Nuestra impredecible América Latina, en sus frecuentes movimientos pendulares, trae también no pocas veces sorpresas o interrogantes.
El pasado 14 de noviembre, ante el fracaso del modelo populista Fernández-Kirchner, y con participación del 71% del electorado, el oficialismo argentino perdió en la mayoría de los distritos electorales del país. La alianza opositora Juntos por el Cambio, en la cual el expresidente Mauricio Macri juega un papel relevante obtuvo el 42% de los votos, contra el 33,6% del oficialista Frente para Todos; el restante 24% quedó repartido entre otras fuerzas. El triunfo opositor fue total en las provincias más grandes: Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza, y se extendió a 11 provincias más, dejando al Frente para Todos solo 9 de los 24 distritos a nivel nacional. La elección implicó también que, con la renovación parcial de 127 de las 257 curules en la Cámara de Diputados, y de 24 de los 54 escaños en el Senado, el oficialismo perdiera la mayoría de que gozaba en el Senado, aunque logró mantenerse como principal fuerza en Diputados. El gobierno requerirá por tanto hacia adelante, buscar el apoyo de otros partidos para la aprobación de la agenda legislativa, que incluye el sensible tema de la renegociación de la deuda con el FMI.
Hubo otras sorpresas como el surgimiento en el escenario político del economista de derecha Javier Milei, cuyo movimiento obtuvo el 17% de los votos, y entra a la Cámara de Diputados con dos curules y 5 legisladores porteños, convirtiéndose en la tercera fuerza política en Buenos Aires. Recordemos que la provincia de Buenos Aires agrupa 17,6 millones de habitantes, un 39% de la población del país, de los cuales 12 millones habitan en la Gran Buenos Aires.
El kirchnerismo trató de dar una giro de opinión a la derrota, y Alberto Fernández anunció un plan económico plurianual, además de ofrecer la apertura de un diálogo con la oposición en temas de interés nacional, entre ellos la renegociación de la deuda con el FMI, la oposición percibe que es el momento de aprovechar su repunte en la voluntad popular, para fortalecer sus candidatos de cara a las elecciones presidenciales de 2023, así como a la sucesión del liderazgo de Mauricio Macri en ese movimiento político. Se menciona así el nombre del Alcalde de Buenos Aires Horacio Rodríguez Larreta como una figura presidenciable, y destaca el repunte de María Eugenia Vidal, exgobernadora de la provincia de Buenos Aires, quien logró el 47% de los votos en Buenos Aires, bastión del partido de Macri. En suma, ha ocurrido una reconfiguración del escenario político argentino, que permite avizorar una dura batalla por la presidencia en 2023, y el debilitamiento no solo de la figura presidencial de Alberto Fernández, sino de la controversial vicepresidente Cristina de Kirchner.
En el caso de Chile, es extraño el resultado de la elección presidencial en primera vuelta y de la integración del próximo Congreso. En efecto, después de que en mayo pasado en la elección de la Asamblea Constituyente triunfó abiertamente la izquierda, logrando cerca de los dos tercios de los 155 representantes en dicho cuerpo, ahora, en la primera vuelta presidencial ocurrió un viraje con el triunfo del candidato de la derecha José Antonio Kast con un 28,3% de los votos sobre el candidato de la izquierda, el joven Gabriel Boric, quien obtuvo el 25,07%. Ambos pasan pues a la segunda vuelta, a realizarse el próximo 19 de diciembre, cerrando un ciclo político en Chile, con dos aspirantes contrapuestos, que no pertenecen a las coaliciones tradicionales de centro que gobernaron al país durante varias décadas, con los presidentes Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet. El oficialismo del presidente Piñera sufrió también un revés en ambas elecciones, aunque su candidato, el exministro Sebastián Sichel obtuvo el 12,8%, porcentaje no despreciable para la segunda vuelta, al igual que con la misma cifra el derechista Francisco Parisi, quien sorprendió realizando su campaña desde Estados Unidos por limitaciones judiciales.
