Padre Macario Yépez, político apasionado y devoto de la Divina Pastora #11Dic

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En la soledad de su dormitorio, a la luz de una pequeña lámpara, el padre José Macario Yépez, decidió escribir varias correspondencias a sus enemigos políticos, quienes lo asediaban e involucraban en la conjura y muerte del gobernador de Provincia de Barquisimeto Martín María Aguinagalde en donde también fue asesinado José Parra, jefe político de Cabudare, suceso registrado el 12 de julio de 1854.

El propósito de sus cartas, dirigidas a periódicos, diputados y otras personalidades, era manifestar su determinante posición en defensa de los censos eclesiásticos (bienes de la iglesia) ante el proyecto de confiscación llevado planteado por el gobierno y en discusión en las plenarias de mayo de 1855 en el Congreso Nacional. 

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Las polémicas y efervescentes líneas del presbítero que hablaban de “los imprescriptibles derechos que dan la justicia, la verdad y la razón”, generaron confrontación no solo con políticos afectos a los Monagas, sino a miembros de su propia iglesia.

Sus textos “incendiarios” fueron publicados en El Restaurador, periódico de Barquisimeto, donde el padre dejaba al desnudo su figuración política orientada a la tendencia conservadora pero que no fue obstáculo para demostrar que no claudicaría en sus principios.

Su decisiva actuación pública, produjo el respeto y la admiración de propios y extraños, pero también alimentó pasiones de sus detractores. Yépez triunfó en su propósito, logrando detener la aprobación del “abominable” decreto de confiscación.

Sacerdote barquisimetano

Nació José Macario Yépez en el ocaso del siglo XVIII, en Barquisimeto el 23 de abril de 1799. Hijo de Francisco de Paula Yépez, de origen tocuyano, y de María Josefa Tovar, nativa de Quíbor.

Testigo del apocalíptico terremoto de 1812 y de la posterior degollina y saqueo realista encabezada por Monteverde durante el horror de la Guerra de Independencia, lo que marcó su espíritu, suplicándole a sus padres la oportunidad de formarse: fue enviado a El Tocuyo a estudiar gramática y latinidad en el recién creado centro educacional del presbítero Manuel Yépez, pariente suyo.

En 1819, decidido a seguir el camino de la vocación sacerdotal, realizó gestiones para aspirar a una beca seminaria que correspondía a Barquisimeto para cursar estudios superiores en el Colegio Seminario de Caracas, presentando documentos de “limpieza de sangre” y de “buenas costumbres”, ante el vicario juez eclesiástico. A la vez, Yépez cursó estudios en la Universidad Central de Caracas, graduándose de Bachiller en Filosofía en marzo de 1822, Licenciado en Filosofía en 1824, y en octubre de ese mismo año, es ordenado como sacerdote.

Una vida agitada

De regreso a Barquisimeto, el padre Yépez abrió una escuela en su casa, primera de la región, así como una cátedra de gramática y latinidad para educandos de nivel secundario.

Lo encontramos en 1835 como vicario foráneo de Barquisimeto y en 1837 cura interino del templo de la Inmaculada Concepción, alcanzando al poco tiempo la titularidad del cargo para el recinto eclesiástico.

El historiador Lino Iribarren Celis, apunta que José Macario Yépez, combinó el ejercicio sacerdotal con una dilatada trayectoria pública, que le adjudicó fama y admiración, por lo que desde 1841 hasta 1844, y todo el año 47, como Representante Provincial de Barquisimeto ante el Congreso Nacional, el padre defendió los intereses de los ciudadanos y los de la iglesia. Fue vicepresidente de la Cámara de Representantes entre los años 43 y 44, presidiendo dicha cámara en 1844. 

Las labores de periodista no pudieron faltar, fundando y redactando El Correo de Occidente, vocero informativo de la Asociación de Conservadores de Barquisimeto, del cual era su vicepresidente para 1849.

Como diputado ante la cámara baja por la Provincia de Barquisimeto, el encendido verbo del padre Yépez, resonó en defensa del general José Antonio Páez, quien estaba siendo condenado al destierro.

