#OPINIÓN Las Casas de Las Palmas Floridas (Parte I) #7Feb

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A la familia y a la memoria de los finados

Puede que sea el gallo el que canta pero es la gallina la que pone los huevos

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Margaret Thatcher

El que quiera disfrutar de los huevos debe soportar el cacareo de las gallinas

Proverbio Italiano

  1. Descabezando Gallinas para Natividad y el Eje Interurbano

Manolo pasó a buscarme al apartamento en Los Palos Grandes con la camioneta de mis tíos. Eso hacía desde unos años todos los viernes y sin falta. Yo no fallaba asomar en el ventanal del edificio con igual nombre del conocido hotel en la Av. Libertador, residencias Crillón. Era Navidad y entre las caravanas de los seguidores para los próximos sufragios y los cohetes, martillos, y triquitraques ilegales humeando las casas decoradas por las fiestas navideñas el chófer del tío (Teniente Coronel ret.), gocho y rudo como Vascongado, cortaba el parietal a las gallinas desangrándolas sobre un tobo plástico para que a la postre fueran el consomé ritual diario en la mesa caoba que puntual nos congregaba tanto en la celebración de las festividad decembrina, como en el habitual almuerzo religioso de la morada familiar.

El sacrificio siempre ocurría en el traspatio de la quinta junto a la batea tras el portal de metal oxidado como fortín de tormento medieval. No me imagino a un grupo pro gallina defendiendo a las plumadas como sucede con el pavo el día de acción de gracia americano thanks giving day. Otro sacrificio político ocurría en las calles de la capital con el fenómeno electoral de la Campana con el ilustrado Arturo Uslar Pietri a la cabeza en la intención de voto a las presidenciales para la elección del 1º de diciembre de 1963 con el tema Arturo es el hombre con el que obtuvo 16.1 por ciento de la votación nacional, porcentaje fenomenal para un medio electoral como el nativo de mayoría simple en una sola vuelta de escrutinio. A la postre ganó Raúl Leoni en sustitución de Rómulo Betancourt continuando la tradición democrática de alternabilidad presidencial y se consolidaba la IV república.

Mientras tanto, las aves colgaban patas pa´ arriba con el parietal sanguinariamente cortado y el pretexto que al sangrarlas sabían mejor las sopas. Nada explica mejor nuestra crueldad muy humanitaria y cuánto de humanitario mantiene nuestro salvajismo. Manolo mascaba chimó al tiempo que descolgaba los mártires en filas indias sobre un palo cruento canturreando una indistinguible música gocha que bien sonaba a gentío chapoteando aguas. Más tarde mi primo me confesó que sospechaba que el chofer cantaba como para aparearse, y simulaba el beso húmedo que los sádicos conocen como chupón limpio o chupada blanca pues la chupada negra o chupón oscuro o sucio es un tanto más abajito en tierra de Ur-ano.

Siempre me pregunté por qué no pasa lo mismo con los pollos, pero luego se aclaró la incógnita al conocer un degolladero cuando estudiábamos para biólogos marinos que en broma nos decíamos los biólogos mariscos. Recordamos al andino vascuence dejando a las pobres gallinas resecas y sin sangre hasta que las entregaba a la mucama de la cocina para terminar con el descuartice que parecía no acabar ante la mirada atrapada de 2 jóvenes de 8 años como teníamos los futuros biólogos mariscos en tiempos de John Wincott Lennon.

La casa de mis primos era una quinta grande con cuarto techado para el automóvil, donde nunca se estacionaba la camioneta, jardín con grama china de entrada bien cuidada y el traspatio con casa de muñecas donde las cinco primas sirvieron sus primeras infusiones fingidas para huéspedes invisibles. Nosotros nos conformábamos con guindar las hamacas o los chinchorros en una parte techada del solar que aislaba la casa de la cañada donde un montón de ranchos con techos de latón y de carricitos indigentes jugaba al lado de un curso oloroso de agua servida, turbia e insalubre. La disparidad de la pobreza y nosotros era clara. 

En el hogar de 7 hijos, los padres se rodeaban de un ambiente de fervor religioso al punto de rezar el rosario íntegro con rondas de Padres Nuestros y Dios te salve María y los misterios cantados por mi tía, dilatados y latosos como un día asoleado en canoa. Mi primo y yo hacíamos acto de presencia obligatoria a la hora del Credo familiar y más de una vez nos reprendieron por ir fregando la paciencia, como niños que fuimos. Las niñas, por otro lado, tomaban la función en pleno silencio y recluidas en toda la liturgia. El acto duraba ¾ de hora apox. Todo un momento para la fiel digestión indigestándote de religiosidad.

