El cambio que proponemos para Venezuela es un cambio hacia adelante. No se trata de regresar al pasado, se trata de avanzar hacia un futuro de progreso y de bienestar para todas las familias venezolanas.
Desde el punto de vista cultural hay tres cambios fundamentales: 1.- De la cultura de la confrontación y del pleito inútil, a la cultura del diálogo cívico, del entendimiento fecundo y de la búsqueda de consensos para resolver los problemas del país.
2.- De la cultura del rentismo petrolero y del gigantismo estatal, a una cultura del trabajo útil, de la producción, de la productividad y del ahorro. No es posible ni aconsejable regresar al modelo del rentismo petrolero. Gracias a la renta petrolera y al enorme ingreso fiscal del que pudieron disponer nuestros gobiernos, Venezuela se convirtió en una nación sostenida por el estado, por la renta fiscal.
La Venezuela del futuro debe ser un país en el que los ciudadanos con su esfuerzo, con su capacidad para producir bienes y servicios, con su productividad generen unos ingresos que permitan pagar impuestos razonables para financiar el gasto público. No es el estado el que debe mantener a los ciudadanos, son los ciudadanos los que deben mantener al estado.
Este cambio representará mucho en la relación entre los ciudadanos y el estado. Ya no será el imperio del abuso de la autoridad, del atropello y de la arbitrariedad, sino un estado moderno en donde quede perfectamente claro que el estado existe para servir a los ciudadanos y no al revés.
3.- Por último, el otro cambio cultural que promovemos, es el de avanzar de la cultura de la corrupción a la cultura de la rectitud, de la responsabilidad ciudadana, del cuidado de los bienes públicos. En Venezuela siempre hemos tenido corrupción. En los últimos años, sin embargo, la corrupción ha llegado a niveles escandalosos e intolerables. El modelo rentista petrolero vino acompañado de una inmensa cantidad de corrupción, de despilfarro de recursos, de gastos innecesarios y de abandono de las verdaderas prioridades para la gente y para la comunidad.
La cultura de la rectitud supone un gran esfuerzo educativo por parte de toda la comunidad, no solo el estado y las escuelas públicas. Deben incorporarse también las familias, los gremios profesionales, los sindicatos, las universidades, el sistema educativo en general y, sobre todo, los medios de comunicación social. Una democracia moderna, sin corrupción, con respeto a los derechos humanos, con justicia social y con valores y principios es nuestro ideal.
Seguiremos conversando.
Eduardo Fernández
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