#OPINIÓN Me niego a decir adiós a un amigo #24Abr

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Me niego a decir adiós a un amigo, aunque ya el corazón duela a causa de tantas despedidas, y perturben los crueles y cercanos zarpazos de guadaña que dejan ese ríspido sabor a desamparo. A soledad. A hundimiento.

Me resisto a anunciar que ha muerto ese amigo que, envuelto en tan caros afectos, y en fragantes encajes de memoria, estará presente siempre en los aposentos más risueños de mi alma. Allí reside Arcadio Díaz, desde el primer día del encuentro que selló nuestra amistad.

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Su buen corazón dejó de latir hoy al mediodía, en el aeropuerto de Santo Domingo, cuando junto a su hijo Abraham se disponía a tomar un vuelo hacia Miami, para proseguir un tratamiento médico al cual era sometido. Más allá de su contagioso optimismo y su espíritu festivo, caribeño, sufría; pero atado a su natural sencillez, no le gustaba hablar de eso.

Arcadio nació hace 70 años en Santiago. Su historia es ejemplo de constancia e ilusiones. A los siete años se echó a la calle con un cajón para lustrar zapatos. Debía aportar en un hogar humilde de ocho hijos. Después acudió a un taller de zapatería y a otro de sastrería. Sus días estaban hechos de clases en la escuela formal por la mañana, lecciones del sastre en las tardes y jornadas de lustrador de calzados los fines de semana.

Al cumplir la mayoría de edad quiso irse a un país donde no le pidieran visa. Así llegó a Caracas en 1976 y cuando se enteró de que en Barquisimeto una empresa necesitaba un jefe de planta y de control de calidad, aquí sembró su pasión por la alta costura, aquí se granjeó una legión de amigos que lo tienen por venezolano de pura cepa, aquí se hizo de un nombre que lo proyectó internacionalmente, aquí concretó el sueño que le llevó a ser bautizado «Rey de la guayabera», hasta coronar la novedad de vestir a la mujer e incluso a las novias con esa prenda antes varonil y simple.

En diciembre, en su tan añorada granja de Terepaima, celebré con él la vida. Esta vida que nos ha tocado. Mañana pasearé por la ciudad con una guayabera suya sin estrenar y le preguntaré, en presente, al cielo por él. Y sí, hermano, claro, tomaré un «degollao» en tu honor.

Perdonen ustedes, pero a un amigo verdadero no se lo despide.

JAO

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