#OPINIÓN La libertad como justicia #22Nov

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Un libro que me busca y consigue, Libertad bajo palabra, de Octavio Paz, publicado en 1949, en el que encuentro en un verso, fragancia que me ayuda a aclarar una preocupación que me atrae y distrae desde hace algún tiempo y ahora más aún, y es la que se encierra en la pregunta de por qué todavía, a pesar de las luchas, infructuosamente, no hemos encontrado sentido real y colectivo a nuestra aspiración de libertad. ¿O es que no la tiene sino como mentira, como sueño?

Qué es la libertad, dónde reside, cómo hago para encontrarla, cómo sería, si ella es posible, la vida real viviendo en libertad. No la mía nada más, que sería individualismo posesivo, sino la de todos, la que se comparte como tesoro logrado, aunque fugaz si no se le honra, comparte y protege. Es tan frágil su existencia que a veces florece o desaparece de tan confusas formas sin que nos demos cuenta. No es nueva la cuestión, parece que persistiera en los genes del humano que nos queda.

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Y más que un tema etéreo, me refiero al aspecto político y social que ha tenido dicho asunto en el caso venezolano: cuál ha sido su origen y trascendencia; por qué es que en esas manifestaciones que salían a la calle, el grito de ¡Libertad, libertad!, era el llamado de mayor entidad colectiva que coreaba la gente; grito de guerra que usaba en sus pancartas, en el discurso de oradores, voz principal y consistente en el tiempo, como si estuviéramos aún con el Acta de la Independencia en alto. Desde hace dos siglos ese ha sido el grito más voceado tanto o más que ¡Fuera la dictadura!, que ambos vendrían a ser, en todo caso y en el fondo, lo mismo, aunque el uno más determinado que el otro.

En las últimas manifestaciones en Cuba, por ejemplo, ese es el grito y planteamiento que más escucho, ¡Libertad, libertad!; en las concentraciones multitudinarias contra el régimen del dictador Lukashenko en Bielorrusia, ¡Libertad, libertad!, por igual. Y así tantos otros casos de norte a sur y de este oeste que parece ser una exigencia que sueña despierta, un grito y esperanza compartido al que nadie escucha pero que todos insistimos en él sin saber a ciencia cierta de qué se trata. Porque, otra vez, dónde finalmente se encuentra la libertad, cómo la pongo en práctica, cómo convertirla en el motor real de nuestras existencias. ¿Dentro, fuera de mí, con los otros? ¿Dónde?

Busco orientación en libros y nos topamos otra vez con la poesía. Leo en Octavio Paz, en el libro citado, y miro el verso que a lo mejor buscaba, la respuesta inmediata a mis preocupaciones y así transcribo: «Eres tan solo un sueño, pero en ti sueña el mundo, y su mudez habla con tus palabras”. Escritura decidida, enunciación preclara y emocionada que encuentro se complementa con otra del magnífico poeta español Juan Ramón Jiménez, quien nos dice ambicioso ahora y en prosa crítica, que tomo prestada de un epígrafe de “Cachalo” del escritor venezolano Gustavo Díaz Solís: «Hay dos dinamismos: el de el que monta una fuerza libre y se va con ella en suelto galope ciego; el de el que coge esa fuerza, se hace con ella, le envuelve, la circunda, la fija, la redondea, la domina. El mío es el segundo».

Ambas complementarias, a mi modo de ver, es verdad. Más dominante y contundente la segunda. Me quedo con las dos, pero resiento que esa visión nuestra de libertad es tan frágil y volátil, que le falta organización, concreción, militancia, partidos políticos que la asuman y organicen y la hagan digerible, realizable, convincente, carismática, duradera, democrática, porque sin libertad no existe democracia, ni viceversa.

En todo caso hoy el deseo perdura calladamente, a pesar de tanta realidad y pesadumbre. Después de dos siglos andamos con ese San Benito al hombro como remordimiento de permanente esperanza insatisfecha que tiene la virtud de mantenernos vivos, despiertos y expectantes, a pesar de las sombras pasajeras que nos opacan.

Es una necesidad indignada y permanente de reinventarnos como país, como sociedad y como seres humanos, frente a la dictadura. Una urgencia de justicia que rechaza por igual a la venganza y a la impunidad. 

Leandro Area Pereira

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