#OPINIÓN Stalingrado: En historia nunca concluye una investigación #14Feb

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Lo dijo Marc Bloch

Quien piense que en la labor de nosotros los historiadores se puede dar por concluida y agotada una investigación puede estar completamente equivocado. Un fenómeno histórico nunca puede ser explicado en su totalidad. Esta es una afirmación del gran historiador francés Marc Bloch (Apología de la historia) quien fue asesinado por los nazis en 1944. Los hechos históricos están allí, inconmovibles, y nada los hará cambiar, sucedieron y ya, pero lo que sí cambia constantemente es la manera de abordarlos, lo que ocurre gracias a nuevas herramientas conceptuales, a nuevas circunstancias políticas o al aparecimiento de nuevas fuentes y repositorios. 

Cuando escribo estas líneas siempre recuerdo al eminente historiador británico Edward H. Carr, quien nos advertía en su imprescindible, ya clásico libro ¿Qué es la historia? (1961) que la República de Weimar (1918-1933) no tuvo diplomacia con la Unión Soviética porque los archivos contentivos de tal información maliciosamente desaparecieron. Cuando fueron recuperados esos repositorios, secuestrados por la hipocresía, el polvo y la polilla, hubo que rescribir la historia de ese difícil periodo de Alemania tras la derrota en la Primera Guerra Mundial. Se descubrió que, en efecto, hubo una activa y programada política de acercamiento de Weimar para con el país de los bolcheviques, una nación paria en ese entonces.

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Stalingrado

He pensado durante mucho tiempo que el más grande acontecimiento bélico de la historia de la humanidad ha sido la Batalla de Stalingrado, brutal, inmensa, descomunal hecho de guerra que comienza el 21 de agosto de 1942 y culmina con la derrota de la Alemania nazi el 2 de febrero de 1943, cuando se rinde el Mariscal Friedrich von Paulus a las heroicas fuerzas del Ejército Rojo. Fueron 200 terribles y fatídicos días que dio como saldo impresionante a más de 2.000.000 de bajas, heridos, desaparecidos y desplazados, que hizo cambiar de curso la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Fue el comienzo de la derrota del nazismo que tenía de rodillas a Europa entonces. Quedó demostrado ante la sorpresa del mundo que la Wermach, la poderosa, eficiente y bien equipada máquina de guerra nazi era capaz de sufrir una humillante derrota de la cual no se recuperaría jamás a partir de allí. Había llegado al límite de su capacidad material y humana. La “guerra relámpago o blitzkrieg” que abatió a Francia, Holanda, Bélgica, Grecia, Hungría, Libia, Túnez, Noruega, Yugoeslavia, Dinamarca, Bulgaria, Bielorrusia, Ucrania y Polonia en pocas semanas mordió el polvo a orillas del Volga. 

Mucho se ha escrito desde entonces de la Batalla de Stalingrado y de la Segunda Guerra Mundial desde la óptica de Occidente, una visión sesgada e interesada de este hecho que ha significado el comienzo en que los comunistas soviéticos salvaran, ¡oh paradoja!, a su enemigo histórico: el capitalismo, según afirma Eric Hobsbawm (Historia del siglo XX). El dictador soviético, Joseph Stalin, ha sido objeto de semejantes e interesados sesgos. No negamos que fue el georgiano un hombre cruel y sanguinario, que industrializa y colectiviza a sangre y fuego su país campesino, realiza las grandes purgas de la década de 1930, pero que también fue uno de los artífices de la derrota aplastante de los insensatos y esquizofrénicos planes de Hitler de dominación planetaria. Es la Unión Soviética y no Inglaterra y Estados Unidos quien verdaderamente vence a la bestia parda del nazismo. 

Una nueva historia

Ha sucedido algo insólito, que ha movido a una intensa reflexión al mundo historiográfico, un joven historiador germano, Jochen Hellbeck (1966) que labora en los Estados Unidos, ha tenido acceso a una documentación que hasta ahora permanecía como secreta, olvidada en lo profundo de los Archivos de Moscú. Con unas 215 entrevistas hechas por los historiadores de aquel entonces, liderados por el historiador judío Izaak Minz, a los actores directos, hombres y mujeres, de ese colosal drama humano ocurrido hace 80 años, escribe Hellbeck un libro que ha tenido enorme repercusión: Stalingrado: La ciudad que derrotó al Tercer Reich, al que le seguirá otro de igual factura: Los protocolos de Stalingrado (Galaxia Gutenberg, 2018. 635 páginas).

 El Ejército Rojo deja de ser en esta obra de gran éxito una impersonal cifra de números y de estadísticas. Por el contrario, se centra en los actores de carne y hueso que sufren, sueñan, mueren y ríen en ese escenario dantesco que ojalá no se repita nunca. Humaniza y dice nombres de los participantes de esta Batalla que tuvo lugar en los más duros e intensos días de frío siberiano. Los verdaderos protagonistas de esta “Guerra de Ratas” o guerra de callejones, azoteas y sótanos que condujo a la total aniquilación de la ciudad no son tanto oficiales de jerarquía, capitanes, coroneles, generales. Son campesinos de las distintas nacionalidades soviéticas: kazajos, mongoles, ucranianos, azerbaiyanos, armenios o kirguises. Los auténticos protagonistas serán de manera definitiva ellos: los combatientes, que no son bloques compactos de hombres sin rostro o simples y deshumanizadas cifras. 