Se abre así en Chile una lucha dura y polarizada para el balotaje de diciembre, en el cual es aún difícil predecir quién será el triunfador, aunque las encuestas iniciales muestran una ventaja para el izquierdista Boric, especialmente porque, sorprendentemente, la Democracia Cristiana anuncia que le brindará su apoyo. Los ataques de la izquierda contra Kast no se han hecho esperar, endilgándole debilidades en su postura ante la dictadura de Pinochet. Pero podría ocurrir que los votantes chilenos, preocupados por los riesgos de la redacción de la nueva Constitución de manos de la izquierda radical, pudieran buscar un equilibrio en el Ejecutivo, para evitar una concentración excesiva de poder en dichos movimientos. En otras palabras, asoma que el electorado chileno quiere cambios, pero no radicalismos que puedan descarrillar el tren del desarrollo y del orden en el país. De otra parte, en la recomposición parcial del Poder Legislativo en la elección de noviembre, el mapa de las fuerzas políticas quedó liderado por Chile Podemos+, parte de la coalición oficialista, la cual sumó nuevos escaños, aunque sin alcanzar la mayoría absoluta. De esa manera, ninguno de los conglomerados alcanzó mayoría en las Cámaras para aprobar leyes constitucionales, las cuales requieren 3/5 partes de los parlamentarios.
En cuanto a Venezuela, en las elecciones regionales del pasado 21 noviembre 2021 se impuso como era de esperar el oficialismo, hasta ahora en 19 de los 23 Estados, con uno en disputa, el emblemático Estado Barinas, tierra de Chávez, en la cual si el gobierno no ganó arrebata, pues desconoció el resultado favorable al candidato opositor a través de su apéndice, el TSJ. El régimen logró también la mayoría de las alcaldías: 210 de 335, contra 117 de la oposición. La abstención fue del 58,2% según el CNE, aunque podría ser mayor. Como balance, gracias a la dispersión opositora y a la abstención por falta de garantías, fue fácil para el oficialismo alcanzar el cuestionado triunfo. La misión observadora de la Unión Europea puso de relieve múltiples irregularidades en el proceso comicial, levantando la ira y descalificación de parte del régimen. Pero el hecho a destacar, pese a los negativos resultados para la democracia, es que el régimen sufrió un desplome en el voto popular, pues bajó de 5,6 millones en las regionales de 2017, a 3,7 millones en 2021, e igualmente perdió en el voto popular a nivel nacional frente a la oposición. Ello no representa per se una esperanza, pero sí una señal de que, si se lograra promover con éxito un referéndum revocatorio contra Maduro en 2022 triunfaría claramente, pues el 80% de la población es partidaria de un cambio. Y en el peor de los escenarios, si en las elecciones presidenciales de 2024 se alcanza la indispensable unidad de propósitos en la oposición, sería posible rescatar la libertad y la democracia en Venezuela, aunque muchos consideran, no sin razón, que las tiranías no salen con votos.
En cuanto a la elección en Honduras, mientras escribo esta nota se confirma el triunfo de Rosario Castro, cónyuge del inefable Manuel Zelaya, estrecho aliado del régimen chavista, siendo su triunfo un claro revés para la democracia latinoamericana. Ello sin profundizar en el bochornoso caso de Nicaragua, donde la pareja Ortega-Murillo echó mano de recursos casi peores que los del régimen venezolano, al detener a opositores y candidatos para perpetuarse en el poder. No se entiende cómo Rusia haya podido apoyar incondicionalmente el fraude en Nicaragua, colocándose una vez más del lado de oprobiosos regímenes del mundo como Bielorrusia, Irán, Siria, Cuba, Nicaragua y Venezuela. Sobre el fracaso del Perú, los hechos hablan por sí solos. Y ojo avizor: Colombia 2022.
Pedro F. Carmona Estanga