Sobre la esfera del planeta Tierra, en estado gaseoso, hay una capa que recubre toda la esfera que llamamos atmósfera. La atmósfera es transparente porque las partículas que la conforman son igualmente transparentes. Es la condición y el estado de ellas. En el día esas partículas se iluminan con la energía que reciben directamente del Sol. De modo que la iluminación es de la atmósfera y no del Sol. No hay, pues, colores en la atmósfera, salvo cuando el agua suspendida en diminutas gotitas, que iluminadas por el Sol se descompone en el espectro de colores que conocemos como “arco iris.” Pero ese azul que observamos como si fuese un gigantesco recipiente que boca abajo cubriese nuestra Tierra y que llamamos cielo, requiere una información que ofrezca cómo se produce.
El espacio es una eterna noche; todo él es negro. No hay nada que pueda iluminarlo. Ni la energía solar, porque en el espacio no hay nada que se ilumine. De modo que ese azul permanente que apreciamos como una media esfera es una esfera completa porque recubre todo el globo terráqueo. Ese cielo puede generarlo la reflexión que la atmósfera iluminada por la energía solar produce. El espacio oscuro como la noche con la reflexión se degrada hasta al extremo de tornar en azul lo oscuro del espacio.
El azul es una generalización por reflexión que produce la iluminación de la atmósfera en el espacio. La reflexión se proyecta en el espacio lleno de energía neutra imperceptible a los sentidos que se torna en el efecto azul que todos conocemos. El efecto es el contraste que produce la atmósfera iluminada contra la oscuridad reinante en el espacio neutralizado por la energía neutra que lo llena. La Tierra contrasta su verde de la vegetación que la viste con el azul por reflexión de la inmaterialidad del cielo. Hemos conseguido justificar el azul del cielo con una explicación científica del fenómeno.
Carlos Mujica