“El hogar es aquél lugar donde, si tienes necesidad de ir,
ellos tienen el deber de acogerte”
Robert Frost
“No hay nada más alto, más fuerte, más sano y útil para la vida
que algún buen recuerdo relacionado con la infancia en el hogar”
Fyodor Dostoyevsky
“El hogar es donde el corazón puede reír sin timidez. El hogar
es donde las lágrimas del corazón pueden secarse a su propio ritmo”
Vernon Baker
“Si vas a cualquier lugar, incluso al paraíso……extrañaras tu hogar”
Malala Yousafzai
∙ La Colina de los Perros Callejeros
El pasaje a la casa nueva, entre la década Travolta (70) y la década Menudo (80), se hizo usanza atlética imperativa. Una subida curva y empinada precedía a la flojera que daba de solo verla. No obstante ir y venir de subida y bajada a la nueva casa fue todo un trayecto de aprendizaje. Apenas, el vigor de la casa de las palmas floridas era historia. Allí habíamos escondido la infancia feliz, las variantes de la barbarie contra seres vivientes, las primeras experiencias de libido alebrestada, los carritos eléctricos, las cuerizas por ser mal portados, las infusiones a los amigos invisibles que nos rodeaban tan vivos como el que más por las prácticas de urbanidad de mis primas todas hermosas pues lo que heredas no se hurta y por la preciosura y porte exquisito de Tía Teresina, típica dama rubia de ojos añil, robusta pero no por eso menos maja. Tía Teresina fue Miss Villa de Cura en el tiempo adolescente. Se comenta que Peppino resistía al militar que cortejaba a la hermana, y había claveteado la claraboya poniendo cara de loco, donde la buenamoza departía con el aspirante castrense.
Todo el equipaje hereditario repitió sobre las primas con su mayor esplendor y ellas, por pura inercia, lo hicieron valer con creces. Moravia+, la primogénita y responsable del nombre del hogar, era dulce como un caramelo de miel, y piadosa como la madre Teresa de Calcuta, llevaba melena crespa y oscura. Luego estaba Vilna igual en buena esposa y mejor mamá a Vilna de los Picapiedras, toda una bella europea risueña, mirada coqueta, y melena desmayada tono miel.
Seguía en orden cronológico Ingrid toda un record de castidad, y muy mala puntería para los esposos, aunque el papá de sus hijas, mi pana Pereira, es excelente padre. Seguía Fiorella, toda una flor de pétalos castaños oscuros con esencias que el tiempo aromatizó, y Teresita, la querubín(a) de las primas, y la más parecida a su mamá. Como dato curioso el color de los cabellos mecía entre castaño claro, castaño oscuro y negro azabache, alternado.
Los varones llegaron en las últimas intentonas de parentela filial. Carlitos+, huracán que terminó en la New York Military Academy para vencer aquél espíritu rebelde, y Magoo, retraído cegatón de corte pesimista, tan receloso que desconfiaba hasta de él mismo. Ambos de 1.80 metros de estatura, o más. Por otro lado, asiduo a la parentela, fui un joven de baja estatura, (1.71 m) compacto, ojos azul marino, maiceado al estilo macedonio de Alejandro Magno, capaz de conversar hasta desmayar al más pinta´ o y perfil Da Vinci. Como puede observarse, típica familia Adams. Cinco de mis siete primos tenían talento artístico; Ingrid y Teresina con retablo y pintura y del sector masculino, estaban los caricaturistas insignes de Magoo en primera línea, aunque el hoy finado Carlitos+ no se quedaba atrás para nada.
El tío Américo, el arquitecto emérito, se esmeró en hacer el diseño de la casa de su hermana como obra arquitectónica moderna. Tal vez lo artístico resultó de la descendencia materna, valga decir, de la hermana de Peppino, de tío Américo y de tía Venecia. La quinta estaba al doblar esquina del altozano donde yacía como una erupción volcánica. Moderna, de tejas rojas, sobresaliendo el blanco, la obra limpia y la ventilación abierta en ventanales y pasillos; los acabados de listón de cuartos y ventanas desnudas y aparadores de romanilla, techo de pérgola y pisos de parqué, la hacían una obra de arte fino, un lujo en maderamen caro aún en la economía rutilante del periodo en el país más prometedor de Latinoamérica.
