Hay días en los que poco a poco los recuerdos se nos van acercando, poblando cada rincón de la casa de risas, de rostros, alegrías y fragancias que llegan y se alejan sin hacer ruido, hasta que se deshacen en la realidad del día que comienza.
Son días a los que se aferran los recuerdos, testigos de todo el circular de nuestra vida, de quiénes somos, de dónde venimos, a dónde llegamos, son días que nos traen a la mente cada curva, cada vieja casa, cada paisaje, nuestros ancestros, cada mirada a lo que atrás dejamos, nuestras cordilleras amadas, nuestros páramos y caminos de la juventud.
Nuestra vida está más cargada de ausencias que de regresos, de adioses que de bienvenidas.
–Adiós mis cielos radiantes, mis cumbres, mis inolvidables campos esmeraldinos, mis sueños, mis raíces, mi corazón y caminos viejos cuyas lágrimas tantas noches al evocarlos me pinchan el corazón, me queman los ojos. Somos peregrinos incansables. Por entre breñas ásperas un día atravesamos territorios y largos caminos, llegando a las nuevas tierras, a esas que nos abrazan y acogen con cariño. Llegamos como ciegos que aspiran ver más allá de lo que enseñan la fe y la esperanza…
Ya lejos de su tierra los nuevos peregrinos (nuestros hijos), se han alejado del hogar con el único deseo de encontrar seguridad, oportunidad y la anhelada paz en un cielo sin cadenas. Allá muy dentro del alma al arribar a tierra desconocida cada uno sentirá el gemir lastimero que produce la nostalgia por la patria y los afectos que nos recuerda el suspirar del viento sobre las hojas del camino. Poco a poco se van descorriendo las tinieblas llenando de luz el cielo de la esperanza. Manos diestras y cálidas les enseñará que todo es posible cuando la tierra que nos acoge es generosa, nos enseña su abierto cáliz, su cielo ancho, su tierra firme y la oportunidad de tener una calidad mejor de vida.
Revientan los renuevos de la ilusión. Buena suerte hijos, hasta luego chicos, en el alma queda grabado la más triste de las despedidas ¡Adiós mamá!
Amanda N. de Victoria