Ambos estaban visiblemente retrasados frente a lo que en el arte y la literatura acontecía en Francia, Inglaterra, Alemania e Italia. Y es que ha sido una constante de Hispanoamérica no coincidir o estar a tono con la modernidad. Silva Uzcátegui es un “epígono tardío” de Max Nordau, un hombre del siglo XIX y quien moriría decepcionado del mundo en París en 1926. Y es que nuestro escritor larense optó por el pasado al plegarse servilmente al concepto psiquiátrico de “degenerados” de Nordau y Lombroso, y lo hizo de esa manera puesto que una verdadera crítica literaria no existe en Hispanoamérica. Ello se deberá a que carecemos de movimientos intelectuales originales, tal como ha sostenido Octavio Paz.
La lámpara enigmática, por su parte, se publicó cuando las vanguardias artísticas y literarias más notables del siglo XX hacían su espectacular aparición o eran ya cuestión del pasado. El cubismo y el expresionismo alemán lo hicieron en 1905, el dadaísmo en 1916, los poetas ultraístas en 1919, y el surrealismo de Breton y sus secuaces un año antes de la publicación del poemario de Montesinos, esto es, en 1924.Destaquemos las gigantes figuras literarias de la novela a de aquel entonces: A la búsqueda del tiempo perdido de Proust aparecerá justo al finalizar la Gran Guerra, o sea en 1918, las veinticuatro horas del Ulises, del irlandés James Joyce en 1922, y la novela de Kafka sobre un hombre sin apellido, El proceso, será publicada en 1925. A la par de ello se produjeron dos enormes y significativos hechos históricos que tuvieron resonancia planetaria: la Primera Guerra mundial y la Revolución Bolchevique de 1917, y a todo ello debemos agregar que los “camisas negras” del fascismo habían tomado el poder en la Italia de 1923.
Y en España son los años de ascensión de la fructífera Generación del 20, conectada a su vez con los grandes poetas latinoamericanos, en especial, César Vallejo, Pablo Neruda, y Vicente Huidobro, el fundador del movimiento creacionista. Y los años del oscuro trabajo poético del judío Fernando Pessoa, cuya poliforme personalidad enriquecerá y trasformará la literatura de habla portuguesa.
De modo pues que a Silva Uzcátegui y a su paisano Roberto Montesinos se les vino encima todo un mundo de espectaculares y delirantes movimientos literarios y artísticos de la vanguardia del siglo XX. Solo que el autor de La Lámpara Enigmática habría de haberlos disfrutado a plenitud y con gozo hasta su apacible muerte en 1956 en su Tocuyo natal, ciudad a la que bautizó “Ciudad de los Lagos Verdes”.
Estas “modas patológicas del arte” seguramente fueron el suplicio y tormento de Silva Uzcátegui hasta el final de sus días en la trepidante ciudad de Caracas de 1980. Sería sumamente interesante saber qué pensaba en su vejez el escritor curarigüeño de la poesía de Louis Aragón, la pintura de Dalí y el cine de Buñuel, artistas sumamente influenciados por los descubrimientos de las teorías del psicoanálisis freudiano a las que tanto rechazó, tal como hemos dicho más atrás.
Este pensamiento, en extremo conservador del venezolano le hará citar a personajes como el Doctor J. R. Ayala, quien en su Discurso sobre el modernismo, Caracas, Venezuela, 1923, escribe:
La historia no nos dejará mentir: el filosofismo engendra la revolución, la revolución produce la anarquía, la anarquía es la ruina del ideal. La revolución destrona toda autoridad; la anarquía entroniza la oclocracia; la ruina del ideal es la negación del arte. La autoridad destronada cae bajo la cuchilla del verdugo como el último de los Estuardos, Luis XVI y Nicolás II; la sociedad anarquizada se devora a sí misma como la Convención Francesa i el Bolsevismo (sic) Ruso; el arte sin ideal se niega a sí propio: por eso la literatura modernista culmina en el cubismo i en el incomparable dadaísmo.
