Siempre pareció que en la ciudad nocturna no había suerte más dura que la del perro callejero, hasta que surgió el “recogelatas” desgastando su hueso de aluminio.
En verdad las latas le agradecían que las guardara en su gran zurrón de mendigo porque eso las libraba de su infierno que era ser pateadas ciertamente por el bobo cuyo pie no conocía otro destino.
Nunca un “recogelatas” estuvo normal. Al coleccionarlas pasaba a su alma el espíritu de la cerveza que no bebió, por eso se bamboleaba equilibrando en sus sacos la borrachera de la ciudad.
A “vagamundos” como estos también se los tragó el tiempo y han quedado para la historia. Una fábula para contarla a nuestros nietos porque ahora no hay latas que recoger, ni individuos profetizando en las arrugas del recipiente que aplastaba.
Ese oficio con el cambio de los tiempos se fue al olvido.
Igual han desaparecieron los “huelepega”, cuyo amor acababa en expendios de útiles escolares.
En la búsqueda del producto rompían a medianoche las vitrinas de esos templos en donde todo sirve para aprender a leer unos libros que ahora están muy caros.
El olor intenso de viruta de lápiz los hacía ejércitos de creyones que cambian arbitrariamente los colores del mundo.
De allí salía el “huelepega”, pichón de asesino que armado de una goma mágica iba borrando todo lo que se le ponía por delante.
Siempre amanecía ahogado el niño que se antojaba oler el aroma de espuma de la fuente luminosa. Era el momento de la angustia de la noche, cuando ahora se apagan bombas y reflectores por culpa del bendito racionamiento eléctrico, calificado por el gobierno como “Plan de administración de cargas”, y la fuente se derrumba como un alma que no puede con su alguien, hoy con mayor zozobra cuando las madres le hacen un alto al sueño para revisar si están todos vivos en casa y la desdicha del hampa desbordada no ha tocado ese hogar, desventura que producen quizás los “huelepega” del pasado, ahora graduados de homicidas.
Sólo han dejado un recuerdo cultural en las ciudades cuyos destinos todavía no han sido concretados. Unos quizás fueron rescatados por una de las primeras misiones de Hugo Chávez, la “Robinson”, para hacerlos «personas útiles», otros acaso porque encontraron una actividad más lucrativa y artística haciendo malabares en los semáforos, o sea, los “recogelatas” y “huelepega” del siglo 21de donde rebotaron los “malandros de moda», charleros asalta busetas que están reapareciendo luego de una fugaz partida hacia otros países en busca de horizontes mejores, claro está, dentro de su concepto hamponil.
Esta expresión es un venezolanismo muy común entre los jóvenes, sobre todo aquellos quienes pulen su dialecto, algunos con una melodía lastimosa para expender sus golosinas, o los agresivos que acomodan el lenguaje al juego de una vida.
Son individuos con quienes no se concibe la formación de la sociedad, y sin la alineación de ella no se concibe la del lenguaje. O sea, un modo íntimo de expresión.
Si antes el pasajero debía protegerse de los robos a mano armada, ahora también, aparte del drama por conseguir transporte y el alto costo del pasaje, debe lidiar con el acoso de los “charleros”, quienes reaparecieron como verdaderos dueños de las paupérrimas y pocas unidades colectivas de la ciudad.
Un viaje lleno de zozobra bajo el amedrentamiento verbal del chofer, el colector y el “charlero”.
Los movimientos y actitudes de los usuarios al momento en que un individuo de estos aborda el autobús son similares. Esconden los teléfonos, ocultan disimuladamente con una mano las prendas, incluso, hay quienes arrojan la cartera al suelo o la guardan bajo el asiento.
Ya no se puede tomar una buseta y viajar tranquilo porque siempre hay una incomodidad que perturba. Existe el temor de una agresión si no se colabora con estas personas, que el chofer te grite o el colector le pegue y te haga bajar si no tienes la paga completa.
No se trata de un problema con raíces circunstanciales sino de tipo estructural, que tiene que ver con la cultura establecida en el país. No todas las personas que abordan el transporte público con la intención de vender son “charleros”.
Existe una diferencia entre ambos porque están quienes ofrecen un producto, quienes solo piden dinero, o quienes gestionan un celular de alta calidad, pues, aunque en el país se pueden conseguir teléfonos modestos, la novedad ha llevado a que todas las personas tengan uno inteligente, es decir si el móvil no es de marca, tu estatus social es bajo.
En consecuencia, los ladrones no podían quedarse atrás en esta tendencia y decidieron robar única y exclusivamente celulares de lujo. Las personas que tienen otra marca de teléfonos son golpeadas por los chicos malos porque no tienen uno de la gama alta o qué se yo. O sea, te dan un coscorrón por no estar en la moda, pero llegas con el celular y vivo a tu casa.
Orlando Peñaloza