En el acceso a la morada un portón crema corredizo de dos metros de altura era la entrada al estacionamiento para los autos. El portón era medio raro porque para compensar la inclinación natural de la colina era más alta de un lado que de otro. Hubo una vez de esas que llegamos muy tarde del jaripeo nocturno en las zonas cercanas y nos encontramos una jauría de canes callejeros, hambrientos, mal encarados, gruñendo y con ganas de dentellar al que se atravesara por esos lares. Si somos honestos el susto y el portón me salvó la vida pero al primo lo salvó quedarse en una sola pieza rodeado de perros bravos, y creo que dejó de respirar para salvar el pellejo.
Magoo ni tiritó, sudar siempre lo hizo demás. Lo sudoroso lo salvó porque apestaba a perro mojado. Mientras los astutos olían el cuerpo inmóvil de Magoo, yo había pegado el salto a lo Yulimar Rojas que me enganchó, sabe dios con cuánta adrenalina, en el borde de la parte superior del portón del estacionamiento. Luego del pavor, empezamos a ponderar la propiedad privada y la jerarquía segura del portón, la puerta y compuertas para resguardarse de la jauría humana concluyendo que no existe puerta, escudo o magia que nos proteja de la peligrosa perrería de los sabuesos políticos de la revolución.
Ahí mismo nos recordamos (hablando de mamíferos predadores) del león enjaulado en una propiedad parecida a un castillo medieval que conseguías subiendo por la avenida empinada, y que permitía verlo al pasar en auto por la entrada enrejada de acceso vehicular. A un costado de la travesía a la fortaleza, rodeada de una muralla de piedras, una especie de malla ciclón reforzada de hierro permitía apreciar a Leo con aquella tupida melena marrón, atisbo fijo de “si te descuidas te almuerzo” e impronta natural de Rey de la Selva tropical.
Era casi un tic nervioso voltear a verlo al pasar junto a la casa del medioevo, y había veces que, por alguna razón, no estaba en el ángulo de visión. Uno se preguntaba si era que la pobre bestia se habría muerto de la llamada tristeza del cemento. En todo caso solo una bestia adaptada a la civilización sobrevive a la gris crueldad de las construcciones. Nosotros construimos formas de ocupar el tiempo y de evitar en lo posible la curva empinada. Pero cuando eso no sucedía acostumbramos ir al parque de Santa Marta a pasar un rato con los amigos y no tanto de la zona, como el loco Salas que tocaba batería para dejar sordo a todo el parque o el traidor que nos vendió por la recompensa de la inolvidable Landsby.
El día que vinieron a por ella entendimos que el regalo de navidad fue aquél relámpago de amor en cuatro patas, de lengua afuera jadeante y afecto incondicional que permaneció para siempre…
- Mr. Pacheco y el Sabueso en Tiempos de Menudo.
Seguía la tirantez de la Guerra fría entre Piti-Yanquis y Putin-(enses); la aparición del SIDA, el terrorismo mundial y grandes tragedias ilustraban la década de los 80 o sea, la bautizada etapa Menudo. El fresco de navidad bajaba del Guaraira Repano (El Ávila), con piel de gallina y alisios olorosos a hallacas, pan de jamón, dulce de lechosa y ensalada de gallina. A mí siempre me gustó el bollito, mucho más si era uno pelón. Lo que nunca me atreví a reñir era si mantenía o no bastante tropezón, aunque de hecho, un bollo era siempre todo un tropezón para las joyas de la familia.
Aquél día decembrino, si mal no recuerdo, bajamos al centro comercial Santa Marta que estaba justo en la esquina antes, donde comenzaba la empinada subida curva. Siempre comprábamos cachitos de jamón en la panadería y suplementos de la liga de la justicia en la librería. A veces caminábamos a la calle donde vivía el Negro Pérez, fanático de la Billos Caracas Boys que sabía completo el cancionero de la orquesta y había que verlo para creer lo que sacaba la melodía en él. La cursilería llegaba a máxima expresión pero era indudable su legitimidad. Ello enseñaba que lo importante era valorar con respeto lo que no entendía o no compartía. Lo que es igual, pensaba, no es trampa. No se debe hacer lo que no gusta que te hagan. Principio esencial de la empatía.
