Desde mi más tierna edad (hace bastantes años), recuerdo la Navidad como la conmemoración del nacimiento del Niño Jesús. Y así la viviré y consideraré, hasta el fin de mis días. Nos emocionaba, a mis hermanos y a mí, vivir aquel acontecimiento, no solo por los regalos recibidos durante esta época del año, sino por el infinito valor religioso de la venida del Redentor. Íbamos a Misa en la iglesia de La Paz, con nuestros padres y a la medianoche del 24 de diciembre y de allí corríamos a recibir los regalos que nos “traía” el Niño Jesús. Nunca olvidé aquella hermosa Oración que oíamos en esa Misa: “Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor”, referida en el Capítulo 2, versículo 11 del Evangelio de San Lucas.
Ningún anuncio está lleno de tanto contenido, de tanta esperanza y belleza como el que acabo de citar. Jesús es el Mesías prometido por Dios a la humanidad cuando se produce la caída de nuestros primeros padres. Dios, que es el Dios de la Verdad, promete enviarnos a su Hijo unigénito, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, para redimir a la humanidad, caída por el pecado de soberbia y desobediencia. La serpiente, animal representativo de lo diabólico, de la mentira y de la maldad en general, tienta a Adán y a Eva su mujer, les hace caer y los conduce a la perdición. “Seréis como Dios”, les dice la serpiente para engañarlos y ellos se lo creyeron y desde ese momento entró el pecado al mundo y la humanidad lo sufre. El hombre continúa creyendo todavía que algún día será como Dios y lo estamos viendo en estos difíciles momentos que vivimos. El hombre lleva diez mil, cinco mil años sobre la tierra y una buena parte de su población ha renegado de Él: “¿Por qué se han amotinado las naciones y los pueblos meditaron cosas vanas? Se han levantado los reyes de la tierra, y se han reunido los príncipes contra el Señor y contra su Cristo. Rompamos, dijeron, sus ataduras y sacudamos lejos de nosotros su yugo.” Éstas son palabras del Salmo II y tienen vigencia extraordinaria. El hombre de hoy rechaza el orden querido por Dios, establecido para su felicidad y su regreso al camino divino, y el hombre busca establecer su propio orden. Se desea acabar con la sola idea de Dios, no quiere pensar en Él, quiere olvidarlo, taparlo como el insensato desea tapar el sol con un dedo.
He leído las noticias acerca de un pesebre con figuras eróticas en Madrid; he visto por televisión, los adornos navideños sin Jesús, María y José, sólo con la mula y el buey, en el ayuntamiento de Barcelona (España) como diciendo éstas fiestas no las queremos religiosas; en Granada las luces de las calles principales están adornadas con cruces invertidas y serpientes alrededor de las mismas y la Unión Europea quiso obligar a todos sus miembros, felicitar con referencias no religiosas, fue tal el escándalo que no prohibió nada, gracias a Dios. ¿Qué quieren? ¿Prohibir amar a Dios sobre todas las cosas? Si no creen, allá ellos, les respondo, váyanse bien largo…Hay que recordarles que Cristo es ayer, hoy y siempre y nos toca a los cristianos de hoy, sin miedo, recordando a San Juan Pablo II, aunque perdamos la vida, defender la Verdad. El Niño Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, y me despido por hoy con aquel aguinaldo criollo, de autor desconocido, que dice “Niño lindo ante Ti me rindo, Niño lindo eres tu mi Dios.”
Joel Rodríguez Ramos