#OPINIÓN Domicilio entre los Juncos (Parte I) #28Feb

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A la memoria de los Germán (padre e hijo) y la flia. Perger Carreño

“El infinito es un Junco”

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Irene Vallejo

“Sé flexible como el Junco…

…No tieso como un Ciprés”

Talmud 

Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte… 

…Soy como el Junco que se dobla pero siempre sigue en pie.

Anónimo

  1. La Dimensión Desconocida y la República Invisible

Desde el ventanal la sombra prieta era un guachimán sin facha manchando la noche. El frío se almacenaba como niebla en la marco del tragaluz. En el Junco la nevera navideña mantenía aires de un oso polar. Los fríos calaban el esqueleto como taladros con mechas de hielo. En la madrugada había que echarse un edredón del grueso de un chavista enchufado, y cuidado si no de dos. Por la marquesina de perspectivas pensé en dos categorías humanas, ante la glaciación oficial. Los que ante el asombro del frío y la duda son callados y serenos, y los que ante igual asombro de frízer, no paran de conversar. En ésta última casilla, parece ser que me encuentro apropiadamente ubicado. 

Lo que creo descubrí en una de esas noches heladas fueron las semillas dispersadas en el terreno extraño del encéfalo llamado la dimensión desconocida. Las simientes fueron pequeñas crónicas modificadas con el tempo y el repaso, aderezadas por el ensueño de una presencia semiconsciente… ¿Qué diablos expresa la existencia semiconsciente?…

Así me encontré de nuevo ante esa claraboya nocturna con un cielo para hechiceros con recado de nube espesa como duda indigesta que tupían de coraje y sembraban desvelos. La casa del Junco de mi tío político German, (un austríaco sobreviviente de la 2da. Guerra mundial con expediente de vida que daba para enciclopedia de varios tomos, era el esposo de mi finada tía Evelia, una de los tres hermanos de mamá) era una casaquinta de calidad al lado del hoyo Nº 2 del campo de golf del Club de la Urbanización con el mismo nombre, Club Social El Junco, en la Urbanización El Junco, donde me tocó ir en algunas ocasiones en épocas decembrinas cuando aún mi primo Germancito era un mozo de cachetes rosados, extremadamente reservado. La muerte todavía no tentaba su latiente aldabón de vida.

En orden cronológico mis tíos maternos eran, Evelia, Antonio, Carmen y Rosita. El  tío político German tipo de corte prusiano era un austríaco de postguerra con síndrome post traumático y temperamento estricto e íntegro como el acero, pero objetivo y dúctil como un Junco. Apenas recuerdo pasajes aislados de las cenizas, la negrura y el recuerdo revivido del mundo semiconsciente. Esa dimensión olvidada de sí mismo o lo que es lo mismo decir, esa provincia de uno mismo que con intestina frecuencia es indivisiblemente desconocida.

Mi tío Antonio fue un militar de la armada. Como oficial de carrera era un personaje con lo castrense incrustado hasta los huesos por lo que siempre simpatizó con la revolución bonita, como decía, imitando al comandante galáctico. Por supuesto ningún familiar de la onda democrática avalaba esa postura ingrata. Pero en ese entonces era un demócrata sin preparación política suficiente como pasa a gran parte de la oficialía de las fuerzas armadas nacionales aun sin llamarse bolivarianas cosa que suena insólita considerando que éstas fuerzas castrenses pasaron de cuerpo beligerante a ser igualmente cuerpo deliberante.

Luego estaba tía Rosita. La querubín de la familia, religiosa extreme y cultora como mamá de la etiqueta y el civismo con lo de “El Manual de Urbanidad y Buenas Maneras de Manuel Antonio Carreño (1853) y por coincidencia con igual apellido materno. La nona había tenido sus 4 hijos de padres distintos. Mamá no excusó el gazapo y la castigó por sus tibiezas de doncella con escasa malicia en la jurisdicción de Villa de Cura donde la abuelita Liliana viviría sus experiencias de soltera. 

Liliana había sido víctima de la fragilidad de la mujer de provincia y de un instinto reproductivo intachablemente genuino para cualquier joven de cualquier época. Eso de ser madre lo hizo asaz bien considerando la pobreza y su condición limitante para la educación formal a la que no obtuvo acceso a no ser de manera autodidacta. La abuela era una épica superviviente de una nación con intereses creados, y sin gusto para gerencias apropiadas en democracia representativa. Todo aquello bastó para valer el fenómeno chavista con el pasar de los años por la mala gerencia social de la IV república. Lo triste es que nada ha sido peor que la V república, conocida como la anti-república o la república invisible.

  1. La Niebla y la Loba

La quinta Evelia en el Junco, era una casa cálida de dos plantas sobre una loma que admitía ver el camino bajando frente al patio de grama japonesa a la entrada de la estancia, junto el aparcamiento para dos vehículos, embaldosado con caicos colombianos y frente al Green del hoyo Nº 2 del Campo de Golf. Por dentro era como ir a visitar un museo; repleta de cuadros de tío, gran coleccionista de obras de arte y estampillas valiosas por espontánea afición a la filatelia y a lo mecenas del arte. Los cuadros eran tantos que sólo mantenía los icónicos de la colección en la casa lo que dejaba pocos espacios vacíos en las paredes del hogar; el resto de las obras permanecía en una bóveda de banco a buen recaudo. Un festín hubiesen hecho los chavistas echándole la mano a la propiedad privada del austríaco prusiano de haber vivido en la época. Como dicen los entendidos: para el sedicente, “lo que no se hereda, se hurta”, para el demócrata, “lo que se hereda, no se hurta”.

