Fue el lejano Hipócrates en el siglo IV antes de Cristo quien le da nombre a esta condición del espíritu humano que parece ser el fondo permanente y obsesivo de la cultura de Occidente. Aristóteles agregará que el genio y la melancolis se dan la mano en las personas de gran talento. Los simples no se deprimen. Es el exceso de bilis negra lo que conduce a este estado del alma cercano a la desesperación, el suicidio y la muerte, que acompaña a los artistas, músicos, escritores y poetas. Pero que, según se ha descubierto hogaño, puede atacar a otras personas de forma masiva en estos comienzos del tercer milenio de pandemia y guerra en Eurasia.
Es una palabreja que tiene en lengua castellana muchos sinónimos y muy pocos antónimos. Es la pintura La Isla de los muertos, un óleo decimonónico del pintor suizo Arnold Böcklin (1880) quien asalta mi pesadumbre en tierras tropicales venezolanas, ajenas -se dice- a casi toda tristeza. Miro con detenimiento las distintas versiones del cuadro y el resultado será casi el mismo: una tristeza como la que embargó a la princesa Marie, quien al enviudar manda a realizar tan famosa serie de cuadros.
Hace pocas semanas y al abrigo de la tenebrosa pandemia, pude leer con asombro un interesante libro del mexicano Roger Bartra titulado La jaula de la melancolía (Grijalbo, 1987). Y digo asombro porque estamos acostumbrados a ver a los mexicanos como gentes extrovertidas y alegres. Pues no es tan así, entiende este antropólogo que vivió en Mérida, Venezuela, pues existe un sustrato de desconsuelo y languidez en el alma de los aztecas del presente, que arranca con la tribulación y el desconsuelo ocasionado por las huestes de Hernán Cortés desde la toma a sangre y fuego de Tenochtitlán. Otros mexicanos tercian sobre la mexicanidad, el machismo, el alcohol, el despecho amoroso y la soledad: Samuel Ramos (Perfil del hombre y la cultura en México), y Octavio Paz (El laberinto de la soledad), situaciones mexicanas, sí, que pueden encontrarse en toda Latinoamérica.
En 1959 presenta el médico hebreo suizo Jean Jacques Starobinsky su tesis de doctorado en medicina Historia del tratamiento de la melancolía, escrita después de un internamiento en el Hospital Psiquiátrico Universitario de Cery y presentada en la Facultad de Medicina de la Universidad de Lausana. Se trata de un monumental trabajo que va tras la pista de las distintas maneras que a través de la historia ha sido tratada la melancolía. Es un trabajo genial, pues combina el análisis filológico y el médico, pues su autor era doctorado en lenguas clásicas y en ciencias médicas en su Berna natal. Su Rousseau, a quien estudia apoyado en Lacan, sufre de intensos ataques de melancolía en los brumosos días otoñales de París.
La melancolía tiene un vínculo muy estrecho con el genio literario, dice este médico suizo recién fallecido a los 98 años. Ese estado de ánimo que acompaña al ser humano en lo que se conocen como las letras negras y los nidos del sentido, que ha captado la atención de médicos, escritores, pintores, filósofos y psicólogos desde la Antigüedad hasta nuestra época.
El gran retorno de la melancolía empieza a partir del humanismo renacentista y neoplatónico (Marsilio Ficino). Seguirá con los pintores Miguel Ángel y Alberto Durero. En Inglaterra con John Donne. La sensibilidad de los románticos del siglo XIX se debe mucho a ella. Fascinación por la muerte, las ruinas y el tiempo transcurrido eran gestos de la existencia para los románticos y para Baudelaire y Coleridge. Goethe ocasiona una ola de suicidios en Europa tras la publicación de su novela epistolar Los sufrimientos del joven Werther (1774).
Un gran monumento de la literatura será La tierra baldía, escrita por el Nobel de literatura estadounidense Thomas Stearns Eliot en 1922. Refleja el desconsuelo que le provoca la primera guerra mundial, su muy infeliz matrimonio con una hipocondriaca dama, su rutinario trabajo de oficinista en un banco de la city londinense. “Abril es el mes más cruel”, dice el poeta en una frase que queda pegada. Tolstoi, el gran novelista ruso, morirá anciano y solitario en una estación de ferrocarril atacado por una tremenda crisis existencial, una lucha intelectual y espiritual como la que sufren sus personajes novelescos: Iván Ilich.
Cuando en 1938 Jorge Luis Borges se entera de la muerte por suicidio del escritor Leopoldo Lugones exclamó “se tomó su cicuta de amor.” Tras sentirse perseguido por sus mismos familiares por haberse enamorado de la jovencita Emilia Cadelago, se quita la vida con arsénico el autor de Lunario sentimental en el hospedaje El Tropezón, en Buenos Aires. Un muy triste final para un hombre lleno de problemas.Seguismund Freud se interesa mucho por este sentimiento en su libro Duelo ymelancolía, obra motivada tras los descomunales desastres de la Primera Guerra Mundial, una verdadera carnicería. En el presente vivimos una suerte de “nostalgia posmoderna” (una forma de la melancolía) que se agiganta sin pausa con el terrible cambio climático, la horrorosa pandemia y la posibilidad cierta de un desenlace nuclear en Ucrania. Es momento de tomar este sentimiento muy en serio y tomar cartas en el asunto ya. Recomiendo para este mal la risa y el humor.
Luis Eduardo Cortés Riera
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