La familia Pérez, también gente pudiente, dueños de farmacias, y compañero desde carricitos del colegio Santiago de León de Caracas en la Floresta donde la abuela tenía su casa lindante a la escuela, ha sido un personaje de fiestas y bebidas que terminaron por ir tras su sueño de ser cantante (un Memo Morales, un José Luis Rodríguez, un Alfredo Sadel, un Oscar D´ León o Celia Cruz macho cualquiera) de la orquesta preferida en su delirium tremen. La bebida y la Billos Caracas Boys fueron su Kriptonita. Años más tarde nos enteramos del record Guinness de la Billos y Celia Cruz con el concierto más grande al aire libre de entrada gratis (250.000 personas) en la Plaza de España que fue superado en 2019 por Juan Luis Guerra en el mismo lugar (400.000 personas).
Íbamos a menudo (valga la tautología con la década Menudo) al palco presidencial del hipódromo a coquetear con las hijas de los dueños de stud-es de purasangres con varios ejemplares que competían en las carreras de 5 y 6 de La Rinconada. Allí conocí una de las jóvenes más hermosas de la época, la niña blanca de ojos y cabello azabache y figura de muñeca Barbie. No cabía en mí por la beldad que había levantado, aseguraba Magoo ¡por esos ojazos! Zulma Bolívar, nombre de mantuana, pinta de afrodita criolla, prácticamente mini Wonder Woman como para chuparse los dedos de la mano, los de los pies, y quedarse todavía con más ganas de probar.
Al recordarnos de la reciente experiencia en el bar pub Sandro´s de Sabana Grande quedó claro que el bollito jalaba más que la hallaca o una yunta de buey. Comérselo con dulce de lechosa, queso blanco y chocolate caliente era tomar un manjar de dioses terrenos. El 26 de diciembre nos alcanzó llegando del torcido club de bichos raros. Venía como el que no rompe un plato. Más prendidos que radio de comisaría. Y empezamos la vía crucis de pascua, no sin antes echar un vistazo a la maldita subida de miércoles que tanto jodía la paciencia. Medía unos 500 metros curvos de maría santísima pero parecía un año luz. Tal vez convendría aclarar que un año luz es una medida de distancia y no de tiempo.
Ya llegando al final, con la lengua afuera, observamos otro ser con la lengua afuera que nos miraba como si estuviera perdido. Supimos más tarde que se trataba de una perra de fina raza Waimaraner, una sabueso de cacería con un sentido del olfato tres veces más potente que el del Pointer de caza que ya es mucho decir. La bautizamos por sugerencia del amigo Jim Mora un mitómano que había aprendido el idioma inglés, autodidacta y sugirió ponerle el nombre de la prisión de Landsberg, que en 1924, -nos contaba Mora– Hitler pasó 264 días preso después del fallido Putsch de Münich. Allí escribió Mi Lucha “Mein Kampf” con la colaboración de Rudolph Hess. Y radicalizó el pensamiento del nacionalsocialismo de naturaleza ideológica antisemita.
Landsby apenas nos advirtió, hubo entre ella y nos amor at the first sight, los beodos parranderos con olor a liga LGBTI quedaron pensando en los regalos de San Nicolás. Nos persignamos repasando en los bichos raros que dejamos atrás ¡Zape gato!… pero lo bueno estaba ante nuestros ojos, ante nuestro asombro; esa perra robó en el acto el corazón a los presentes en villa Moravia. Moravia y Landsby podían darse la mano de lo azucaradas que fueron; literalmente eran 2 terrones de caramelo glaseado. La heredad con Landsby vibraba. Hasta que el desgraciado traidor en navidad cobró el recate ofrecido por el can extraviado.
No nos pusimos tristes con el retorno de Landsby a sus dueños pero si odiamos al vende patria hasta los tuétanos. Jamás olvidaré su mirada tierna color Yellow Submarine, la piel color cobrizo lampiña y lisa como una nalga, y en noche de luna lucía como plata viva. Tampoco su amor incondicional que expresaba en todo momento. Era inmensamente feliz y agradecida de vivir. Algo que nos toma una vida aprender y hay quienes no lo hacen jamás. Landsby dormía entre los dos primos, cálida y su calidez llenaba el cuarto con una energía fantástica de un cosmos diferente, de otra dimensión que solo poseen los perros esotéricos.
A menudo íbamos al parque a atormentarnos con el loco Salas. Pero nada nos hacía olvidarnos de nuestra amiga. Con razón dicen que el perro es el mejor amigo del hombre, pero no es verdad, es la perra el mejor amigo del mundo y el mundo continuó sin Landsby y nosotros continuamos con lo inmundo del mundo traicionero…
MAFC