Las pinturas de todo tamaño (pastel, óleo, carboncillo, creyón), frisaban las paredes del hogar con artistas criollos célebres como Arturo Michelena, Pascual Navarro, Federico Brandt, Luis Guevara Moreno, Juan Vicente Fabbiani y otros pinceles de renombre. Luego de pasar el recibidor, al fondo del pasillo, más allá de la escalera, escoltado por decenas de cuadros, y a otro nivel el refectorio para 6 comensales con la cocinilla a la diestra del padre. Al lado de la entrada estaba el cuarto del huésped que también fungía de salón para ver tv con sofá/cama transformer. Ese cuarto fue inmemorial porque allí vimos juntos el aterrizaje a La Luna lo que suscitó lágrimas en los ojos de la abuela quien vivió para ver aquél hecho histórico del año 1969 cuando el hombre logró la hazaña de alunizar en el satélite terrestre. 

A la izquierda de la entrada de la casa quedaba el salón principal con seria chimenea chispeando y crujiendo sus troncos ígneos calentando la estancia agradablemente, mientras los humos escapaban a la atmósfera por la chimenea. En el entonces, las emisiones de gases invernadero para el problema del cambio climático eran ciencia ficción. Ni siquiera existía el término contaminación, el cual fue precedido por su antecesora sentencia la polución. En aquél lugar tío G me ponía a leer de la biblia frente a los presentes: los evangelios, epístolas y apocalipsis y del antiguo testamento, Pentateuco, Sapiensales y Proféticos, incluso textos canónicos del Judaísmo, los apócrifos de Ezequiel y Enoc y hasta el Deuteronomio. 

Como toda buena casa que se respete había un patio trasero, un solar en el techado y un balcón que daba a una quebrada tupida de vegetación. También había flora colorida con trinitarias multicolores fucsia y carmesí y cayenas rojas y sonrosadas, bambúes como arroz y maleza por doquier. No podía faltar la fauna de la casa con un perro histérico alimentado con carne cruda para defender el hogar de amigos de lo ajeno, un gato tuerto que había sido cegado por un mordisco de Blitzie (el pastor alemán enajenado por encierro y alimento para perros asesinos) y dos canarios que no cantaban del frio tan voraz, (si no es que estaban ya congelados) que permanecía día y noche, sobretodo de noche y ni hablar de madrugada que hasta escarcha había en las ventanas, muy ahumadas por la calefacción interna de la casa.

El Junco físicamente era una selva montañosa tropical con fauna y flora abundante. Y tan neblinosa que parecías estar navegando en un barco fantasma. A veces íbamos al caer la tarde a pasar un rato en la estancia del Club donde conocíamos a gente de la localidad y chicas con esperanza de entrar en calor. Recuerdo vagamente a la muchacha que me movió el piso de la gana para entrar al calor corporal de un beso. El primer besuqueo, se comenta con derecho, son los mejores del mundo. Loreley era esa chica de energía geotérmica en los belfos que ajustaban mi emocionalidad bucal. Uno cree que la boca-nada no tiene corazón pero se engaña. Hay que sumar a la experiencia el frío labial y la bruma densa que hacía de las circunstancias sutiles un acto psicodélico fosforescente de los años de la Beatles-manía.  

Besarse era un lujo que podía extenderse algunos Mississippi. Y se complicaba a la enésima en un entorno hermético por el celaje. Más de una vez, en el ardor de un baboseo, topamos con perros salvajes como coyotes y bestias fantasmagóricas que supervivían entre los boscajes aledaños a la urbe, pasando con cautela el camino de una vereda a otra para no ser notados o advertidos lo menos posible. Los mimosos fuimos como lobos queriendo no ser notados. El crepúsculo, la niebla y la pasión eran cómplices de la noche. Las lobas ya lo sabían. Los lobos lo intuíamos. De loba a lobo los aúllos expelían el escrutinio de la pasión.         

  1. La sabueso de Loreley

Como suele suceder la loba llevó la delantera. Uno apenas siente su rastro. Loreley era una sabuesa capaz de olfatear un tuso baboso a leguas de distancia. Los canes babeantes no son diestros en asuntos de saliva y labio emocional intensivo. Nada era tan crecido como la bemba colorá. Loreley era hija de teutones bávaros y como típicos alemanes le llamaron del germánico Lorelei, que significa “roca de piedra lustrada” o “persona insidiosa”. Pero había algo más. Lorelei fue un personaje legendario; una hechicera que vivía sobre un risco al lado del Rin enamorando a los marineros que derivaban por el afluente teutón. 

Lori, como le decíamos abreviando su nombre con un toque de sensualidad, era una chica que nos traía lengua fuera. Algo en ella era natural, brotaba como un géiser. Un vapor envolvía su cadencia núbil. Y un volcán emergía del impulso instintivo nuestro. Las lavas lobunas derretían todo a su paso dejando cubierta la voluntad corpórea de la bestia nivelada con las feromonas. El relámpago de un besote, es la corriente alterna de Tesla y la corriente continua de Edison, juntas. Un electrocute emocional que liquida, sin matarte físicamente.

Las horas no transitaron en el brete de los gruñidos, dentelladas, babas y escarceos de licántropos en celo. Todos trasladamos un lobo adentro ¿quién prevalece entre el bueno y el lobo feroz? preguntó el lobato al lobo brujo ¡El que alimentes! dijo el brujo de la tribu. La orbita es diferente cuando entras en asunto carnal. La loba se agazapa y muerde. El  lobo mordisca dejándose morder. Los dientes poseen su trabajo molar en los caninos y los ceden con medida prudente. El hombre se transforma en lobo y la mujer en zorra cuando el apareo es fugaz. Por el contrario el hombre lobo y su hembra loba se hacen pareja vitalicia una vez que se muerden emocionalmente. Aun así, cada lobo aúlla su encierro nocturno, solitario.

Marcantonio Faillace Carreño

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