#ESPECIAL Migrantes venezolanos cuentan cuál ha sido su mayor aprendizaje tras dejar el país #21Nov

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En este especial ocho migrantes revelan por qué y cómo ha sido dejar el país, qué extrañan de él y cómo valoran la experiencia 

“Unos se van con mayores recursos económicos, intelectuales; otros no, pero al final la esencia es una (…) La inmigración tiene un doble rostro, uno hermoso y otro magullado”, afirmó a TalCual, en 2014, el escritor Juan Carlos Méndez Guedez en una entrevista sobre “Arena negra”, novela en la que aborda este tema y en que se inspiró en las historias de “las viudas de Venezuela” en la Canarias (España) de principios del siglo pasado.

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El pasado 18 de diciembre se celebró el Día Internacional del Migrante. Hoy más de seis millones de venezolanos viven fuera su país, unos emigrantes; otros, refugiados; unos varios, desplazados. Se les extraña y en lo que comenzaron a caminar por el Sur, y ahora hacia el Norte, duelen, mucho. Pero no todas las historias son tristes, la migración también tiene “un rostro hermoso” –como dice el escritor larense–, y enriquecedor, y esa es la que se muestra en este especial. 

Elimpulso.com junto a TalCual, El Tiempo, Correo del Caroní, La Nación, Yaracuy al Día y La Verdad les hicieron esta pregunta a ocho coterráneos residenciados en otros husos horarios: “¿Cuál ha sido su mayor aprendizaje como migrante?”  El valor del trabajo, de la familia, el arraigo y la identidad son algunas de las respuestas. Pase y conozca sus biografías.   

“Comenzar y recomenzar cuantas veces se necesite”

Cuatro años y dos meses han pasado desde que Milagros Gutiérrez dejó Venezuela, su casa de Cabudare y el calor de su familia, donde es la mayor de sus dos hermanos varones. Este diciembre, a pocos días de cumplir sus 32 años, se abrió a la pantalla de Elimpulso.com para compartir lo más sentido de su experiencia como migrante: Tres países y un solo sentimiento: La nostalgia

Con voz suave pero firme, como la define su esencia desde que nació, Milagros Gutiérrez, la periodista que miles de larenses leyeron durante 7 años, cuenta a esta casa editorial un poco de su experiencia en la que extraña a su familia, como es de esperarse, agradece por las oportunidades laborales divorciadas del periodismo y no deja de un lado su amor por la Divina Pastora.

“Ya sé lo difícil que es comenzar otra vez”

Alba Méndez ha trabajado más en los últimos dos años y medio que lleva en Chile, que en toda su vida. Describe su experiencia de migración en búsqueda de una vida mejor como un proceso muy duro que a su vez la transformó de pies a cabeza. 

Alba tiene 23 años y, en Venezuela, era estudiante de contaduría pública. Había vivido toda su vida en Ciudad Guayana, estado Bolívar, hasta ese 1 de junio de 2019, en que abordó un avión para aterrizar en Santiago de Chile. Hoy vive en la región de Temuco, al sur de Chile. 

“Esta no es una vida normal”

La inseguridad, el encarecimiento de insumos básicos y tener que hacer largas colas como comprar comida o echar gasolina, la llevaron a un punto de inflexión en 2019: “Me tenía frustrada, me superó… Entonces me dije: esto no es una vida normal, yo no quiero seguir viviendo así”. 

Además, estudiaba una carrera universitaria que no le gustaba en la universidad más costosa de la ciudad: la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). “Hace años que en mi casa no se compraba ropa, había que sacrificarse para comprar comida y pagar la universidad. Para mí la educación se volvía un lujo, y yo sin producir mucho me sentía como una carga, y por eso decidí migrar”.

Soltar y reencontrarse

Soltar es una palabra clave para ella, porque es el aprendizaje más valioso que adquirió: Soltar el concepto que antes tenía sobre sí misma, de lo que un día fue y tuvo en su país.  

“Cuando llegué a Chile el dinero no alcanzaba para nada. Llegué a pensar: ‘Soy pobre… soy peor que eso, no soy nada de lo que yo era antes, no tengo donde caerme muerta, no tengo carro, casa. Incluso, llegué a vestirme con ropa prestada”, relata. 

