Por: Susana Reina
En estos días hablaba con una amiga sobre los efectos que tuvieron sobre las familias las medidas por confinamiento que tomaron los gobiernos durante el 2020 y 2021. Ella es una mujer acostumbrada a tomar las decisiones en el espacio privado de su hogar, en una clase media sin grandes compromisos financieros pero también sin grandes lujos.
En su casa viven de los ingresos profesionales de su marido y del alquiler de un apartamento. Tiene dos hijos adolescentes y un tercero más pequeño que le ocupa mucho tiempo de su semana habitual.
No tiene quejas, pero estaba completamente desacostumbrada a tener a su marido todo el día en la casa, por aquellos días de cuarentena y toques de queda. Me decía que ni los domingos pasaban todo el día juntos, porque él solía visitar a su familia y ella sólo algunas veces lo acompañaba. Le pregunté sobre las tareas de la casa y ella, ajena a los planteamientos feministas sobre este tema, ante la idea de que su marido lavara su propia ropa sólo se reía. Él a veces se animaba a cocinar, pero el desastre que dejaba en la cocina les tocaba a ella y su hija mayor.
Las tareas domésticas son ejemplo cotidiano de una especialización del trabajo con marcados matices de género.
Si el grueso de los hogares tiene al varón o a ambos trabajando en la calle y de repente ambos deben estar en casa, ¿se repartirán homogéneamente las tareas de cuidados? ¿O será más común que la mujer siga recogiendo y sacudiendo la casa, lavando la ropa y haciendo la cena, además de ahora dar clases a los hijos y atender remotamente su trabajo? ¿Qué tan habitual será ver a señores “fastidiados” frente al televisor, incrédulos ante la ausencia de sus espectáculos deportivos favoritos, esperando que les sirvan el almuerzo?
Los hombres empleados y con trabajo formal siguen siendo abrumadora mayoría en hogares en los que sólo uno de los miembros de la pareja heterosexual trabaja. En los hogares donde ambos trabajan, la sobrecarga de horas vinculadas a los cuidados del hogar y las atenciones a niños y adultos mayores suele recaer mayoritariamente en las mujeres.
En las encuestas oficiales de uso del tiempo realizadas por los gobiernos de América Latina puede constatarse que en la mayor parte de los países la proporción de tiempo dedicado a quehaceres domésticos y cuidados no remunerados de las mujeres triplica el de los varones.
El Banco Interamericano de Desarrollo registra un alto porcentaje de mujeres de la región con trabajo informal o a tiempo parcial para poder conciliar trabajo y familia, comparado con sus pares masculinos.
En promedio, 73% de las mujeres hacen labor doméstica sin paga.
Estadísticas mundiales de todo el planeta confirman una y otra vez que las mujeres ganan menos que los varones, hacen más trabajo doméstico no remunerado, enfrentan tasas de desempleo más altas y son más pobres, ganan menos dinero, son dueñas de menos propiedades y poseen menos riqueza cuando se jubilan.
Aunque tienen más estudios que los hombres, enfrentan más obstáculos para llegar a lugares de poder. Estos datos no los recogen gobernantes ni decisores de políticas públicas, a pesar del enorme impacto que tiene en la sostenibilidad del modelo económico a largo plazo.
El deber ser de las mujeres lo marcan los estereotipos sexistas
Intentar crear un balance sin distinciones de género, se labra cotidianamente en medio de la idealización del hogar con una mujer feliz, callada, sumisa, arregladita y feliz en espera de su marido proveedor.
Las feministas no tenemos nada en contra de una mujer que desee parir y priorizar su condición de madre por encima de su desarrollo profesional o empresarial en lugar de compartir tareas con su pareja. El modelo es válido siempre que surja de la absoluta libertad de elección, en condiciones y proporciones semejantes a las que podrían llevar a un hombre a acompañar desde la casa la carrera profesional de una mujer mientras él se dedica a los cuidados de los pequeños y los mayores.
Sin embargo, la conducta observada en la mayor parte de las sociedades del planeta demanda una gran cantidad de esfuerzos para reducir, reconocer y equilibrar las cargas domésticas y romper el estigma de las mujeres que no comulgan con el modelo tradicional, de base esencialista y religiosa.
En tiempos de coronavirus, quienes acceden a redes y quienes estén convencidos de que el mundo debe aprovechar la crisis para avanzar como sociedad, no sólo para evitar el impacto de nuevas morbilidades como esta pandemia, sino para cuestionar seriamente la morbilidad emocional y social de raíz sexista, debería movilizarse y practicar modelos más equitativos, inducirlos desde la comunicación familiar temprana, desde el sistema educativo formal (especialmente en preescolar y básica) y desde el espacio de la salud familiar con el que se inicia la seguridad social.
Mi experiencia es que, si no exigimos incorporar perspectiva de género en este y otros problemas sociales, las respuestas que ofrezcamos como solución a la crisis siempre serán limitadas. Abramos espacios de asistencia social en línea para que todos, mujeres, hombres, adolescentes, niñas y niños, conversemos sobre el necesario equilibrio de la carga doméstica y los cuidados, como tarea prioritaria ahora y después de superada esta pandemia.
No permitamos que esta pandemia ni otra crisis refuerce y amplíe las brechas de género.
Leer más: www.lawebdelasalud.com