De otra gente solo se puede esperar lo que ellos son, no lo que es uno. Esta realidad de la vida parecen desconocerla todos los que parten de puras premisas legales o constitucionales cuando adelantan estrategias para enfrentar a la dictadura venezolana.
El actual régimen forajido tan sólo maneja la “legalidad” como maquillaje propagandístico, para uso de sus simpatizantes en el mundo. Su cúpula carece de la decencia, humanidad, moralidad o ética fundamentales para entenderla de otro modo.
Igual ocurre en la tergiversación que hace de las prácticas democráticas, como los derechos humanos y los procesos eleccionarios, donde aplican lógicas de realidad paralela dignas de George Orwell para presentar sus atrocidades.
Todo esto no significa que no se pueda negociar con delincuentes: Simplemente que hay que hacerlo a plena conciencia de quienes están del otro lado de la mesa y tratarlos de acuerdo en consecuencia.
Negociar con forajidos ha existido desde los inicios de la raza humana, cuando no hay manera de imponer otro lado por fuerza física. Aún en las peores guerras se han negociado determinadas situaciones, y la llamada Guerra Fría no fue más que una continua sucesión de negociaciones rodeadas de distintas circunstancias.
En las transacciones se fijan las opciones y sus límites según la correlación de fuerzas físicas, económicas, y políticas entre las partes en conflicto, asignando a cada elemento su peso real en cada momento.
Negociar es luego un arte, cuyo ejercicio poco tiene que ver con abstracciones o teorías del derecho, sino con las realidades de cada oportunidad. Entendido así, la legalidad de una transición política se introduce para ejecutarla y adecuar las reglas establecidas a cánones de común aceptación – pero no puede fijarse desde su inicio.
Si algo ilustra todo esto es la muy infantil reacción del régimen venezolano ante la extradición de algunos de sus más notables operadores hacia el territorio democrático, sacrificando aún más su mermada credibilidad internacional en aras de un despliegue de prepotencia para deleite de su menguada jauría interna. Han hecho el ridículo universal, donde hasta sus aliados rusos dicen que hay que seguir negociando.
La verdad es que el régimen lleva años en una permanente huida hacia adelante, sin futuro ni otro logro más que la mera subsistencia. Pero hasta las rendiciones – de no ser incondicionales – hay que negociarlas, sin dejar de hacer en paralelo cuanto fortalezca la parte democrática; y – pese a toda la propaganda en sentido contrario – el tiempo está a favor de la libertad.
Antonio A. Herrera-Vaillant