Los Profetas del Antiguo Testamento hablan simbólicamente de una labor de cambios en el desierto, que parecen toda una obra de ingeniería vial. Veamos:
El Profeta Baruc nos dice que “Dios ha ordenado que se abajen todas las montañas y todas las colinas, que se rellenen todos los valles …” (Ba 5, 1-9).
Y San Juan Bautista, el anunciador del Mesías, parece también describir la misma obra de ingeniería, tomando palabras del Profeta Isaías: “Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle sea rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados” (Lc 3, 1-6).
Y ¿qué significa eso de enderezar, rellenar, rebajar y aplanar el terreno del desierto? ¿Qué obra de ingeniería vial es ésa, mediante la cual “todos los hombres verán la salvación de Dios”?
Es la obra de ingeniería divina que Dios realiza en nuestras almas. Es que nuestra alma es como un desierto con picos y hondonadas; con curvas y recovecos; su superficie es áspera, y tiene huecos y salientes. El Señor, entonces, tiene que aplanarlo, enderezarlo, suavizarlo.
Dios tiene que enderezar las curvas torcidas de nuestra mente, que busca sus propios caminos equivocados de racionalismo y engreimiento. El Señor tiene que rellenar las honduras de nuestras bajezas, cuando preferimos comprar lo que nos vende el Demonio, en vez de optar por la Voluntad de Dios. El Señor tiene que rebajar las colinas y montañas de nuestro orgullo, cuando creemos que podemos ser como Dios, al pretender decidir por nosotros mismos lo que es bueno o malo; o cuando nos oponemos a los planes Dios para nuestra vida, sin darnos cuenta que Él es Quien sabe lo que nos conviene. El Señor tiene que suavizar la superficie de nuestra alma, para quitar la aspereza de nuestro egoísmo, cuando no sabemos amarlo a Él ni a los demás, sino que nos amamos a nosotros mismos.
¡Es toda una obra de Ingeniería Divina! Pero es una obra que requiere nuestra colaboración. Es una obra de conversión, de cambiar lo que no está acorde con la Voluntad Divina. Y esto es especialmente importante en el Adviento, tiempo dedicado a este cambio interior.
Pero como estamos esperando nuestro encuentro con Dios, nuestra vida tiene que ser un Adviento constante. Por eso no basta convertirnos sólo en estas semanas anteriores a la Navidad.
Entonces, si nos dejamos llevar por la gracia divina, si dejamos a Dios hacer su obra de ingeniería y colaboramos, Él la completará y la llevará hasta su culminación para así poder tener nuestro encuentro con Él. Que así sea.
Isabel Vidal de Tenreiro
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