Dedicado a Rafael Javier Rodríguez, Cátedra Libre de Cambio Climático, UCLA.
Philippe Blom es un joven historiador alemán nacido en Hamburgo en 1970, quien nos asombra con su interesante y muy polémica interpretación de la historia moderna europea con su libro El motín de la naturaleza. Historia de la Pequeña Edad de Hielo (1570-1700), publicado por Anagrama. Sostiene que una pequeña edad de hielo entre los siglos XVII y XVIII es cierto modo responsable de la edificación de la Edad Moderna europea. Se le ha acusado de determinista por hacer derivar los grandes y decisivos cambios sociales y culturales de la modernidad a un cambio brusco de temperatura a fines del siglo XVI y que se extendió hasta mediados del XVIII.
De este modo, Blom establece una relación de las bajas temperaturas con el Renacimiento, la Revolución Científica del siglo XVII y el formidable movimiento de la Ilustración dieciochesca. La caída de dos grados de temperatura determina la ruina de la agricultura medieval, lo que propicia el aparecimiento del capitalismo y se activa de gran modo el comercio. Se fortalecen las ciudades y aparece una nueva forma de pensar con la burguesía. Esta clase social ya no ve el cambio de clima como un castigo divino, sino que comienza a darle una explicación racional. Galileo, Kepler, Descartes y Newton representan este nuevo enfoque del mundo natural despojado de milagrerías y castigos de Dios.
A finales de la Edad Media bajan abruptamente las temperaturas, poniendo fin a la regularidad climática que disfrutó la humanidad desde el hundimiento del Imperio Romano. Las cosechas se pierden por el hielo, las hambrunas y las pestes hacen desastres, se producen grandes migraciones hacia las ciudades, donde nacerá la burguesía, clase social con una nueva mentalidad empírica y crítica, lejana de los milagros y los castigos divinos.
No están claras las razones de la edad de hielo y ni siquiera la NASA con toda su ganada autoridad es concluyente al respecto. Conjetura a veces con ellas Philipp Blom. Y tanto menciona una desviación en la rotación del eje terrestre como habla de la disminución de la actividad solar o alude a un recrudecimiento de los fenómenos sísmicos. El aumento de la actividad volcánica llenó la atmósfera de más polvo, más o menos como si una especie de película terminara filtrando o alterando el alcance de los rayos del Sol.
Sobrevinieron las catástrofes de las cosechas, pero las hambrunas y las guerras de religión que sacudieron el continente en la pequeña edad de hielo precipitaron al mismo tiempo la transición de la oscuridad hacia la luz, una especie de catarsis y de proceso selectivo que produjo grandes desplazamientos humanos del campo a la ciudad y que puso a cavilar a los pensadores, a los científicos y a los nuevos apóstoles de la modernidad. Las mentes más lúcidas de la naciente modernidad se refugian del frio en sus habitaciones y bibliotecas y comienzan a pensar el mundo que nos llega hasta hoy. Y allí están Montaigne, Newton, Voltaire, Rousseau y Kant como estrellas rutilantes. La modernidad es un parto del frío, los mejores hombres vienen del frío.
Estas ideas de Blom han sido criticadas por deterministas y por ello se acercan a las del geógrafo alemán Friedrich Ratzel (1844-1904), de tal modo el atractivo ensayo se resiente de un cierto oportunismo en las prospecciones más ambiciosas. Pues cabe una pregunta: ¿No se hubieran producido las revoluciones sin la adversidad meteorológica? En lo personal me siento más cercano al posibilismo geográfico del francés Paul Vidal de La Blanche (1845-1818). Su interés se centra más en las transformaciones que el hombre hace sobre el medio, es decir el hombre como agente geográfico, que en las influencias del medio geográfico sobre el hombre y la sociedad.
Philippe Blom ha estudiado un fenómeno climático del pasado que duró un siglo y medio, del cual no fue responsable la humana actividad. Sin embargo, cuando le preguntan por el terrible y ominoso cambio climático del siglo XXI responde que la humanidad está al borde de su autodestrucción inminente. Tiene razón de sobra para afirmarlo. Pero extrapola una analogía con la angustia contemporánea por un cambio climático que evidentemente es responsabilidad humana. Ayer fueron dos grados de temperatura que bajaron, hogaño se trata de dos grados de temperatura que van al alza por impertinencia y ofensa del hombre. Una diferencia que Blom no parece apreciar en su justa medida.
Luis Eduardo Cortés Riera