Los judíos –al menos algunos- sabían que el Mesías debía nacer en Belén. Prueba de ello es que cuando los Reyes Magos llegaron a Jerusalén preguntando por el Rey de los Judíos, los sumos sacerdotes refirieron al Rey Herodes la profecía de Miqueas: «De ti, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel” (Mi 5, 1-4).
Y resulta que José, con María a punto de dar a luz, debe trasladarse de improviso, desde Nazaret hasta Belén, su sitio de origen, para cumplir con el censo ordenado por el emperador romano.
Lo curioso es que pareciera que el poderoso César controlara su gran imperio. Pero –si nos fijamos bien- es Dios el que está al mando de la situación. Dios utiliza este decreto sorpresivo del César para que se cumpla el decreto previo de Dios: el Mesías ha de nacer en Belén. Un detalle que nos muestra que Dios es el que manda.
La profecía sobre Belén también anunciaba a “la que ha de dar a luz”, es decir a la Madre del Redentor. Ella, la Santísima Virgen María, estaba preanunciada desde el comienzo de la Escritura (Gn 3. 15) como la que vencería al Demonio con su descendencia divina. Y… ¿cómo lo vence? Con su fe y su entrega a Dios.
María era simple creatura de Dios. Cierto que fue especialmente preparada por Él para ser la “Madre de Dios”. Pero tuvo que tener fe y tuvo que dar su sí. La fe es muy importante en nuestro camino hacia Dios. ¿Qué hubiera pasado si María no hubiera creído, si hubiera sido racionalista, incrédula, desconfiada, escéptica?
Por eso María es nuestro modelo a imitar. Y la primera cualidad en imitar de la Virgen es su fe en Dios, una fe que no duda, que no cuestiona, que acepta. Ella creyó que todo es posible para Dios, aún lo más increíble, tan increíble como lo que a Ella sucedió: sin intervención de varón, el Espíritu Santo la haría concebir a Dios mismo en su seno, en forma de bebé. Increíble, pero “para Dios nada es imposible” (Lc 1, 37).
Y la Virgen sabe que el que manda es Dios. Por eso, después de conocer lo que Dios haría, la Virgen se entrega en forma absoluta a los planes de Dios: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).
¿Y nosotros? ¿Nos damos cuenta de que Dios es el que manda? ¿Nos damos cuenta que somos actores, pero que Dios es Quien dirige nuestra historia personal, familiar y nacional? Entonces ¿qué nos toca hacer?
Estamos ya esperando al Mesías que nos trajo nada menos que nuestra salvación. Eso es lo que recordamos cada Navidad. Pero para recibir esa salvación, el Salvador del Mundo nos pide tener fe en Él y entregarnos a su Voluntad.
Isabel Vidal de Tenreiro