No hay dos casas iguales: Cada una cuenta su propia historia. Las entradas de luz, las manchas en las paredes, aun la distribución de los objetos que la conforman revelan ínfimos -e íntimos- detalles de la personalidad de sus propietarios. Es un espacio donde los habitantes van desarrollando una identidad y, a la vez, la casa también desarrolla una esencia propia. Con esa premisa, la pintora venezolana Rosa María Unda Souki ha dedicado su obra artística a retratar el espacio memorial y la esencia de los lugares donde grandes personalidades hicieron vida.
Egresó de la carrera de Bellas Arte en 1999, que cursó en su ciudad natal, Caracas. Hija de unos padres devotos a las diferentes manifestaciones artísticas, entre las personalidades que acompañaron su niñez la vida de Frida Kahlo fue la que más caló en la joven. Así que no es coincidencia que uno de sus sueños fuese pintar la Casa Azul, donde vivió Kahlo. De esta fascinación nace su primer libro Lo que Frida me ha dado, una novela gráfica en la que cuenta el proceso para exponer su obra pictórica, publicado de la mano de la editorial francesa Zulma.
Trayectoria académica
Entró al Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón cuando tenía 16 años. Fue allí donde dio sus primeros pasos como pintora. La motivación que recibió por parte de sus maestros le permitió encontrar el lenguaje que la identifica como artista.
“Sé que hay otras universidades de las cuales se inspiraron para hacer ese proyecto, pero yo no conozco ninguna que se compare a lo que nosotros tuvimos en la Reverón”, ratifica.
A los 22 años, tras terminar la carrera, emigró a Brasil, país natal de su madre, para cursar una maestría en Artes Plásticas y Tecnología de la Imagen. Obtuvo una beca en la Universidad Federal de Minas Gerais, en Belo Horizonte, de donde egresó con Mención de Honor y publicación aconsejada. En esta etapa de su vida descubrió su pasión por la fotografía y los productos audiovisuales, gusto que más adelante potenciaría sus exposiciones en distintas galerías europeas.
¿Cómo fue tu experiencia en el Instituto Armando Reverón? ¿La experiencia llenó tus expectativas?
Yo tuve mucha suerte. Todas las personas que estudiamos en ese lugar tuvimos muchísima suerte. Sencillamente tuvimos el privilegio de estar en un proyecto pedagógico universitario único. Cuando estuve en Seúl visité una universidad y me dio mucha alegría ver cosas que me recordaron a la Reverón. Teníamos un cuerpo docente increíble, personas que hacen parte de mi formación hasta el día de hoy. Luis Lizardo, por ejemplo, es un artista formidable: Un maestro. Consuelo Méndez… pienso que la obra de ella debería estar expuesta en muchas partes del mundo. Luis Alberto Hernández, Sandra Pinardi…, fueron tantos. Fue un privilegio ser formada por tanto talento. Además, era un lugar donde podíamos experimentar, cada profesor nos daba las herramientas para que encontráramos nuestro lenguaje y no ser discípulos de una manera estandarizada de ver el arte. La estructura física era muy precaria, la universidad cambió de localidad varias veces hasta que consiguió un edificio fijo: Eran galpones subdivididos en varios talleres donde trabajábamos con cada profesor.
¿Hay algo que recuerdes de esos días que te haya marcado?
Recuerdo que para hacer talleres de dibujo solo teníamos un papel amarillo, un papel horrible que incluso tenía una especie de textura de sellos gubernamentales. Sin embargo, yo creo que cualquier estudiante de la Reverón pagaría por tener un pedacito de aquel papel porque nos trae tantos recuerdos. No había computadoras, la biblioteca era mínima; pero teníamos un talento en el cuerpo docente inimaginable. Era una universidad que estaba creciendo y fue cercenada por la tragedia venezolana. Hoy día es otra cosa que no tiene nada que ver. La última vez que fui, en el 2009, ya estaba muy lejos de ser lo que yo conocía.
Además, hiciste una maestría en Brasil, ¿la experiencia fue igual de satisfactoria que en Venezuela?
La Universidad Federal en Brasil tiene una estructura física impresionante, pero los estudiantes no tienen acceso a ello porque es una mafia académica insoportable. Es una universidad que, en lugar de dar los elementos para que cada estudiante encuentre su propia voz, cercena a los artistas con mezquindades y egoísmos que no tienen nombre por parte de los profesores. Es un lugar despiadado, ese tipo de lugares no deberían de existir. La universidad en Seúl me impresionó, la efervescencia de cada taller me recordó a lo que yo viví. Lo que existe hoy en Venezuela está muy lejos de ser lo que conocí. Si pudiera decirle algo a los estudiantes en Venezuela, es que muestren su trabajo. No se limiten a las cuatro paredes del taller o la universidad: muestren sus trabajos en las convocatorias. Sean exigentes con ustedes mismos.