El sacerdote declaró abiertamente su oposición al gobierno de José Gregorio Monagas, participando en la Revolución de julio de 1854, por tanto, fue señalado como autor intelectual del asalto a la Casa de Gobierno en Barquisimeto, pero su reputación fue reivindicada tras un juicio riguroso toda vez testigos aseguraron que Yépez actuó aquella fatídica noche “apegado a los principios del sacerdocio y no con la conspiración”.

El cronista Eliseo Soteldo asienta, que el maestro Yépez fue detenido y trasladado a Caracas, “pero poco duró preso. Fue liberado”. Se le siguió un juicio donde no se pudo comprobar su sedición, absolviéndolo de toda acusación.

Devoto empedernido 

Con deber sagrado asume posturas al servicio de la sociedad, de los más necesitados. Su devoción fue tal que se ocupa personalmente la reconstrucción del Templo Inmaculada Concepción de Barquisimeto, destruido desde el terremoto de 1812, hecho que se atestigua en una correspondencia, enviada al doctor Manuela Antonio Briceño, fechada en Barquisimeto el 3 de septiembre de 1853: “Soy deudor de cerca de 2.000 pesos de cantidades que me prestaron en dinero en efectivo para concluir por mi cuenta y riesgo, y sin esperanza de reembolso, el templo parroquial de esta ciudad”.

Ante el avance de la peste del Cólera, toma la iniciativa de construir en el sitio de Tierritas Blancas un monumento con la Cruz Salvadora, obra que dirige el padre Raldíriz y José Manuel Otero, cuya consagración se efectúa en diciembre de 1855, a donde llegó en procesión la imagen sagrada del Nazareno para solemnizar el acto.

Al no ceder la epidemia, el padre Yépez convocó al pueblo a una rogativa en el sitio donde se había levantado el monumento, el 14 de enero de 1856 y “el señor Antonio J. Peraza hizo las gestiones ante las autoridades civiles para llevar a la Divina Pastora desde Santa Rosa a Barquisimeto.

Serían como las cuatro y treinta de la tarde, cuando llegó por primera vez la imagen de la Divina Pastora a Tierritas Blancas. Un grupo de piadosas señoritas, preparadas por el padre Yépez, entonaron los conmovedores cantos del perdón y las glorias a la Excelsa Madre de Dios.

Al finalizar su sermón, el Padre Yépez “movido por un celestial impulso, cayó de rodillas frente a la imagen, y con voz fuerte y trémula, entrecortada por sollozos, exclamó: “Virgen Santísima, Divina Pastora, en aras de la Justicia Divina, por el bien y salvación de este pueblo te ofrezco mi vida… Te suplico Madre mía, que salves a este pueblo, que sea yo la última víctima del cólera”

Enterrado entre las sombras

El Hermano Nectario María, escribió que el sacerdote Yépez falleció de cólera, pero el padre Alegretti, demostró que éste murió de tifus o fiebre tifoidea, el 16 de junio de 1856, cinco meses luego de la primera visita de la Divina Pastora a Barquisimeto.

Cita que “La enfermedad adquirió la forma cerebral, delirio violento o hipertermia. Los médicos de ese tiempo le aplicaron sangrías”. Más adelante refiere al educador Juan Manuel Álamo, quien afirmó que solo por razones políticas y para evitar que sus enemigos dieran curso a una venganza póstuma y “lo llevasen al dividivi” (probablemente para colgar su cadáver), los seguidores del padre Yépez, “lo inhumaron prontamente en el Cementerio de San Juan” de Barquisimeto. “Casi clandestino” -sostiene Álamo-. “Sin aparato y como a la sordina”, se lamenta el sacerdote Alegretti.

Fue uno de los barquisimetanos de mayor trascendencia en la historiografía larense es sin duda el presbítero José Macario Yépez, quien representó para la primera mitad del siglo XIX, una de las más altas cumbres del pensamiento y la política.  

Su influencia marcó pauta en la vida espiritual de Barquisimeto, porque “Con el ejemplo de sus virtudes y de sus prédicas morales, el maestro José Macario Yépez, determinó el clima de identidad espiritual, de comprensión y de solidaridad social entre los habitantes neosegovianos”.

Luis Alberto Perozo Padua

Periodista y escritor

[email protected]

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