Como momento y tiempo se funden para hacer la primera vez. Yo estaba tan pequeño, supongo, que entonces nada sabía. Era la edad en la cual lo externo no nos es familiar. Sabía de mi, si esto es saber, porque hablaba y caminaba; estas actividades están también en el plano de las suposiciones. Y fueron, por cierto, bien poca cosa. Como no hay relación entre hablar y caminar, no sabría juzgar si la carencia de relación entre hablar y caminar actuara como interferencia. No me llamaba la atención tampoco porque la edad en el cual el tiempo actúa, en la práctica de esas habilidades pudiera justificar que el momento no hubiese llegado. Habían niños que no hablaban como niños que no caminaban y estas carencias forman parte y llegan con la edad. Quiero decir, la edad determina estos ejercicios.
Por qué habría de preocuparme si era más que suficiente que los adultos hablaran y caminaran. Además en mis palabras “preocuparse” sobraba. En la camada de mis días infantiles habían niños que no hablaban y niños que no caminaban y eso, en mi edad, hacía la diferencia. Ignoraba que los días pasaban aunque el fenómeno día noche lo viviera. Deduzco ahora que las palabras que nombraba, las decía porque las oía nombrar. Con lo cual, de modo tácito, tenía muchas otras palabras que no nombraba, porque seguramente no las había oído. Combatía la ignorancia original con el conocimiento también original por la novedad. Puede deducirse de mi habla que siempre hubo una primera vez; que por ser primera vez, las primeras veces se olvidan. Nos vamos haciendo nuestra propia formación, sin conocer el cómo, el cuándo y el porqué. Desde lo desconocido llegamos al conocimiento en un proceso en donde el tiempo también participa.
Carlos Mujica