Un raigal apego que se presenta como una devoción a la tierra de nacimiento, es uno de los pilares en que se asienta el ethos de los pueblos del semiárido del occidente venezolano. Es un rasgo notorio entre caroreños y larenses en general, que sorprende por su fervor y pasión a muchos. Creo que en este vínculo espiritual a la tierruca, un fenómeno psicológico no totalmente comprendido pero por ello no menos real, se afinca lo que he llamado “genio de los pueblos del semiárido larense venezolano.” Este apego vitalmente telúrico deja maravillado al eminente filósofo venezolano José Manuel Briceño Guerrero, quien daba cuenta de este inusual fenómeno en sus últimos años de vida.
La extremada sensibilidad del sacerdote Carlos Zubillaga, hermano mayor de Chío, le hizo perder la razón al ser extrañado de Carora en 1911, y morir de manera cruel y trágica como perseguido por un tigre imaginario en Duaca. Otro espíritu melancólico y sentimental, que sufre de semejante y doloroso destierro al del levita Carlos, fue el doctor en agronomía y pedagogo Rafael Tobías Marquís Oropeza, quien incomprendido y calumniado por sus paisanos, godos intolerantes, deja su Liceo Contreras y se marcha a Valera, algo así como a morir desengañado y triste en 1922.
Tres portentos y maravillosos larenses se han distinguido por su proverbial identificación a sus solares nativos. Me refiero al prolífico y autodidacta escritor Rafael Domingo Silva Uzcátegui, al poeta y crítico literario Elisio Jiménez Sierra y al Maestro Universal de la guitarra Alirio Díaz Leal. Indígenas los tres de la árida tierra larense. Es un trío de notables que han hecho extraordinarios aportes a la sensibilidad y cultura venezolana y que nunca dejaron de amar a sus humildes aldeas larenses.
La Curarigua de Rafael Domingo Silva Uzcátegui
Rafael Domingo Silva Uzcátegui vio la luz en el pueblo de fisonomía andina, pero ubicado en el semiárido larense llamado Curarigua, en 1887. A pesar de que lo abandona a los diez años de edad no dejará de visitar su villorio hasta muy entrado en años. Morirá en Caracas a la provecta edad de 93 años. Es el autor de la monumental Enciclopedia Larense, editada en 1942, Historia biológica del Libertador, Historia Crítica del Modernismo en la Literatura Castellana. 1925. Psicopatología del soñador, 1931, A la Luz del Psicoanálisis. Estudios de Crítica Científica. 1968. Historia del Estado Portuguesa.
Hizo su bachillerato en Caracas y quiso estudiar medicina en su Universidad Central, e intenta hacerlo en la Ciudad Luz, París, pero siempre regresaba a su amada Curarigua. Morirá en 1980 en Caracas sin obtener el ansiado título de médico cirujano, pero se convertirá en un psiquiatra autodidacta increíblemente dotado para la crítica literaria.
Un ensayo le he dedicado a este espléndido escritor con el que me hice merecedor de premio de la Segunda Bienal Nacional de Literatura Antonio Crespo Meléndez en 2014, con el título Rafael Domingo Silva Uzcátegui. Más allá de la Enciclopedia Larense. Psiquiatría y literatura modernista. Un ataque feroz y despiadado a los poetas Rubén Darío y Leopoldo Lugones.
Recientemente he propuesto que la producción ensayística y literaria de este genial escritor larense debe ser publicada íntegramente. Es obra de cultura que debe ser asumida por la Asociación de Escritores Larenses y la Biblioteca Ayacucho. Eso espera la cultura venezolana.
Atarigua, la Aldea Sumergida de Elisio Jiménez Sierra
Un acontecimiento en extremo doloroso marcará la vida de Elisio Jiménez Sierra, “Exquisito personero de la nostalgia”, quien nace en Atarigua en 1919, población ribereña del Río Tocuyo que fue sepultada por el agua de la Represa Cuatricentenaria en 1978, aguas que no respetaron ni las tejas ni las osamentas de su antiguo camposanto.
En 1940 se muda a Barquisimeto y entraba amistad con la motivadora de la cultura Casta J. Riera. Publica en 1942 su ópera prima con prólogo de Hermann Garmendia: Archipiélago doliente. Su poemario Sonata de los sueños verá la luz en 1950, en tanto que El peregrino de la nave anclada lo hará en 1958. Psicografía del Padre Borges es de 1971, La venus venezolana (1971), Los puertos de la última bohemia, Exploración de la selva oscura. Ensayos sobre Dante y Petrarca (2000) La aldea sumergida (2007). El premio Nobel de Literatura mexicano Octavio Paz tuvo palabras de elogio para este sinigual poeta del semiárido larense.
