¿Será que el presidente Biden responderá a la misiva que recién le enviaron 25 conocidos venezolanos? Luce dudoso, sobre todo si allí se alude a un régimen que alardea su incondicional apoyo al genocida Vladimir Putin.
Da la impresión de que al dirigirla a la Casa Blanca se buscó generar más ruido – y de paso alborotar a quienes se andan creyendo que Trump aplicó sanciones por presiones de ellos.
Hasta ahora la dictadura venezolana ha sido totalmente intransigente frente a todos los acuerdos imprescindibles para desentrabar el juego político de este país; así que la triste realidad es que – en los hechos – las negociaciones han sido aún menos efectivas que las sanciones.
Quizás el verdadero móvil de algunos firmantes fue promover aún otra discusión interna sobre la situación del país, repitiendo algo tan trillado como que las sanciones generales le hacen más daño a la gente de a pie que a la cúpula de la dictadura.
Sucede que ese tipo de sanciones generales no se toman por motivos económicos sino políticos; y de sobra se sabe que tendrán un efecto adverso en el común de la población. Lo estamos viendo con Rusia. Casi todo el mundo quisiera eliminarlas – pero el “quid” es y siempre ha sido decidir cuándo y cómo. Porque en 2016 se levantaron sanciones al régimen totalitario de Cuba con escaso efecto positivo.
Hace 23 años – y por libre decisión – Venezuela dejó de ser un país confiable para el inversionista nacional y extranjero. El mundo ya aprendió a vivir sin la economía venezolana, y en definitiva poco le importa; y aquí fueron los del patio los primeros en poner a salvo sus propios capitales. Más los necesitamos a ellos que ellos a nosotros.
Así es que el centro de la discusión no deben ser las sanciones sino las causas que las acarrearon. Y esos temas se resuelven en duros términos políticos y no con puros argumentos economicistas.
En toda la historia algunas personalidades se han reunido por su cuenta a manifestar por escrito una postura política – desde los firmantes del 19 de abril de 1810 hasta los “notables” de 1992. Pero frente al cínico totalitarismo conviene cuidarse del síndrome de Estocolmo y de retratarse en grupo: Si entre apenas 12 apóstoles apareció un Judas, imaginemos que hubiesen sido 25.
La carta de marras luce excelente y aún deseable, pero con la dirección errada; porque ya la están aprovechando los otros para seguir pintando a los gringos como los malos de la película. Lo lógico habría sido dirigirla a los okupas que desde Miraflores tienen en sus manos las formas de aliviar rápidamente el drama venezolano.
Antonio A. Herrera-Vaillant