El ser humano tiene la capacidad de crear su propio paraíso a través de la voluntad y fe en sí mismo, su pensamiento es grande, ligero y libre, la luz del mundo y su mayor gloria. Todo esto suena bien, solo que en la realidad el hombre es miedoso y su fe muy pobre cuando no la pone en el poder de la razón, no ha aprendido a valorar su propia humanidad por estar pendiente de seguir y copiar a los demás…
Cuando me paro a considerar los límites estrechos en que se encuentran reducidas las facultades activas, libres, intelectuales e imaginativas del ser humano, cuando veo agotarse sus esfuerzos en satisfacer las necesidades cuyo objetivo principal es el de prolongar su existencia feliz y tranquila -decir como lo dice hasta la misma iglesia que venimos a sufrir a este mundo y los que afirman que es necesario fundamentar nuestra vida para ser personas completas en la tecnología y en la ciencia como ahora mismo ocurre, no es más que la resignación ridícula de vivir encerrados sometidos a las tiranías del hombre, de la religión, de la tecnología y del tiempo.
Pareciera que dentro de estos elementos se encerrara todo lo que es el mundo en que vivimos. Recorremos nuestros senderos titubeando, tropezando, dudando, temiendo, sometiéndonos etc. Todo es una regla, una norma, una exigencia. Buena parte de la humanidad se resigna a vivir en una quimera, en una nada cubierta de nubarrones con trabas por doquier. ¿Qué hacen los regímenes, las reglas, los políticos? Cortar las ramas de nuestro árbol impidiendo que crezcan libremente y den excelentes frutos. Nacimos para ser felices, no para arrastrar karmas de otros. Someterse a cualquiera es hacer más pesado y sofocante el aire que nos envuelve, es ver como se arremolinan en nuestro horizonte gruesos y numerosos nubarrones de color oscuro que nos impiden ver la verdadera luz.
Vivir en paz es un verdadero deleite. Hay tanto por que vivir, a ratos nos sentimos reyes cuando el sol en lo más ardiente de su curso lanza sus rayos abrasadores sobre el mundo. Allí se percibe la gran presencia del padre Eterno, el soplo de su amor divino, ese que nos sostiene flotando en el delicioso océano de sus bendiciones.
De alguna manera todos buscamos alegrías y felicidad para sentirnos bien, poder contemplar siquiera un minuto más la luz del sol, estar tranquilos en sí mismos y sentirse dichoso de ser lo que es. Por limitado que sea su poder, ese es el hombre que entretiene siempre en su corazón el feliz sentimiento de la libertad, sabiendo en lo íntimo de su ser que puede dejar su prisión cuando le plazca y lo decida.
Sentir que todo está tranquilo a nuestro alrededor es poder experimentar lo que es tener el cielo en el corazón…
Amanda N. de Victoria
