El monóxido de carbono y la literatura concurrieron para acabar con la vida de este extraordinario y precoz escritor del sur de los Estados Unidos a la corta edad de 31 años. John Kennedy Toole era Nueva Orleans, la ciudad de la Media Luna, del jazz, de Fats Domino. La multiculturalidad y las raíces de migrantes franceses, españolas e irlandesas que la componen, hacen de ella una ciudad mediterránea como Marsella o Génova, muy distinta a New York o Chicago, me dice mi amigo Justiniano Vásquez.
La revelación más importante es que desde su juventud Toole sabía en lo que quería convertirse: un escritor. Esta era su obsesión, su motivación ante la vida y su gran esperanza para salir de sus dificultades económicas. A los 16 escribe su primera novela con el sorprendente título de La Biblia de neón, que fue llevada al cine, y que envía a concursar sin poder ganar el premio.
Ingresó en la Universidad de Columbia de la ciudad de New York, su segundo amor, su segunda ciudad. Allí conoce a la Generación Beat y la literatura de Jack Kerouac. Pronto encontrara empleo en la Universidad de Lousiana y comenzara a estudiar filosofía medieval. En la Universidad de Lousiana conoce la filosofía del medievo de Boecio y a un tal Bobby Byrne, que se ha tomado como la inspiración de su personaje Ignatius Reilly.
Con el grado de sargento y reclutado por el ejército es enviado a la colonia gringa de Puerto Rico, donde escribe su segunda novela La conjura de los necios. La escribe a un ritmo vertiginoso pues tiene miedo de perder la inspiración. Confía plenamente en el éxito, aunque teme a un fracaso como el de La Biblia de neón. La dificultad de publicar La conjura de los necios, llevaron a que Toole se derrumbara, su vida había sido ascenso y triunfo en el mundo académico y laboral, pero no sucedía igual con sus aspiraciones escriturales. y la dificultad de publicar La conjura de los necios, llevaron a que Toole se derrumbara. Sucumbió ante el avance de una oscura fuerza interior. Al principio sólo fueron incidentes aislados, comportamientos extraños que sus 37 amigos consideraron meras anomalías sin importancia. La paranoia se apropia de una mente brillante.
Emprende un viaje como el de Kerouac por los Estados Unidos en los días en que se intensifica la fatídica guerra de Vietnam y nace la cultura hippie. Recorre las carreteras en todas direcciones en búsqueda de algo que le hacía falta y cuando decide regresar a Nueva Orleans, escribe Tabárez Pulgarín, se detiene y se dirige hacia Popps Ferry hacia las afueras de Biloxi, allí, en una carretera solitaria y sin nada especial, aparca su coche bajo la sombra de los pinos, coge una manguera de jardín y la adapta al tubo de escape de gases, luego por una de las ventanas mete la manguera y se encierra en el auto. De esa manera se quita la vida Toole, de manera poética bajo la muerte azul el 26 de marzo de 1969, con tan solo 31 años de edad, su vida se extinguió con una llama intensa que siempre alzó su mirada hacia el firmamento hacia los miles de estrellas que muestran la magnificencia de la vida y la insignificancia de lo que somos.
Pero sin la madre de Toole, sin Thelma La conjura de los necios no existiría, fue ella quien encontró el manuscrito escondido dentro de una caja de zapatos, cuando la leyó supo que era una obra magistral e inmediatamente comenzó a contactar editoriales y en todas le decían lo mismo: “Tiene estilo literario pero las novelas cómicas no se venden”. Siempre la visión mercantil se imponía, para Thelma todos eran estúpidos porque no reconocían el valor del manuscrito que había creado su hijo. De tanto tocar puertas, de contactar a agentes literarios, de no rendirse, su lucha épica por último iba a dar sus frutos. Le da un manuscrito al novelista Walker Percy, quien queda boquiabierto y asombrado por la calidad de la novela. Una incredulidad se apropia del ya afamado escritor: no era posible que fuera tan buena. Gracias a Percy, la Universidad de Lousiana la publica con enorme éxito en 1980 y al año siguiente se hará merecedora del Pulitzer.
El personaje central, Ignatius Reilly, no tiene progenitor en ninguna literatura que yo conozca, dice Percy. “Es un tipo raro, una especie de Oliver Hardy delirante, Don Quijote adiposo, Tomás de Aquino perverso, fundidos en uno.” Odia al mundo moderno y se refugia en la Edad Media. En medio de gargantuescas flatulencias y eructos llena y llena cuadernos de vituperios contra la modernidad. Sale a trabajar y cada uno de los trabajos se convierten en una aventura disparatada con una extraña lógica propia, como las de Don Quijote.
Ignatius Reilly es hogaño un personaje de la cultura popular, un logro que envidiarían muchos escritores. Intelectual, ideólogo, gorrón, que disfruta de gargantuescos banquetes, siente un desprecio y mantiene una guerra individual contra todo el mundo: Freud, homosexuales, (hoy diríamos LGTB), heterosexuales, protestantes y todas las abominaciones de los tiempos modernos, abrumado por elefantiásicos problemas gastrointestinales, pues se le cierra la válvula pilórica de manera curiosamente periódica como reacción a la ausencia de una “geometría y una teología adecuadas” en el mundo capitalista y moderno. Es la novela, dice en el prólogo Percy, como una gran farsa estruendosa, un Falstaff shakespearesco sería una definición más exacta de esta commedia. Es triste por las tragedias que hay en las grandes cóleras gaseosas y las lunáticas aventuras de Ignatius o de la tragedia que rodea el mismo libro.
Pienso que la desgracia de Toole fue la de haber nacido en 1937, puesto que si Thelma, su madre, lo da a luz en 1957, hubiera podido publicar su novela en internet, y así estuviéramos disfrutando de otras más novelas suyas salidas del genio de este gigantesco escritor que por su dramática y corta vida se me parece a la de mi amigo, el poeta merideño Gelindo Callígaro Casasola.
Luis Eduardo Cortés Riera