La urbanización Las Palmas en la zona de La Florida, era como toda localidad de la capital bien particular. Solo por mencionar ciertas vecindades cercanas tenemos la Av. Cota Mil, el canal de televisión Venevisión, la fundación de Jesuitas Colegio La Salle, el colegio Inmaculada Concepción, y el Colegio Teresiano para damas, la Iglesia Chiquinquirá, la Hermandad Gallega, el Museo de Ciencias, El teleférico del Ávila, la Plaza Caracas, la Plaza Venezuela, la Torre Polar y la Phelps, la Sede del Episcopado, entre tantos otros. A decir de urbe, las Palmas desde la Florida, era todo un eje de interconexión metropolitana.

  1. El Vecindario de las Hormonas Alebrestadas y los Baby Boomer 

La quinta Moravia colindaba con la familia de los Calvo a la izquierda-Norte, de los Méndez Gimón a la diestra-Sur, al frente-Oeste con la familia Alfaro, y la quebrada de agua insalubre y ranchos de pobres al Este como ya se mencionó antes. Cada una de ellas llevaba su propia historia contigua. Los Calvo asumían una cercanía extrema pues apenas una malla ciclón separaba una casa de la otra. Una de las Calvo era asidua amiga de la menor de mis primas. Y recordé con nostalgia cuando la quinta fue derrumbada para construirse el primer edificio de la zona de quintas suficientemente cercanas a la Av. Andrés Bello, del que olvidé el nombre. En la propiedad horizontal sufrimos con propiedad vertical los primeros pininos de la testosterona y del influjo de alebrestadas feromonas de la femineidad núbil… 

A los Méndez Gimón, dueños de la Clínica tocaya y siendo los ricos de la cuadra, nos limitábamos a saludarlos a través del muro que delimitaba con el huerto de manga sin hilacha siempre raptando con impunidad los frutos que guindaban sobre nuestro patio sur, uniendo el jardín de entrada con el traspatio embaldosado de la casita de muñecas. Quizá, la quinta de los Alfaro era la más visitada por nosotros. Gonzalo, su hijo mayor, y también primogénito, era 3 años mayor que nosotros pero nos trataba como iguales, y nos invitaba a menudo a cazar roedoras en el lote trasero con fusiles de balín Flower 5 y ½ y palillos de dientes. Una muerte inhumana para las roedoras quienes sufrían horas atravesadas por mini flechas de madero, como son los mondadientes, usados como balín. Las ratas ignoraban por dónde llegaba la parca. La crueldad gestionada con Gonzalo avivaba la instalada en los genes y por las clases del chofer en nuestro recién estrenado y entrenado salvajismo feroz.

Así fuimos creciendo y no faltaron las lecciones bestiales de la testosterona y de la libido. A la flamante propiedad horizontal, se mudaron jovencitas de nuestra edad, salidas como balcón y metidas como blúmer. Las niñas asomadas desde el mirador del segundo piso a nivel con la segunda planta de la casa, no tenían reparo en coquetearnos. Tanto que se nos ocurrió la nada brillante idea de salirles en pelota desde la claraboya del baño que lejos de impresionarlas y salir huyendo, se conservaban gustosas viéndonos los miembros desnudos y firmes. La época de la liberación femenina iba de la mano con Jim Morrison y Janis Joplin al frente del erotismo liberal por la tendencia hippie y la malanga empalagosa.

La enseñanza fue radical, pero el aprendizaje, penoso y demorado. En la época de los Beatles y Rolling Stones, los pavos con camisas de bacterias, pantalones campana y el cabello largo (no importó si se trataba de una tumusa de pelos encrespados como de Black Power, yanqui), pateaban callejas, centros comerciales, discotecas y bares. No quedaban atrás las pavas con sus vestimentas y cortes sesenteros colmando la vista de los hippies de la época con Paz y Amor, o de los hippies cursis usándolos en inglés, Peace and Love.

La música moderna hacía su labor en la cultura liberal del Baby Boomer, cohorte demográfica que continuó a la generación silenciosa y precedió a la generación x y la que se definía como las personas nacidas entre 1946 y 1964. Y de esa condición ningún joven de aquellos tiempos, para pesar de la sociedad actual, logró zafarse sin penas ni glorias de las influencias de la sexualidad con furor uterino y penes en fugas masiva a ninguna parte.

  1. La Melodía de las Esferas, los Carritos a Control y la Suerte Bandida

Las elecciones nos saltaron y el bipartidismo continuó la política democrática de la IV república. Arturo no fue presidente pero si una referencia intelectual de primer orden a la novela moderna por parte del Nobel Mario Vargas Llosa que aseguraba que el escritor venezolano era un punto de inflexión en el inicio de la novela moderna hispanoamericana con los clásicos como Las lanzas coloradas además de ganador de variados premios en la literatura que incluye el Rómulo Gallegos, el Princesa de Asturias, entre otros y según mi hermano Charlie las novelas más importantes de la historia contemporánea del país incluye Las lanzas coloradas de Uslar Pietri y la épica Falke del pana Federico Vegas. Lo acuerdo.

