Casi seguramente miles o millones de argentinos se acostaron el domingo soñando que a partir del lunes desaparecerían sus problemas y carencias. La cosa no es tan fácil: Una elección renueva cargos, no cambia países.
Ciertos políticos, para triunfar, tienen la mala costumbre de ofrecer lo que no pueden lograr. Eso es el populismo, pero funciona cuando la población anda desesperada. Lo vemos hoy en Venezuela con promesas de restablecer el agua o la luz por via regional, cuando el problema es nacional. Es contraproducente.
Aquí lo más que deben ofrecer los candidatos regionales es luchar para que los problemas nacionales se comiencen a solucionar, no prometer resolverlos.
En Buenos Aires, los intendentes ofrecían transporte gratis a los votantes para que fueran a votar en los bastiones peronistas. Eso es ventajismo; y es pandémico en la región. Lo único que se puede hacer es denunciarlo y – donde es posible – sancionarlo.
Allá no les preguntaban a los pasajeros por quién votarían, apenas ponían el servicio donde eran fuertes. En otras partes – como Venezuela – les cargan cual ganado al matadero. Pero el voto sigue siendo secreto.
Otro mito generalizado es creer que los componentes de la autoridad electoral tienen que ser mirlos blancos o ángeles celestiales. Lo que se puede lograr es que no actúen con ciego e inmoral fanatismo partidista, y mucho menos que sean presionados por otros poderes. Ante una dictadura esos límites se deterioran, y si es totalitario prácticamente desaparecen.
Aún así también la voluntad popular impacta; sobre todo, si es masiva. Puede inducir correctivos o inhibir y denunciar abusos extremos, así sean parciales.
Obviamente cuando el régimen – como en Nicaragua y Venezuela – es tan burdo y primitivo como abusador y delictivo – el efecto práctico de las votaciones no se palpa a inmediato – pero las consecuencias sobrevienen a la larga y debilitan a la criminal coalición dominante.
Las elecciones argentinas ya comienzan a resaltar fisuras y divisiones dentro del propio peronismo: Pero siempre existirán izquierdas y derechas de odios, rabias y venganzas; y derechas e izquierdas de ideas, ilusiones y esperanzas. Y las mayorías siempre serán del segundo grupo, porque la humanidad es mucho más de Abel que de Caín.
En Venezuela el domingo hay una oportunidad para que cada quién aporte un granito de impacto ante tanta impotencia. No es para resolverlo todo, no es para escoger al mejor, es para confirmar que los buenos son más que los malos. Por poco que sea, algo se puede hacer: No dejemos de hacer, vamos a votar.
Antonio A. Herrera-Vaillant