“Si ponemos una rana en una olla de agua hirviendo, inmediatamente intenta salir. Pero si ponemos la rana en agua a la temperatura ambiente y no la asustamos, se queda tranquila. Cuando la temperatura se eleva de 21 a 26 grados centígrados, la rana no hace nada, e incluso parece pasarlo bien. A medida que la temperatura aumenta, la rana está cada vez más aturdida y, finalmente, no está en condiciones de salir de la olla. Aunque nada se lo impide, la rana se queda allí y morirá sin darse cuenta.”
Cuando sometemos a un cuerpo a cambios continuos, graduales e imperceptibles, este va asumiendo la nueva situación, adaptándose a ella hasta el límite de no reconocer cuándo se está superando un nivel determinado que perjudica o pone en riesgo la propia vida.
Podríamos poner múltiples ejemplos de la validez de esta parábola tanto en el ámbito biológico como en el social. Se define este fenómeno de habituación como la forma más simple de aprendizaje y muchos trabajos localizan este proceso de habituación en órdenes de la vida tan variados como el pensamiento consciente.
Creo que existen motivos para la sorpresa: Barquisimeto se ha vanagloriado históricamente de ser la capital musical, con la Orquesta Mavare como patrimonio del gentilicio larense,” la capital del desarrollo y últimamente la capital estudiantil, con la “Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado,” como su “Alma Mater, su Magna Casa de Estudios;” pilares de un sólido edificio con linaje propio.
Supongo que debemos centrarnos en nuestra capacidad colectiva a la hora de leer la evolución de la región y evitar, así, el destino de la rana hervida. Con carácter general, podemos deducir que nuestros líderes no han demostrado ser capaces, acuciados por los problemas cotidianos, de ver los problemas futuros que generan con sus decisiones presentes.
Todos somos co-responsables de prestar atención al desarrollo histórico, en tiempo real, de salvaguardar nuestros derechos y de analizar el impacto de su violación en el presente y muy especialmente, en nuestro futuro.
En el caso de la visita de la Divina Pastora, este 14 de enero de 2022, presuntamente, el posible reparto de “culpas” es generoso en su distribución. La propia ciudadanía y sus instituciones no han sabido hacer valer las fortalezas de su unión. En realidad, la rana no ha sido hervida, también ella ha participado en la cocción.
No sólo se obvió el tradicional homenaje al Padre Macario Yépez, supongo que, el agravio sobrepasa la voluntad de los ciudadanos, al desairar a la “Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado y a la Orquesta Mavare.”
Esto viene a agravar la insoportable situación social que enfrentamos, como consecuencia directa de las políticas económicas que nos han impuesto, de la destrucción del poder adquisitivo y de la falta de empleos; de la diáspora que extermina a las familias; de las consecuencias de la decidía en cuanto al mantenimiento de las infraestructuras y servicios públicos, la falta de agua potable y de los combustibles necesarios para el transporte y la producción, del pésimo sistema de salud, entre otros males que nos aquejan.
La solución podría ser, “diseñar un nuevo paradigma para las políticas educativas, tradicionales y culturales, capaz de entender el papel que puedan desempeñar como agente crítico y de transformación.” Es decir, esta gestión no puede entenderse como una periferia ornamental, sino que representa, la mejor herramienta de transformación para la construcción del futuro de la propia ciudad.
“No hay futuro para comunidades locales aisladas y solo centradas en sus peculiaridades, pero probablemente tampoco lo hay para conglomerados locales artificialmente creados, sin sentido de pertenencia.”
“Cada vez más existe la convicción de que para disfrutar de una buena calidad de vida y de una convivencia cívica satisfactoria no se trata tanto de contar con una autoridad fuerte y soberana como que todo el mundo se sienta corresponsable de lo que pasa en la comunidad.”
La solución no puede venir de una instancia supra política entendida como liderazgo heroico, sino de la asunción de responsabilidades individuales y grupales.
“Las comunidades que no tengan capacidad para debatir y decidir sobre su futuro y los grandes temas de la convivencia colectiva verán cómo otros deciden por ellos.”
Así pues, no es cuestión de negar la competitividad: hay intereses muy poderosos que promueven la competitividad como una forma de sacar beneficios, y en ese juego entran con frecuencia nuestros políticos y nuestras instituciones, llevándonos a nosotros de la mano. Sólo la reflexión, el diálogo y la actuación colectiva pueden permitirnos recuperar espacios de autonomía y de decisión para ser dueños de nuestro futuro.
Fuente: fernandotrujillo.es
Siendo la problemática venezolana de origen político, la pregunta obligada es si nuestros políticos están en este paradigma colaborativo o si sólo son capaces de pensar en términos electorales, partidistas y/o personalista. Necesitamos líderes que estén dispuestos a trabajar con todos en beneficio del común, mirando al futuro con valentía y con generosidad.
“Es la hora de la cooperación.”
Maximiliano Pérez Apóstol