El modernismo como corriente literaria comenzó a ser atacado muy tempranamente, en un proceso de negativización, pues algunos autores sostienen, Richard Cardwell entre ellos, que la invención de la generación del 98 en España fue un intento temprano de neutralizarlo. Amelina Correa Ramón nos dice que el escritor sevillano Manuel Machado, escribió en 1913 que:
La palabra Modernismo, que hoy denomina vagamente la última etapa de nuestra literatura, era entonces un dicterio complejo de toda clase de desprecios (…) más dura fue la lucha con los escritores, críticos y literatos que ocupaban por entonces las cumbres del parnaso español.
Los escritores españoles hacían burlas y rechiflas de la corriente modernista que venía de América y de Francia, usando para ello las páginas de los diarios Madrid Cómico, Gedeón y La Gran Vía.
Resulta curioso constatar que en exterior se ha escrito con mucha más frecuencia de Silva Uzcátegui que en su país natal, Venezuela. Bien pudieron hacerlo, por ejemplo, los críticos literarios larenses, sus paisanos y que de seguro conocieron sus escritos, Luis Beltrán Guerrero y Pascual Venegas Filardo quienes durante muchos años redactaron para el diario El Universal de Caracas sus crónicas sobre literatura. En otros países hemos hallado referencias muy críticas y otras no tanto a La historia crítica del modernismo en la Literatura Castellana, tales como las de Guillermo Díaz-Plaja, en 1951, Raimundo Lida, en 1967, Guillermo Carnero, en1987, Richard Cardwell, en 1996, y la propia Amelina Correa Ramón en 2002.
El británico Richard Cardwell nos dice que ha sido una manipulación ideológica en donde el modernismo queda claramente invalidado:
El discurso privilegia lo nacional, lo patriótico, lo español, (especialmente lo castellano) frente a lo cosmopolita, lo parisino, lo europeo. Establece un sistema de binarios: normal/anormal, sano/enfermizo/; altruista/egoísta; atento al destino nacional / alienado y escapista; masculino/femenino y, al fin y al cabo, auténticamente español/auténticamente afrancesado.
De tal modo del poeta castellano Gabriel y Galán, quien se aparta del modernismo, defiende la tradición, el dogma católico y la vida campesina, dirá el escritor larense que:
No hubo menester Gabriel y Galán ir a beber inspiración en las fuentes corrompidas i malsanas de un Baudelaire o de un Verlaine. Despreció eso; lo consideró digno de los cucos i de los loritos reales. I sin embargo, dificilillo es encontrar en todo el repertorio modernista algo que por la armonía, la espontaneidad, el sentimiento i la maestría de los versos que a Gabriel i Galán le inspiran los campos de Castilla i el amor de los suyos.
De la manera parecida a como emplea el positivismo y el darwinismo decimonónico para caracterizar a la sociedad larense como un organismo vivo, Silva Uzcátegui compara los movimientos literarios con las distintas etapas por las cuales transita un ser vivo: la mocedad suelta i bulliciosa (del romanticismo); la madurez de la sentada edad (del realismo); i la caducidad pueril de la vejez (el modernismo).El ya mencionado Cardwell nos dice también que el escritor venezolano emplea discursos ajenos a lo estrictamente literario y se deja llevar por otros tales como el discurso religioso: los modernistas se refugian en diversas sectas abiertamente paganas. El discurso patriótico: tendencia al escapismo de los modernistas que para nada les ocupa lo nacional. Insensibilidad ante la lengua castellana y sus tesoros. Discurso social: los modernistas no escriben para las muchedumbres (como lo hizo Gabriel y Galán), sino para una minoría compuesta de refinados. Discurso moral: los modernistas son viciosos y degenerados que han dado que hacer a la policía y a los tribunales. Discurso sexual: el arte modernista es afeminado y decadente. Discurso de la naturaleza: los modernistas prefieren lo artificial y aborrecen lo natural, como Baudelaire. Discurso médico psicológico: que es el más predominante en la escritura silvauzcateguiana cuando elabora una crítica literaria fundamentado en la criminalística italiana de Lombroso, y en forma extrema en las ideas de “degeneración” del médico húngaro Max Nordau, publicada en alemán en 1892, como hemos visto. La obra de este médico húngaro y sionista fue traducida rápidamente a la lengua castellana, y ya para 1902 circulaba ampliamente entre los lectores peninsulares. De tal modo Silva Uzcátegui será su epígono tardío, pues glosó al médico húngaro Max Nordau después de 33 largos años de publicado su polémica obra Degenerados.
Luis Eduardo Cortés Riera