En 2015 publiqué Poder, Petróleo y Pobreza, Tomo II de La Centro Democracia. Allí propuse que el uso de los ingresos petroleros estaba asociado a la persistencia de la pobreza en Venezuela porque fueron usados más para concentrar el poder político que para “Sembrar el Petróleo”.
¿Cómo? A través de cinco políticas económicas engañosas: La movilización de la economía mediante el gasto público; la sobrevaluación del bolívar; el crecimiento de las empresas del Estado; la concentración del gasto público en las ciudades; y el cambio de política petrolera en 1973. Todas estas políticas conducen a minimizar el papel del sector empresarial y el de su aliado natural, los trabajadores, y, por ende, a evitar la pluralización del poder político, consecuencia implícita en la diversificación de la economía, de las exportaciones privadas y el turismo. Por ende, desde que aparece el petróleo en Venezuela, el tamaño de nuestra economía es más pequeño de lo que tan inmensa riqueza hace esperar.
La movilización de la economía mediante el gasto público es una especie de keynesianismo que dura mientras dure el alza de los ingresos petroleros. El problema es qué hacer cuando esos ingresos bajan para seguir moviendo la economía y evitar la protesta. AD y Copei se resignaban a convocar al empresariado a invertir; mientras dichos ingresos no repuntasen. Los tres primeros gobiernos chavistas prefirieron profundizar la pobreza que convocar al empresariado. Aunque el empobrecimiento fue tan grave, que, desde 2019, se ha convocado a la empresa privada para reducir la pobreza. Y se está logrando.
Otra política mortal para el desarrollo económico y la democratización ha sido la sobrevaluación del bolívar. Mediante esta política, los gobiernos han logrado que toda actividad de producción (agro, cría, manufacturas y turismo) no alcancen su potencial, prefiriendo abaratar las importaciones en vez de diversificar la producción y generar empleos. La sobrevaluación del bolívar explica por qué el petróleo se “sembró” mucho más en los no transables: infraestructuras, servicios públicos, subsidios y en una inmensa burocracia pública, que en la producción de transables; excepción hecha del petróleo, que fue un éxito hasta el 2002, y unas 850 empresas del Estado ineficientes.
La concentración del gasto público en las ciudades fue una política típica del General Gómez, junto con la sobrevaluación. Ambas sirvieron como “armas” para evitar que otros caudillos regionales se enriquecieran con base en la producción agropecuaria de la cual el propio Gómez obtuvo los recursos para financiar a Cipriano Castro y tumbar al presidente Andueza.
La guinda sobre la torta fue el cambio de política petrolera, a fines de 1973, para generar ingresos de hidrocarburos incrementando los precios en vez de seguir haciéndolo por aumentos de volumen. Los argumentos fueron “Liberar a nuestros países de la explotación de las multinacionales, ejercer soberanía y reivindicar a nuestros pueblos”. ¡Vaya; pues no fue así! Se dispararon los desequilibrios macroeconómicos, déficit fiscal, inflación, sobrevaluación, importaciones, endeudamiento: La “enfermedad holandesa”, seguida por ajustes y reestructuraciones de la economía, con las consiguientes protestas y golpes de Estado.
Si los gobiernos desde Gómez hasta la fecha hubiesen tenido la prudencia de dejar crecer la actividad privada hasta minimizar la pobreza, AD y Copei hubiesen gobernado sin ser una “Partidocracia”, no hubiese surgido el resentimiento en contra del Pacto de Punto Fijo ni el reclamo de Chávez ni este último hubiese llevado el rentismo petrolero hasta la hipérbole de alimentar a la gente repartiéndole comida barata, en vez de asegurarle buenos empleos bajo una economía diversificada y, por ende, una sociedad efectivamente pluralista y mucho más democrática. Pero no, la idea de los gobernantes en los últimos 100 años, con las excepciones de Medina, Pérez II y Velásquez, fue evitar el proceso de pluralización política que generan el crecimiento de la empresa privada y sus trabajadores, la diversificación de exportaciones y el turismo.
La diversificación de la economía implica mayor interdependencia entre las partes y, con ello, mayor respeto por las diferencias e intereses del “otro”. Es una “Escuela de Pluralismo” porque crece la necesidad de cooperar o complementarse por conveniencia y libre decisión: Una sociedad más horizontal que vertical. Así debería ser la filosofía detrás de todo movimiento que se autodenomine “social” o “socialismo”. Por el contrario, no son “sociales” ni “socialistas” los movimientos que pretenden concentrar el poder evitando que otros actores se desarrollen y cooperen entre sí, y sin tener que depender del gobierno.
Las lecciones para la coyuntura, en la que luce obvio que van a incrementar los ingresos petroleros, son utilizarlos para la recuperación de electricidad, agua, infraestructura, educación y salud; en vez de seguir sobrevaluando el Bolívar; y para recuperar el crédito y financiar los proyectos conducentes a la diversificación de la producción y exportaciones y la generación de empleo para que la gente se gane la vida dignamente en vez de someterlos al servilismo de la dádiva.
José Antonio Gil Yepes
@joseagilyepes