En navidad lo único que aplacaba urgencias de la carne eran los regalos navideños y los aguinaldos en metal. Nosotros recibíamos año tras año juguetes de corte marcial traídos del extranjero por los tíos. Cascos nazis de la segunda guerra mundial, o de las guerras de la secesión americana. A veces pistolas astrales o revólveres de vaqueros. Una vez mis tíos nos llevaron a comprar mi regalo a los almacenes militares IPSFA. Me antojé de un fusil que del tiro frustró a mi primo que no pudo contener el infortunio que significó mi parque de artillería. Pero nada duraba en el revés cuando juguetear era la meta en tiempos del niño Jesús. Al poco rato nos caímos a bala limpia cada uno tras cama de por medio y muertos de risa. No cabía duda de dónde venía la agresividad. La herencia de los caracteres adquiridos, y nada podía rebatir esa certeza comprobable, cromosómica, orgánica y somática. Y, lo que se hereda, no se hurta bien que dice el proverbio nativo. Para el gobierno actual funciona al inverso… lo que no se hereda, se hurta.

Luego de liquidar al Gral. Custer y liberar a Entebbe, nos fuimos caminando por el techo de la camioneta, y mascando pan con queso, costumbre que duró lo que nuestra niñez alegre y extraordinaria que el tiempo fue desangrando como Manolo a las gallinas. Misma procesión inalterable de ir y venirnos desde y hacia mi casa en los Palos Grandes hasta la quinta la Moravia todos los fines de semana. El ciclo orbital de ida y vuelta se realizada vía Cota mil y otras por el Country Club. Enganchando la Andrés Bello, pasábamos la Iglesia Chiquinquirá, y luego cruzábamos el barrio Chapellín. Bordeábamos la calle en subida que desembocaba en el colegio Humboldt y bajando dejábamos a un lado la casa del pillo, José Vicente Rangel. Después alcanzábamos los campos de golf del Country Club, y sus establos que me recordaron a los Machado (originales amos de Parque del Este). La magia del pasto verde que nacía dondequiera, de árboles frondosos y cañas de bambú nos inducían desde la camioneta de Manolo a ese nirvana de sueños que poco o nunca pudimos retener. La vida era una tonada climática, una canción de biósfera ligera, las palabras de Eolo y sus céfiros. Íbamos en sus alisios a todas partes sin destino ni destinatario. La brisa era nuestro rector a lo desconocido, vale decir, el conductor al futuro que no valdría recordar, pero a un pasado imposible de olvidar. 

La vida cuidaba un color que sonaba, un olor que se oía, también poseía un brillo de ángel que palpaba y un rumor vital que observaba. No cabía en el vivir algo tan totalitario y tan liberador. Nada tan pacífico y agitado al mismo tiempo. Una plenitud que emitías hasta el infinito, y más. El cosmos entona su propia sinfonía de las esferas y en las esferas palpita la vida. Somos polvo de estrellas interpretando estrellas (C. Sagan Dixit) Con las estrellas de la juventud en las palmas de la mano, la infinitud de Las Palmas era todo del total.

El concierto continuó silbando y tentamos a la nueva navidad que para uno duraba de diciembre a diciembre. Cumplimos doce años, y el atrevimiento llegaba a la era de los carros a control, y las pistas donde corrías a un costo que no alcanzo a recordar y que los pagaba Galavis, uno de los primeros y más queridos cuñados del primo cómplice. La primera pista cercana estaba en la Av. Andrés Bello y la otra en el C.C. Florida próxima a la estación de servicio de Chapellín. Una vez nos fugamos de la casa para irnos a probar el nuevo carro que me había comprado, sabe dios cómo demonios. Era un F-1 con pinta de bólido pero no frenaba y descarrilaba fuera de la pista en las curvas. Otros carros formula INDI más estables pasaban raspando y mi torpeza se observaba a leguas. No sé qué acabó o dónde el bendito carrito pero creo que no fue para nada bueno y así como un buen día llegó otro se fue sin dejar rastro de haber existido. Por supuesto por la fuga nos estaban esperando en la casa para darnos una cueriza. Mi tío me lanzó el primer correazo que logré esquivar y darme a la fuga pero mi primo no corrió con suerte y lo molieron a cuero limpio. Me dolió oírlo aguantando la pela como el macho que nunca fue. Y fugado, y temblando de miedo, sudaba escondido mi suerte bandida.

Marcantonio Faillace Carreño

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