Has vivido en Venezuela, Brasil y Francia. ¿De qué forma te potencia como artista conocer otras culturas?
Es algo que está muy intrínseco en mi historia personal. Una característica que tiene Venezuela, que era más visible hace décadas atrás, es que está localizada geográficamente de una manera muy interesante. Durante los años 70 era una parada obligatoria para los artistas de todas partes del mundo. Para darse a conocer en América Latina había que pasar por Caracas. Creo que eso nos permitió a los venezolanos sentir una familiaridad hacia las diferentes culturas. De esa manera podemos escuchar un tango con la misma cercanía con que escuchamos un joropo. Me fui a Brasil porque quería hacer estudios en Tecnología de la Imagen y en Venezuela no había una propuesta de estudios en esas áreas. Además, tengo orígenes brasileños y me encantó la cultura del país. Me nutrió mucho. Me casé y me vine a Francia porque mi exmarido estaba haciendo un doctorado en Derecho Laboral que era en París. París es una ciudad que tiene una gran escena cultural, era algo que yo había estudiado con mucho entusiasmo en la universidad. Posteriormente volví a Brasil; pero ya ese país no era lo que yo me imaginaba. Me di cuenta de que es un país muy rico culturalmente, pero muy proteccionista; hay muy poca apertura. Fue en París donde me sentí bien recibida por el respeto y la curiosidad de lo que yo tenía para ofrecer; fue aquí donde tuve la oportunidad de desarrollarme como profesional de manera digna y vivir de mi trabajo.
Identidad en el espacio
La mayor fuente de inspiración de la pintora es el espacio memorial, específicamente, las casas como lugar donde el ser humano construye su identidad, en otras palabras, los lugares que ya han sido transfigurados a imagen y semejanza de sus dueños. A través de sus cuadros busca captar la esencia de la casa como una extensión de sus habitantes.
Una de sus obras más celebradas es la serie de cuadros que creó en 2010, denominada En la casa de Federico, que retrata las tres casas del poeta español Federico García Lorca. Las pinturas fueron expuestas en la Sala de Exposiciones del Centro de Estudios Lorquianos en España y en la Galería Picot-Le Roy en Francia. Estas exposiciones le hicieron merecedora del premio Salón de Montrouge.
Posteriormente se interesó por retratar la Casa Azul, espacio donde vivió la mexicana Frida Kahlo. Esta propuesta pictórica también la llevó a crear un documental en el que se puede ver la historia de creación y, cinco años más tarde, sería la inspiración para su novela gráfica Lo que Frida me ha dado.
¿Cómo es tu proceso de selección para empezar a trabajar con un espacio o retratar una casa?
Durante mucho tiempo trabajé con casas donde yo tuve una relación directa: la casa de mi padre en Guama es un tema al cual vuelvo cada cierto tiempo. También otras casas donde viví, como la de mi tía abuela en Brasil o mi primer apartamento en París que tenía 30 metros cuadrados. Ese departamento cambió totalmente mi manera de percibir un espacio íntimo. En 2010 decidí empezar a pintar casas de otras personas. La primera casa que pinté en la cual no tuve una relación directa fue la de Federico García Lorca. Las tres casas de Lorca. La huerta de San Vicente, la casa de Fuente Vaqueros y la casa de Valderrubio. Era la primera vez que hacía esto, yo sentía una intuición muy grande de hacer una serie de obras inspiradas en estas casas. Tal vez porque identificaba rasgos de mi casa de infancia en Guama. Fue un trabajo más intuitivo que investigativo, ya que los archivos de Lorca son bastante limitados. La guerra civil española hizo desaparecer mucho material, las cosas a las que se puede tener acceso actualmente son las que sobrevivieron a la guerra civil y sus atrocidades.
Has comentado que tu padre era arquitecto y, además, aficionado del arte. Fue él quien te presentó la imagen de Frida que es el personaje a quien hace referencia el título de tu libro, ¿cómo surge esa admiración hacia ella?
Yo tuve el privilegio de ser hija de un padre y una madre interesados en la cultura internacional. Crecí bajo la historia de figuras importantes tanto de la literatura como de otras formas de arte como la danza y la pintura. Teresa de la Parra, Isadora Duncan, Frida Kahlo… ella era de esas figuras cuya historia me encantaba. Eso pasó de ser un recuerdo infantil a ser un asunto profesional. En la universidad comencé a indagar más sobre esos artistas cuyas historias me han nutrido. Frida Kahlo forma parte de esas figuras que estudié. En ese momento nunca me imaginé que iba a desarrollar un proyecto de creación tan consecuente en relación a Frida Kahlo y la Casa Azul. Eso el destino me lo deparó muchos años después.
