El dolor ocasionado por los grilletes apretando sus muñecas humedecía sus ojos. Durante la primera hora como prisionero, padeció un insoportable hormigueo que le durmió las extremidades entre los brazos y las muñecas; pronto dejó de sentir las manos, y la sed delirante anunció que el tortuoso dolor de los golpes y las ataduras, terminarían con su suplicio.
Lo trasladaron desde Quíbor, en donde había nacido el 2 de junio de 1794, hasta Barquisimeto en una travesía sin fin. A ratos lo bajaban del caballo y llevaban a rastras. El general trataba con esfuerzo sobrehumano caminar con mayor celeridad para no caer y ser arrastrado por la mula que antes le había servido con afán.
Amarrado de mano a mano de la cola de la bestia, era guiado por soldados afectos al gobierno constitucional de José Gregorio Monagas. La caravana mortal se detuvo a varias leguas del pueblo para entregar el prisionero ya con visibles muestras de su hora postrera.
Comprometidos con la revolución
Desde hace algún tiempo, el Partido Conservador urdía una revolución con orientación paecista, con el propósito de derrocar el Gobierno de José Gregorio Monagas, quien junto a su hermano José Tadeo, instauraron en Venezuela un régimen despótico.
Figuraban entre los conspiradores conservadores, Rudecindo Fréitez, Juan de Dios Ponte, Ramón Perera, Andrés Guillermo Alvizu, Antonio María Pineda, los presbíteros José Macario Yépez y José María Raldíriz, Basilio Roque, Ramón Vilaró, Candelario Varela, Juan Bejarano, Mariano Isava Alcalá, los Amaral, entre otras reservas morales de la sociedad barquisimetana.
Enterado el gobierno de Monagas, se tomaron medidas violentas para aplastar la conjura, llamando al servicio de la República a notables hombres leales a la Constitución como el general Juan Bautista Rodríguez, a quien se le entregó la Comandancia de Armas de la insurrecta provincia barquisimetana.
Rodríguez era un prócer de la Independencia, héroe de Ayacucho y Tarqui, y posterior víctima de persecución y odio como consecuencia de los celos de los neogranadinos contra los venezolanos durante los amargos años del movimiento separatista.
El 1° de julio de 1854, se publicaron carteles en cada pueblo de la vasta provincia, en donde se ordenaba “presentar ante el jefe político de cada Cantón, toda clase de elementos de guerra en poder de particulares”. Rodríguez consiguió armar a 900 soldados y se acantonó en Barquisimeto.
Violento fue el asalto
El 12 de julio de ese año, a las 11 de la mañana, Martín María Aguinagalde, gobernador de la Provincia de Barquisimeto compartía ameno almuerzo en su casona de la calle del Libertador, -donde funcionaba el despacho gubernamental-, con José Parra, jefe político de Cabudare; Cosme Urrutia, secretario del despacho; el Dr. Agustín Agüero, Sinforoso González Aguirre, Pedro Planas, José Antonio Torrealba, Indalecio C. Heredia; cuando escucharon una detonación, que no era otra que una señal para que José María Vásquez y Nemecio López, al mando de una horda de facinerosos, irrumpiesen en el lugar.
El expediente judicial que se formuló el 9 de septiembre de 1854 advierte que el gobernador Aguinagalde “corrió a refugiarse en su Despacho, abrió las gavetas del escritorio, tomó dos pistolas, dispuesto a enfrentarse con los invasores…” a pesar de esto los criminales le dieron muerte en plena disputa después de una certera puñalada. Otro de los asaltantes, le traspasó el cuello con una daga.
El cadáver amortajado del gobernador fue conducido a escondidas al cementerio de Barquisimeto. Ese fatídico día también fue asesinado José Parra y gravemente herido Pedro Planas con al menos ocho heridas de cuchillo.
Escribe Soteldo que las calles de Barquisimeto se llenaron de conjurados; la gente corría de un lado a otro buscando esconderse, se cerraban al unísono puertas y ventanas, retratándose el pavor en los semblantes de quienes presenciaron el horror que acabó con la legalidad. En los dos cuarteles que resguardaban la ciudad, los amotinados gritaban vivas a la espantosa revolución.