Entendió que, de ahora en más, estaba por su cuenta. “Fue duro darme cuenta y decirme a mí misma: Ahora tengo que ver por mí sin el favor de nadie, sin mi familia. Aprendí a soltar, a no creerme gran cosa, si quedaba altivez, la solté. Aprendí a ser más sencilla y más sensible con los demás porque ya sé lo difícil que es comenzar otra vez”. 

Sobrevivir a la precariedad laboral de al menos cinco empleos diferentes, todos mal remunerados por jornadas laborales de más de 10 horas, la hicieron deprimirse, tocar fondo y luego reflexionar. 

Pasó de ser mesera multitareas a vender frutos secos en un carrito a las afueras del aeropuerto internacional. Luego, pasó de pelar y vender fruta a ser empleada en un mini market. Después fue ayudante de cocina en servicios de catering para aviones y, finalmente, asistente de cocina en un puesto de comida rápida y sushi. 

“Aprendí a hacer trabajos que en mi vida pensé que iba a hacer, a trabajar muchas horas sin quejarme, me dio mareo, de todo, hasta que mi cuerpo y mi mente comenzaron a adaptarse. Aprendí que uno puede hacer cualquier cosa, que no importa el trabajo, mientras sea digno no te da más o menos valor. Lo importante es que seas esforzado. Aprendí a esforzarme”. 

A veces, todavía le toca recorrer hasta 50 minutos a pie para llegar a su puesto de trabajo y así ahorrar el pasaje del autobús, pero ni ahora, ni antes, se arrepiente del rumbo que tomó y del camino recorrido. 

¿Qué es lo que más extrañas de tu región natal?

“Extraño mucho ir a los parques, la represa gigante, yo me siento orgullosa de eso, Ciudad Guayana tiene muchas cosas positivas, lejos empecé a valorarlo, a pesar de que era una ciudad con mucho potencial por explotar, era una cosa espectacular, verde. Extraño la alegría, la gente, el habla… Ese gesto de saludar a un desconocido, la amabilidad, los buenos modales… Y LA COMIDA – en mayúsculas-, ¡hace años que no cómo así, como allá. Con ocumo, auyama, lechosa, los mangos… el paraíso (se ríe)”.

Del calor de Yaracuy al frío de Cusco 

Hace 4 años Carlos José Castillo Gutiérrez, de 32 años, dejó Yaracuy para instalarse en Cusco, Perú, es TSU en informática, y antes de marcharse trabajaba como reportero gráfico del gobernador Julio León, ahora; y luego de realizar varios oficios en el país del Sur, es promotor de ventas de televisores LG.  

De un nombre conocido a uno impronunciable 

En Venezuela al extender la mano y presentarse sabía que su nombre generaría una reacción en su interlocutor, a veces de extrañeza o duda; casi todas de haber oído algo familiar. Su nombre lo conoce todo venezolano escolarizado. En una oportunidad un profesor en la universidad, de esos que pueden ser un poco pesados, al pasar lista y leer su nombre le pidió que se levantara y le preguntó: “¿Quién fue Cipriano Castro?”.

– Le respondí lo que está en los libros de Historia de Venezuela y un poco más–, recuerda un sobrino bisnieto del líder de la Revolución Liberal Restauradora. 

Cipriano, al igual que los niños que merodeaban el Fortín de la Galera en Margarita, desde pequeño conoce su historia familiar. Cipriano Castro Ruiz fue hermano de su bisabuelo, Carmelo; en honor al tío y expresidente de Venezuela, él y su abuelo llevan su nombre.  

– La mayoría de las veces que me tocó entrevistar a funcionarios y políticos, al presentarse estos pensaban que les estaba tomando el pelo. Unas cuantas veces tuve que mostrar mi cédula para que me creyeran. 

Cipriano es licenciado en Comunicación Social. Se graduó en 2007, año en el que los estudiantes tomaron las calles de Caracas y frenaron la enmienda a la Constitución. Trabajó en Radio Rumbos, en el diario El Nacional, HBO y en el departamento de Comunicaciones Corporativas de una farmacéutica. 

– Aquí casi siempre uso mi segundo nombre, en inglés. Les cuesta mucho pronunciar Cipriano. Así que para evitar enredos digo que me llamo Tony. 

En 2015 se fue a Fort Lauderdale, Estados Unidos, a reunirse con su mamá y hermanas; quienes llevaban varios años allá y habían abierto un negocio de comida venezolana. 

