Formo parte de una de las últimas generaciones de venezolanos que fueron arrullados por sus madres con las mismas viejas canciones con la que sus madres y abuelas también fueron arrulladas. Nos alimentamos de sus pechos mientras nos inducían al sueño susurrándonos al oído la melodía del himno nacional pero con una letra diferente, en la que se detallan las labores domésticas que le aguardaban una vez que el niño cayera en sueño profundo.
Duérmete mi niño,
que tengo que hacer,
lavar los pañales
y sentarme a coser.
A partir de esos primeros acercamientos a la música, el día a día de los niños estaba impregnado de melodías que los acompañaban en todas sus actividades, bien en la escuela o en su hogar. De letras muy sencillas, fáciles de recordar y repetir, la mayoría de estos cantos, rondas, rimas, diversiones y otros géneros asociados, buscaban ofrecer a los pequeños información puntual sobre el conocimiento de su entorno inmediato, los introducían en la práctica de los valores éticos, morales y familiares a la par que les permitía desarrollar sus aptitudes musicales desde edades muy tempranas.
Buena parte de la información que se transmitía a través de estos cantos estaba sustentada por imágenes familiares ya que fueron extraídas del contexto más cercano, valiéndose de paisajes, personajes, objetos, animales, plantas o comidas conocidas por todos. Es por ello que encontramos versiones diferentes de la misma canción en otros países o, incluso, en regiones distantes de un mismo territorio, ajustando convenientemente los textos a los referentes propios del lugar. Ejemplo de ello, la conocida ronda Arroz con leche que en algunos contextos se transforma en Arroz con coco.
Otra conocida canción de cuna venezolana, recopilada por el maestro Vicente Emilio Sojo, introduce en su texto dos importantes elementos de la dieta cotidiana de los habitantes de muchos de los pueblos de la región andina:
Dormite mi niño
que estás en la cuna,
que no hay mazamorra
ni leche ninguna
Dormite mi niño
que estás en la hamaca,
que no hay mazamorra
ni leche de vaca.
La popular rima Arepita de manteca, que “aprendían” los niños venezolanos en sus primeros meses de vida, los vinculaba desde esa tierna edad con uno de los alimentos ancestrales que los acompañaría a lo largo de toda su vida como lo es la arepa. Con un ritmo acompasado, se estimulaba al infante a imitar, con sus manos, el movimiento con el su madre le daba forma a la masa de maíz para elaborar las redondas arepas al son de:
Arepita de manteca
pa’ mamá que da la teta
Arepita de cebada
¡pa’ papá que no da nada!
Por allí leí que “somos de arepitas y desde pocos meses de vida cantamos a las arepitas y las hacemos con nuestras pequeñas manitas, porque somos hijos de las arepas. ¿Será que cada venezolano ciertamente nace con su arepa bajo el brazo?”
Dos pintorescos personajes protagonizan las dos siguientes historias gastronómicas contadas a través de canciones infantiles. El primero de ellos es el pobre Negrito Con, quien se quemó al intentar comer con las manos un arroz extremadamente caliente. Más allá de la forma anecdótica como se narra la historia, promueve entre los niños los buenos modales a la hora de comer y el cuidado al ingerir alimentos calientes:
Estaba el negrito con
Estaba comiendo arroz
EL arroz estaba caliente
y el negrito se quemó.
La culpa la tuvo usted
de lo que le sucedió
por no darle cucharilla,
cuchillo, ni tenedor.
Cómo no hablar de María Moñitos, cuando de comida se trata:
María Moñitos me convidó
A comer plátanos con arroz,
como no quise su mazacote
María Moñitos se disgustó.
Petrona Concha Natividá
come chorizo sin cociná,
chupa bagazo, come cochino
y come ají sin estornudá.
En esta historia aparecen tres personajes: quien la narra, María Moñitos y Petrona Concha Natividá. El autor nos da suficiente información en este breve texto para hacernos un retrato de los dos personajes centrales. Por un lado tenemos a una joven, por lo visto peinada de una manera muy llamativa, con pocas habilidades en la cocina, de mal carácter y que reacciona de manera airada ante el rechazo. Su invitado se queja de la mezcla “mazacotuda” que le sirve lo que le produce un gran disgusto a la inexperta cocinera. Por otro lado tenemos a Petrona, que a decir del texto de la canción tiene hábitos alimenticios poco refinados además de un envidiable sistema digestivo.
Por último recordemos a un personaje que, para ser inanimado, es muy hacendoso. Se trata de un monigote, es decir, un “muñeco o figura ridícula hecha de trapo o cosa semejante.” según el Diccionario de la Lengua Española. Para encontrar rápidamente comprador para este monigote se destacan sus frugales hábitos alimenticios y sus diversas habilidades en la cocina:
Cómprelo, Doña Juana,
que le vendo cosa buena,
él se alimenta con ñame,
con batata y berenjena.
Sabe poner las topias
y el budare en la cocina
Sacar el yare a la yuca
Y a abombar la crinolina
Corta leña en el monte
Casca miel en la colmena
Roba caña en los tablones
Y al corozo, desmelena
Aquí está mi monigote.
Del texto de esta canción nos llegan voces lejanas que han perdido sentido entre muchas personas de las modernas generaciones acostumbradas a los electrodomésticos y los servicios delivery. Las topias son las piedras que sustentan las ollas o calderos sobre fogón en las cocinas de nuestros pueblos. Un budare es un utensilio circular elaborado con hierro o barro cocido que se usa para cocinar sobre el fogón u hornillas. Ya no hay que ir a cortar leña porque las modernas cocinas funcionas a gas o con electricidad. Tampoco se casca miel de las colmenas silvestres porque la moderna industria apícola ofrece los productos derivados ya envasados.
Mi generación jugaba en las calles de la vecindad al compás de sencillos cantos que aprendíamos en las escuelas o con los amigos de la cuadra. Solíamos entonar, con nuestras pueriles voces, los villancicos navideños mientras los adultos montaban el pesebre en las casas o colegios. Una infancia llena de referencias musicales ¿Qué sería de ese extenso repertorio infantil atesorado en viejos discos de acetato y en la memoria de algunos venezolanos? Ya los niños no entonan las rondas de antaño y, lo que es peor, no han sido sustituidas por nuevas canciones que les inculquen valores de vida y los vinculen de forma presencial con sus amigos más cercanos.
Miguel Peña Samuel