Acaba de anunciar Papa Francisco su Constitución Apostólica para el gobierno de la Iglesia en las circunstancias de nuestro tiempo. Es una cuestión de carácter vertebral y escapa a la consideración particular de lo religioso o del carácter laico de la vida política.
Y es vertebral por una razón simple. Roma es una de las depositarias – suerte de numen tutelar – de la cultura judeocristiana en declinación; tanto como Estados Unidos y la Unión Europea han sido los guardianes de esa memoria que se concreta en el universal de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona.
Pone Francisco su énfasis en lo que llama la “conversión misionaria” de la Iglesia, como fundamento de su transformación o, mejor dicho, de la modificación constitucional de la Curia Romana; transformación que coincide, paradójicamente, con las otras transformaciones que, antes de iniciarse la guerra contra Ucrania, propugnan Vladimir Putin y Xi-Jimping con sus acuerdos de Beijing “sobre las relaciones internacionales que entran en una Nueva Era”.
La Constitución precedente, puesta en vigor por Juan Pablo II “con la ayuda de los expertos, apoyado por los sabios consejos de los padres cardenales y obispos”, “al acercarse el tercer milenio del nacimiento de Cristo”, no basta ni se basta, por lo visto. Ha sido derogada bajo otra premisa más, que ve de esencial Francisco para la Iglesia: “Su sana descentralización”.
En esto, se arguye en el texto, media el “auspicio de una mayoría de los Cardenales”.
De qué manera puede entenderse este giro constituyente, en el marco de las realidades globales emergentes. No olvidemos que son la obra de una «ruptura epocal» que encuentra como punto de ignición el final del socialismo real y la emergencia de otra gobernanza que, a partir de 1989, así como dispersa a la totalidad del género humano la ata luego a la “unidad de ánimos” de quienes controlan el mundo de las autopistas digitales.
Tampoco obviemos lo que nos golpea en la cara, a saber, que media una verdadera inflexión «constituyente» tras la guerra de Rusia contra Ucrania, pasados los 30 años que sella la pandemia china y deja 5.000.000 de víctimas a la vera.
Los acuerdos de Beijing ofrecen el claro entendimiento de las cosas que se tiene desde el Oriente llamado de las luces – ex Oriente lux – y a cuyo tenor, los activos de la civilización occidental, los universales que nos lega el Holocausto y fijan el orden mundial parteado por la Segunda Gran Guerra del siglo XX, no serán iguales para lo sucesivo.
– “Sólo corresponde al pueblo del país decidir si su Estado es democrático (o no)”, rezan aquellos, deconstruyendo de ras a la memoria, no solo la de Occidente, sino la fijada en 1948 por las Declaraciones de Derechos Humanos de concierto a las distintas civilizaciones.
Bajo su perspectiva y liderazgo moral en el planeta, Francisco espera que “la comunidad de los creyentes se aproxime lo más posible a la experiencia de comunión misionaria de la Iglesia” desde sus localidades.
Según el tenor de su Constitución para la Curia Romana, “la actualización de esta busca involucrar a los «laicos y laicas» en roles de gobierno y de responsabilidad”; y “dejar a la competencia de los pastores diocesanos y parroquiales la facultad de resolver en el ejercicio de sus «tareas de maestros»…”.
La razón de lo anterior huelga. Se espera – lo espera el Papa al invertir la pirámide histórica con incidencias evangélicas: Pueblo fiel, Colegio episcopal, Obispo de Roma – que el laicado trabaje por el bien de la Iglesia, “a partir del conocimiento de las realidades sociales”. No por azar, desde cuando ejerciera como arzobispo de Buenos Aires, la oración con la que cierra sus celebraciones la iglesia “argentina” escrita por Francisco, predica a Cristo “como señor de la historia”.
La naturaleza, por ende, de los medios de los que este vale, son particulares, no universales. Tanto tiene su rol el Papa, como otro corresponde a los Obispos, en una suerte de equilibrio de potestades que ha de sostener y respetar la Curia Romana reformada.
¿Es una perspectiva o cosmovisión, más allá de lo dogmático que me es ajeno, en la que la universalidad de la Iglesia se alcanzará partiendo desde sus iglesias particulares y encontrando entre estas un sincretismo de laboratorio?
Juan Pablo II, quien vive en carne propia el terremoto de la disolución de la URSS y ve como esta se hizo añicos – en procura de atar al mundo y a los exsoviéticos alrededor de otro universal menos geopolítico, el del respeto a la sacralidad de la persona humana, ofrece una consideración vertebral al firmar su Constitución: “Era necesario tomar conciencia … de las necesidades de las iglesias particulares” pero a través “de un juicio verdaderamente universal”.
– “Unidad dentro de la diversidad de los distintos modos de ser y de obrar según la variedad de personas y de culturas”; … con tal “que no nazcan intentos aislacionistas y centrífugos de separación mutua”, es el criterio que afirma, apostando al “ministerio de unidad” confiado al Romano Pontífice.
Edificar a la Iglesia en el mundo, se propuso Pastor Bonus, el texto del Papa fallecido desde una perspectiva evangélica que se realiza, justamente, en “la constitución jerárquica de la Iglesia, a la que el Señor dotó de naturaleza colegial y al mismo tiempo primacial”.
El Colegio de los Obispos “en cuanto compuesto de muchos, expresa – según Juan Pablo – la variedad y universalidad del Pueblo de Dios: y en cuanto agrupado bajo una sola cabeza, (asegura) la unidad de la grey de Cristo”. Así, la premisa constitucional que ve a la Iglesia como “instrumento de unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”, en apariencia daría paso a otra, más apegada a lo concreto del sufrimiento humano. Intenta, antes bien, edificar al mundo dentro de la Iglesia. La ciencia y la competencia se suman a la experiencia de lo pastoral. Son otros los tiempos, ciertamente.
Asdrúbal Aguiar
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