– Antes de establecerme aquí había venido en varias oportunidades y me quedaba temporadas largas, pero en 2015 las cosas comenzaron a hacerse más difíciles en Venezuela y en la empresa en la que trabajaba comenzaron a reducir personal. Al ver ese panorama tomé la decisión de dejar el país, de probar en otro lado, de migrar. 

Los primeros años en la ciudad de la Florida trabajó de lleno en el restaurante familiar, un pequeño reducto venezolano ubicado en Fort Lauderdale, desde 2007; y donde las empanadas de harina de maíz son las más cotizadas. Ahora comparte las horas de jornada laboral entre el negocio familiar –Grano de Mostaza, se llama y este es su Instagram @restgranodemostaza, que lleva el propio Cipriano– y una empresa que distribuye equipos médicos. 

– ¿Cuál ha sido su mayor aprendizaje como migrante?

– Definitivamente, valorar las cosas, valorar el trabajo, la familia. También he aprendido a ser más empático.  

– ¿Qué es lo que más extraña de Caracas?

El clima, ir al Ávila, los momentos y lugares de ocio que visitaba con mis amigos y las decoraciones de Navidad, siempre recuerdo el Santa Claus, perdón San Nicolás de la fachada del CCCT. De Venezuela extraño sus playas, su gente y el sentirte en casa.

Cipriano agradece, y valora, las posibilidades que le ha ofrecido la tierra del Tío Sam; también le gustaría volver a pasear por Caracas y visitar familiares, amigos y lugares.

Paciencia, madurez y resiliencia    

La tachirense Eumarys Omaña salió de la Universidad de Los Andes, núcleo Táchira, a Santiago de Chile. Llegó en el verano de 2017. De ese momento hasta ahora se ha desempeñado en varias labores y empresas, ha sido vendedora, mesera, asistente administrativo, corredora de seguros y operadora de parking. Define la experiencia en tres palabras: paciencia, madurez y resiliencia. Ahora teme por los cambios que ha experimentado el país austral tras las protestas de octubre 2019, la constituyente y los próximos comicios presidenciales.

   

De Falcón a Colombia, luego a EEUU

Nací en una región muy hermosa enclavada en la montaña de Paraguaná, San José de Cocodite. En este orden; egresé de la escuela de artes Tito Salas, locutor, docente y licenciado en Comunicación Social y como decía nuestro amigo Eudes Navas siempre he querido ser «útil».

Ese deseo (de ser útil) me llevó a involucrarme en la política participando en el MIN, Movimiento de Integridad Nacional del recordado Renny Ottolina del cual fui su coordinador regional. 

Después de estar jubilado del Ministerio de Educación con más de 26 años de servicios, profundice mi trabajo como productor de programas de radio luego de mi pasantía por la televisión al haber fundado junto Enrique Saad la primera señal de televisión de Falcón; TVF. 

Varias fueron las razones para emigrar, la muerte de mi hijo mayor sin que el Gobierno diera una respuesta de una investigación, el acoso a mis hijos, y las constantes equivocaciones de la oposición de mirar solo hasta donde le alcance la vista sin profundizar el análisis político y anteponer sus intereses a los del país. Para mí era imposible vivir en la constante zozobra a la que fui sometido. 

Salí del país rumbo a Colombia en 2018, donde me desempeñé como docente, ahora estoy en los EEUU, después de estar seis años sin abrazar a mis hijos y nietos. 

El tema de emigrar nos tomó por sorpresa, –estoy seguro– ninguno tuvo como propósito de vida salir de la forma que hemos tenido que hacerlo. Siempre fuimos un país que abrió los brazos a quien procuraba venir y establecerse aquí. Y estuvimos tan preparados sin saberlo que hemos dejado huellas donde hemos tenido que partir. La emigración venezolana ha tenido varias etapas. 

Extraño nuestros paisajes, el calor y color de nuestro cielo, montañas y la amabilidad de nuestra gente, a esto me refería, estamos divididos con el cuerpo aquí y la mente allá.

Al cesar la usurpación, yo en particular, llevaría cientos de ideas que aportarían un mundo de posibilidades para las generaciones más jóvenes.

Una apureña oriental en el altiplano peruano

María Andrea Rondón pasó de la llanura de Apure al mar de Anzoátegui, luego a un periplo por el Sur del continente, Colombia, Ecuador y por último Perú; donde reside desde hace cuatro años, se convirtió en madre y pasó del periodismo a la repostería.   

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