#OPINIÓN Por la puerta del sol (137) Asomados al vendaval #26Mar

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Esto dijo un viejo, «Puse la luz a un lado y en el borde de la cama me senté triste, mudo, sombrío, porque olvidé el valor del faro que señalaba el mejor puerto para mi tranquilidad»
(Bécquer)

Asomarse a la vida es ir mucho más allá de ella, es mirar como el gran sauce humano se inclina cargado de años y aumenta el caudal del río que baña sus raíces.

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Como dice el poeta Faillace; asomarse a la vida es confirmar a cada paso que el alma es una cuerda que espera ser tañida. La vida entera va uno asomándose en otras cosas, cultivando el alma como lo único real de la existencia y venerando el cuerpo como la carroza que lleva al horizonte sin fecha en el calendario, porque el asomado es joven hasta la muerte, la dobla del espíritu no se arruga ni se gasta y porque aunque el éter es invisible en el tragaluz de la ventana cada uno cotiza su propio vendaval.

El tema de la tercera edad (cuya expresión ofende) parece un disco rallado, aunque no lo es, porque siempre estará allí el viejo abandonado, el execrado, el desecho al que nadie presta atención ni respeta.

El hombre que ha vivido dando todo el tiempo no es un desecho, aunque no tenga el reconocimiento del Estado, la comprensión de la familia, una pensión decente ni la protección de un seguro que le permita vivir los últimos años con algo de tranquilidad.

A unos viejos les quitan la pensión abusivamente sin explicación, los bancos les cierran la puerta cuando de un préstamo se trata, los que llegan con su gandola cargada de años todo les es negado, envejecen abandonados de todo y de todos. El que tuvo buenos hijos nunca estará solo ni abandonado.

Ante la abrumadora y cruel indiferencia del mundo, de los gobiernos y hasta de su propia familia, al viejo solo le queda no rendirse, seguir luchando para tratar de nivelar sus cargas, si es que puede penetrar esas tinieblas del corazón humano que le perfilen siquiera la silueta borrosa de un futuro halagador para el que aunque fue amigo para querer, para servir, para apoyar, para compartir y dar a todos, hoy no encuentra cariño, dolientes ni amigos en su ocaso, los que se fueron cuando quedó sin dinero que ya no pudo compartir con ellos…

A estos viejos solo les queda la esperanza, esa gracia fecunda que ilumina y perfuma lo terrible. El gran temor de muchos es llegar a viejos y morir solos, solos, terriblemente solos…

Amanda N. de Victoria

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