Dejemos que sea el propio Jochen Hellbeck quien explique el objeto de su estudio: “Con este coro de diferentes voces soviéticas de la guerra como protagonista, este libro permite a los lectores imaginar por primera vez a los soldados del Ejército Rojo y otros defensores de la ciudad como personas que piensan y sienten. Dando presencia a estas voces, el libro representa una gran aportación a la literatura sobre la Segunda Guerra Mundial que, en parte por la falta de acceso a documentos personales, retrata al Ejército Rojo como una maquinaria despersonalizada y a menudo se alimenta de tópicos sobre «el soldado ruso» carentes de una base real.”

“El libro también sirve de contrapeso a los numerosos estudios sobre Stalingrado que en gran medida presentan el choque a través de los ojos de los alemanes que quedaron atrapados en la ciudad después de la gran contraofensiva soviética de diciembre de1942. En cambio, las entrevistas de Stalingrado muestran con apasionante y minuciosos detalles cómo y desde qué posición entendieron la batalla los ciudadanos rusos y de otras nacionalidades”.

Esos intensos y cercanos relatos constituyen el núcleo de la obra y sobre ellos se construye el muy original libro. Algunos son más extensos, otros más breves y de todos se extracta la información que Hellbeck considera más pertinente. La suma de esas partes de un mosaico nos ofrece una visión de conjunto de la épica Batalla y de cómo la vivieron sus participantes. Más allá de las proclamas políticas (muy escasas) y de la interpretación personal de cada testigo, las entrevistas recogidas muestran el día a día de la batalla, las penurias, las heroicidades, las rutinas y los anhelos de quienes durante seis largos y extenuantes meses soportaron el peso de la defensa de la ciudad del Volga.

 La batalla de Stalingrado

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A través de sus descripciones nos imaginamos el horror de la guerra y la capacidad del ser humano por sobreponerse a las situaciones más desesperadas. Al mismo tiempo, nos ayudan a entender algunas de las grandes preguntas sobre Stalingrado: ¿cómo fue capaz el Ejército Rojo, un ejército de campesinos, de imponerse a un enemigo considerado superior en planificación operativa, disciplina militar y técnicas de combate? ¿De qué recursos se valieron los defensores de Stalingrado para parar los pies a los invencibles alemanes que hasta ese momento habían tenido a Europa a sus pies? Los soviéticos inventaron apresuradamente un tipo de guerra a la que no estaban acostumbrados los invasores, la “guerra de ratas” y estaban dotados de un inconmovible patriotismo que venía de tiempos de Alexander Nevsky e Iván el Terrible. “El Ejército Rojo era un ejército del pueblo, un ejército político, fue por obra del engranaje entre la sociedad y el partido que se formó esa valentía y esa voluntad de sacrificio del Ejército Rojo”. dice Hellbeck.  

“Los guías políticos que trabajaban en el frente, agrega el historiador germano, daban discursos apasionados en la trinchera y salían a pelear para mostrar cómo hacerlo. Llevaban un práctico maletín de “agitación”, que se abría como un cofre, con el juramento militar bordado en seda, los retratos de Lenin y Stalin, libros, panfletos y planos militares, además de juegos de dama y dominó. Durante el día se resistían hasta 25 ataques del enemigo, y no debía faltar la distracción, ni los 100 mililitros de vodka por cabeza.”

Poner el eje del relato en los hombres ayuda a comprender mejor las penurias de la guerra, a conocer el desarrollo de la Batalla en primera persona y a descubrir el sentimiento que recorría el mundo cuando se convirtió en inmenso campo de batalla. Pocos trabajos son tan intensos y tan cercanos como el texto que nos ofrece el historiador germano. Si bien la derrota nazi en Stalingrado alteró el destino de la Segunda Guerra Mundial (y de toda la humanidad), para quienes combatieron en ella se trató de un ejercicio de supervivencia, de lucha contra el enemigo y contra las adversas condiciones climáticas. Nos hallamos ante un retrato de la muerte, pero también de la vida y de cómo el hombre puede sobreponerse a las dificultades más insalvables.

La victoria sobre Alemania nazi costó la vida a 25 millones de seres humanos a la Unión Soviética en lo que la propaganda comunista llamó Gran Guerra Patria. Stalingrado es a los alemanes lo que Vietnam es para los Estados Unidos. Hogaño la amenaza de una guerra contra Rusia parece comenzar por Ucrania. Ojalá no sea más que una falsa alarma. Eso esperamos.

Luis Eduardo Cortés Riera

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