Arranca el 2022 con la feliz novedad de Barinas. De entrada, conviene evitar los arrebatos de euforia que en todo este calvario surgen ante cada noticia positiva para el movimiento democrático; y en su lugar hacer cauteloso recuento y análisis del episodio.
Se justifica mantener escepticismo en cuanto a lo que un régimen despótico podrá aceptar o hacer en materia electoral ante el reiterado cúmulo de intimidaciones, abusos, atropellos y desilusiones de estos terribles veinte años.
Aun en el reciente proceso de Barinas no hubo límites al cinismo y descaro de las trampas, el ventajismo y la represión que siempre han estado dispuestos a desplegar ante cualquier proceso comicial.
El régimen mantiene a su disposición numerosos aliados y esbirros en la judicatura, las fuerzas armadas, y aún la mayoría del poder electoral, que aplicarán todas las tretas, vetos y censuras que se les antojen, así como casi ilimitados fondos para tratar de alquilar conciencias y lealtades. Nada eso estuvo ausente en la experiencia de Barinas.
Por todo eso habrá quienes piensen – con cierta razón – que esta novedad la ha permitido el régimen para lavarse un poco la cara, cediendo un pedacito para conservar lo esencial. Eso es posible, pero aun siendo cierto no constituye la totalidad del cuadro.
Lo indiscutible es la decisiva cantidad de votos opositores en Barinas. Los venezolanos y el mundo han comprobado que sí se consiguió un sorpresivo resultado a pesar de las trapisondas, represión y abusos que recién aplicó la dictadura en estas votaciones.
La gran diferencia en este caso frente a muchos otros es que aquí la victoria democrática fue abrumadora, con una avalancha de votos que no se puede escamotear. Y esa contundente votación fue posible por el respaldo de la casi totalidad de las fuerzas democráticas, desprovista de sectarismos y agendas secretas.
La experiencia confirma la condición fundamental que desde hace años señalan los más serios representantes del voto democrático: Que solo con resultados aplastantes saldrán triunfos irrefutables frente al obsceno ventajismo oficial. Y que los votantes se motivan cuando sienten que una unidad de propósitos respalda su acción.
Tampoco se debe subestimar al votante de a pie y sobreestimar el eventual impacto de la cuerda de farsantes y alacranes que promueve el régimen intentando dividir a la oposición.
Y mucho menos hay que pararle medio caso al atajo de abstencionistas, derrotistas, y fracasados que pusilánimamente exagera la fuerza del adversario para justificar sus propias torpezas y derrotas. ¡Feliz 2022!
Antonio A. Herrera-Vaillant