En los días que el agua estaba a punto de sepultar su aldea, la fue a visitar tras años de ausencia en Caraballeda, San Felipe y Caracas. Otro tanto hizo cuando un movimiento telúrico azotó este sufrido conglomerado humano del semiárido larense, que, paradójicamente, fue ahogado por millones de toneladas de agua de la Represa, tragedia humana que motiva a Juan Páez Ávila escribir su maravilloso cuento Atarigua 3.
En ocasión del Centenario de su nacimiento, acompañé a sus hijos Ennio y Gabriel Jiménez Emán al pueblo artificial de Atarigua La Nueva, en un lucido y cálido homenaje que le fue tributado a su padre en el auditorio repleto de niños y adultos de su escuela en 2019.
La Candelaria de Alirio Díaz
Una madrugada y a hurtadillas de su padre, huye del caserío de La Candelaria un muchacho flaco y bastante moreno, quien con el pasar de los años se convertirá en el mejor guitarrista del mundo: Alirio Martín Díaz Leal. El Maestro Alirio es un amigo que heredé de mi padre Expedito Cortés y debo decir con orgullo que visitó mi casa en Barquisimeto y que en ocasiones lo llevé en mi todo terreno japonés al caserío que lo ve nacer en 1923.
Hogaño es La Candelaria es un pueblo fantasma que ve cerrada su escuela de primaria por falta de matrícula. Antaño rebosaba de vida y era una suerte de aldea musical bajo el cielo estrellado del semiárido. La casa paterna de Alirio es un portento de la cultura popular, fue hecha por una técnica casi en trance de ser olvidada: el techo fue construido con barro y fibras de divive, hebras recortadas del altivo cardón de la tierra seca.
Las fiestas patronales de La Candelaria eran hechura y giraban en torno al Sol que era el Maestro universal de la guitarra en esos festivos días de julio. Un arcaico nacimiento presidía la sala de su casa de barro y tierra apisonada y pasábamos las tardes cantándole bajo la dirección del Maestro. Daba conciertos bajo sombra de cujíes a sus paisanos, humildes criadores de marranos y caprinos como él mismo lo fue hasta que, mozalbete, escapa de su casa para caer en manos del maestro de juventudes Chío Zubillaga Perera.
“Vengo a cargar las pilas”, decía cuando lo íbamos a recibir al aeropuerto de la ciudad crepuscular. Inmediatamente pedía en los restaurantes de la terminal aérea “Una colita Marbel, el mejor refresco del mundo.” Una vez instalado en su aldea natal, sus paisanos se esmeraban en que rocolas y tocadiscos bajaran volumen a los vallenatos y raspacanillas para no herir el oído absoluto del “Faraón de la guitarra.”
En los años otoñales de su larga existencia, tuve el honroso privilegio de acompañarle en el hogar de su sobrina, la profesora Haydee Álvarez Díaz y su esposo, el licenciado en historia Alejandro Barrios Piña, en los días festivos de diciembre. Para mi sorpresa, había leído mis ensayos sobre el Colegio La Esperanza y Federal Carora y el doctor Ramón Pompilio Oropeza, diciéndome que eran magistrales.
La Ciudad Eterna, Roma, será el escenario de sus postreros alientos. Quería despedirse de la humana y terrenal existencia en la ciudad del Portillo, pero fue trasladado a Italia donde podía ser mejor atendido. Una vez que se entrega a la eternidad de manera plácida y sosegada, sus restos mortales son repatriados y reposan en el Cementerio Municipal de Carora, donde cada año y en su fecha natal se dan cita melódica sus admiradores y amigos.
Coda
Tres laureados y reconocidos hombres de esa maravilla de la cultura y del saber que son los pueblos del semiárido del occidente de Venezuela, que nos dan una gran lección de sabiduría y humildad. La universalidad comienza en la aldea. En las aldeas y pueblos más humildes viven ciudadanos ejemplares y de allí salen a desempeñar su papel en el mundo hombres y mujeres con una concepción universal y una visión humanista de la vida.
Luis Eduardo Cortés Riera