“Me interesa más la persona que el personaje”, ¿cuáles son esos hitos o ideas en la historia de Frida que prefieres apartar porque quizás la deshumanizan? ¿Cómo fue el proceso para abordar su historia?
Fue un gran desafío. El primero que tuve que atravesar para consagrar este proyecto. Frida fue un boom mediático que creció a lo largo de los años 80: en los 90 ya se pintaban sus símbolos en zapatos, tazas, carteras… Es una imagen pintoresca y latinoamericana que atrae el interés de Europa y Estados Unidos por su color, por lo exótico…, pero que está lejos de ser la persona que era ella. Yo no soy historiadora ni pretendo ser especialista de Frida Kahlo, yo me remití a documentos creados por historiadores que han tenido un trabajo consecuente. Lo que yo quería era aproximarme a la persona no al mito. Empezó como un proyecto de creación pictórica que se ha convertido en uno literario. Lo que yo quise pintar desde el inicio era la casa no el museo. Hay una gran diferencia entre una casa y un museo. El museo es un lugar público, en cambio, la casa es un espacio íntimo. De ese espacio es que yo quería hablar a través de mis cuadros; es la persona y no el personaje de Frida Kahlo. A eso me refiero en relación a enfocarme en su personaje. Para hacer ese trabajo había que obviar el bagaje mediático que se interpone entre el personaje y el ser humano que realmente fue.
¿Cómo fue la experiencia de crear Lo que Frida me ha dado? Además de pintar, tuviste que desarrollar tu narrativa y mostrar a la escritora.
La idea surgió por un día en el que estaba hablando con unos amigos coleccionistas y me preguntaron que, habiendo tantas casas hermosas en América Latina, cuál quisiera pintar. Yo enseguida pensé en la Casa Azul de Frida, ellos me apoyaron con ese proyecto. Hice una investigación en libros y archivos; anotaba todo este material entre dibujos y pruebas de color en un cuaderno de investigación que me acompañó durante los cinco años de creación. Durante esos cinco años hice 110 obras entre dibujos preparatorios y óleo que retratan la vida de Frida en su casa, este material lo expuse en el Instituto Francés de Madrid en España, luego en París y, finalmente, en Seúl. Para esta última exposición yo había hecho un documental junto con varias personas, donde cuento la historia del proyecto a través del cuaderno de investigación. Luego de eso, una amiga que es grafista y trabaja para Zulma (editorial donde fue publicado el libro) le mostró ese video a la directora de edición; ella quedó impactada con las imágenes y mi manera de contar la historia. Tuve una reunión con ella y así nació la idea de crear una novela gráfica.
¿Cómo consideras que es tu calidad de vida en Europa? ¿Qué crees que se podría imitar o adaptar de esa realidad a Venezuela en torno de temas como el aborto o el feminismo?
América Latina y Europa tienen distintas realidades sociales. Sus historias y raíces crean un abismo entre lo que se puede vivir hoy en día en Venezuela y lo que se puede vivir en Francia. Hay derechos fundamentales que se respetan en Francia y que hace mucho tiempo no se respetan en Venezuela. Son problemas que arrastramos desde hace décadas, aunque Venezuela haya sido un modelo en el tema de seguridad social: había problemas serios como la ausencia de un estatuto de trabajo para las empleadas domésticas. La empleada doméstica era casi un esclavo. Sin embargo, había una seguridad social y un derecho a la salud que era un modelo, incluso para España. Un ciudadano francés tiene derecho al apoyo del Estado -no estoy hablando de gobierno- que ampara a sus ciudadanos para tener un hijo, darle educación sin que eso implique un sacrificio para la familia, ya que la educación aquí es gratuita. Hay bibliotecas en todos los barrios y regiones. Hay piscinas municipales, eso quiere decir que la persona tiene derecho al entretenimiento. Hay una calidad de alimentación avalada por nutricionistas a la que tienen derecho todos los niños que van a escuelas públicas. Es casi una perversidad comparar las dos realidades. Estos derechos que existen en Francia se han batallado después de mucha lucha social. Se han conquistado. Es un tema de retroceso muy complejo, ¿cómo se puede hablar del derecho al aborto en Venezuela si no se ampara el derecho a la vida? ¿Cómo se habla de aborto si a los niños que nacen ni siquiera se les garantiza la vida? No podemos hablar de feminicidio, que es un problema mundial, cuando ningún ser humano sea mujer u hombre no recibe el mínimo respeto por parte del Estado. La única manera de deliberar sobre estos temas de impacto social de manera coherente es tratando los otros temas antes.
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