Para el ciudadano común en Venezuela la política ha fracasado como instrumento para solucionar la crisis existencial que asola al país. No se trata de levantar banderas tradicionales de la anti política para distribuir culpas entre partidos, simplemente es la constatación dolorosa de que como el hambre, el colapso sistémico de la salud y los servicios públicos han minado gravemente la confianza popular que tenían las organizaciones políticas anteriormente, con todo y las críticas y descalificaciones que sobre ellas se vertían.
Y este dato de la realidad expresado con contundencia por todos los estudios de opinión es mucho más que preocupante, es angustioso, ya que la política no es patrimonio exclusivo de los partidos sino un bien colectivo mediante el cual la sociedad arbitra entendimientos y forja soluciones para su subsistencia y progreso, La Política ,con mayúscula, es indispensable para el mantenimiento del Estado y por ello no hay sector dentro del entramado social de un país que pueda ignorar esta ciencia como médula motora del funcionamiento republicano.
Al negarse una gran mayoría poblacional a confiar en la política como camino para la solución de un drama antropológico como el venezolano, la sociedad queda sin horizontes claros y se sumerge en un proceso deletéreo donde la única alternativa posible es luchar por la supervivencia, y eso es sencillamente lo que hacen gruesos sectores del espectro social venezolano, eso es lo que hacen sectores vanguardias mediante el establecimiento de entendimientos parciales y sectoriales con el régimen, con el poder real que tiene control policial, militar, institucional y económico del país. No es que hayan adscrito la ideología informe del régimen, es que esa es la única alternativa para la supervivencia que les ha dejado el fracaso de la política como método para la conciliación de conflictos.
Por ello culpar a sectores empresariales y de la sociedad civil organizada en términos generales de pactar con el oficialismo de espaldas al sentimiento democrático es simplemente un recurso retórico ya que la respuesta es un bumerán dionisiaco cuyo impacto de retorno tiene efectos letales contra el mundo político. Pero no se trata de crear un sistema de culpas entre secuestrados, se trata simplemente de entender que el país está ubicado en un sótano civilizatorio y para sacarlo de allí se requiere un esfuerzo heroico de unidad, solidaridad, fraternidad, máxima tolerancia y trabajo de equipo nacido de aplicar con inteligencia el aprendizaje doloroso que nos ha dejado el tormento de haber peregrinado por años en un desierto de odios y divisiones.
Sobre este tema hemos debatido a profundidad en el Movimiento DECODE y nos ha sido difícil esclarecer con nitidez cuál es la línea que separa la supervivencia del sometimiento. Nada fácil este reto pero tenemos el convencimiento que no hay otro camino que el de la resurrección de la política, una Política que debe centrarse en la unidad superior, una política que tenga como agenda principal el drama humano de los venezolanos y ponga el acento en la solidaridad y deje a un lado el grupalismo partidista que tanto daño nos ha hecho.
Para resucitar la Política como instrumento, como arte, como método, nada mejor que acudir a su obra más completa y perfeccionada, la Constitución. Allí están los valores que deben inspirarnos, los métodos para entendernos y los objetivos que debemos alcanzar. Es la Ley por encima de la violencia y la confrontación inútil y destructiva, es la armonía democrática sobre la discrecionalidad egoísta de quienes usan el Poder como pedestal de sus ambiciones y no como puente hacia el futuro y la esperanza.
En el Movimiento DECODE no descansamos porque luchar por una Venezuela democrática es nuestra holgura espiritual.
Jorge Rosell y Jorge Euclides Ramírez