Jefe de la Revolución Armada
El general Juan Bautista Rodríguez, quien estaba almorzando en la casa del señor Gumercindo Giménez, frente al despacho del gobernador, tras escuchar las detonaciones y posterior algarabía, salió precipitadamente al cuartel con su espada en mano. En el camino varios revolucionarios intentaron detenerlo, pero se abrió paso con feroz habilidad.
En de la puerta del cuartel se encontraba Miguel Boquillón, comandante sublevado que, con pistola “amartillada” persuadió a Rodríguez espetándole:
-No se meta en esto general, porque lo mato.
Rodríguez le impugna: “Pícaro, tú eres el que va a morir”, intentando desarmarlo con el sable, sin embargo, fue alcanzado con una bala que le rosó el hombro izquierdo, evento que no impidió al veterano de la gesta independentista acertara una estocada en el pecho de su oponente.
Es rodeado por un escuadrón al mando del comandante Vásquez que le persuade claudicar. Fue conducido a su oficina en donde lo seducen para que se una a los complotados como jefe del movimiento. Se niega indignado.
Le devuelven sus armas en señal de armisticio y lo invitan a la casona del licenciado Diego Luis Troconis, situada frente al cuartel. Allí se encuentra con Troconis, Ponte, Fréitez, el padre Yépez y otros conjurados, apunta Soteldo.
En aquella reunión, los confabulados convencen a Rodríguez que acepte la jefatura militar de la revolución, toda vez los Monagas “llevarán a cabo la unión colombiana”. Invocan su patriotismo y le convencen de ser el salvador de la República. Aceptó sin condición alguna.
Redactan un manifiesto por la “Restauración”, nombrando un Gobierno provisorio al frente del doctor Rudecindo Fréitez; como gobernador de la Provincia fue nombrado Juan Bejarano; jefe político, Dr. Vicente Cabrales; y tesorero Miguel Domínguez.
Conducido al cadalso
El ejército de la Restauración se dividió en dos cuerpos: el primero comandado por Antonio J. Vásquez, que partió vía Yaracuy; y el más numeroso al mando del general Rodríguez, que se encaminó hacia los llanos de Cojedes. Ambos cuerpos de ejército fueron derrotados por las fuerzas constitucionales al frente de los generales José Laurencio Silva (antiguo edecán del Libertador); y José Trías, en los sitios de Bejuma y El Chaparral.
El Ejército del Gobierno Constitucional tomó posesión de la rebelde Barquisimeto cuatro días después de haber aniquilado a los insurrectos. El 7 de agosto fue nombrado Gobernador de la Provincia Gumercindo Giménez.
El general Juan Bautista Rodríguez fue capturado en su natal Quíbor el 13 de agosto de ese año 54; y conducido a Barquisimeto el 14, por el comandante José Leandro Martínez. En el camino, recibió una misiva en donde le ordenaban fusilar al prisionero, mandato que se negó cumplir hasta que, en el sitio de la Laguna de Piedra, a pocos kilómetros de Barquisimeto, lo alcanzó un capitán de apellido Herrera que llevaba órdenes severas de ejecutar al prisionero en donde fuera que lo encontrara.
Rodríguez escuchó los alegatos de su sentencia sin demostrar remordimiento ni temor alguno. Interrumpió a su verdugo pidiéndole que le permitiera ir a Caracas para contarle la verdad de los hechos al presidente Monagas, “no para economizar unos días de vida, sino para encararlo”. Su demanda fue negada de tajo.
-Tenemos orden determinante de fusilarlo, mi general. A lo único que podemos acceder es buscar un sacerdote-, le explicaron.
Rodríguez con resolución les preguntó: ¿Y tienen ustedes órdenes para eso?
-Si no es así, ¡entonces cumplan con su deber! Se arrodilló; elevó una plegaria, sacó un pañuelo y se vendó los ojos. Con voz de mando dio la orden que cegaría una vida de virtudes. Su cuerpo se desplomó.