1492. Es octubre y el almirante Cristóbal Colón acaba de descubrir las américas. No lo sabe a primera vista, pero el tiempo se encargará de otorgarle un sitial de honor en la historia, pero también de eclipsarlo.
Aquel hombre cruzará el Atlántico otras tres veces, arriesgando toda su fortuna, su acreditada reputación y su cordura, desafiando incluso las creencias ancestrales en una apuesta que lo llevará más allá del mundo conocido.
Para su primer viaje, Colón necesitó una cantidad inimaginable de recursos financieros, por tanto, fue la carrera espacial del momento, igual de costosa que en la actualidad, puesto que las naciones europeas competían para lograr llegar a Asía y así conquistar sus riquezas.
España recién ganaba una exorbitante guerra de más de 700 años, escenario que aprovechó Colón para solicitar el respaldo, aduciendo a la corona, la posibilidad cierta de nuevas fuentes de riquezas, puesto los magros fondos reales ya eran una preocupación.
En su viaje inicial, el Almirante dispuso de tres naves, y su nave insignia, la Santamaría, un navío mercante, lento y muy anticuado, pese a que sentía inclinación por La Niña, que poseía un diseño avanzado, pues era de tipo carabela, ideal para exploración por ser pequeña (23 metros de largo y seis metros de ancho) con capacidad para transportar unas 50 toneladas de carga, adaptándose por esas características perfectamente a la faena. Era una carabela suficientemente ligera y veloz, que pudo surcar el inmenso oleaje del atlántico con rápidas maniobras. Tenía un calado poco profundo que le permitió navegar en solo dos metros bajo el agua.
En su diario de viajes, Colón apuntó que las carabelas viajaban entre 100 y 130 kilómetros al día, a veces alcanzaban la increíble velocidad de 160 kilómetros, registros que para la época representaban velocidades alucinantes.
El tercer viaje de Cristóbal Colón zarpó de Sanlúcar de Barrameda el 30 de mayo de 1498 y estaba compuesto por seis navíos, tripulados por 226 hombres distribuidos en ocho naves: Santa Cruz, Santa Clara, Santa María de Guía, La Castilla, La Rábida, La Gaza, La Gorda y La Vaqueña.
Al mismo tiempo, una serie de expediciones privadas partirían ese mismo año rumbo a las Indias, tras ser autorizadas por los reyes católicos, quienes habían otorgado capitulaciones reales de exploración a las nuevas tierras; quitándole la exclusividad y los privilegios concedidos originalmente a Colón de los viajes transoceánicos (a las nuevas tierras descubiertas).
De esta manera se iniciaron los denominados «viajes menores«, comandados por personajes como Vicente Yáñez Pinzón, Alonso de Ojeda, Américo Vespucio, Juan de la Cosa y Pero Alonso Niño.
Descripción del cronista
En viaje el Almirante siguió el camino a través del Atlántico; y después de varios días de navegación, el marinero Alonso Pérez avistó tierra el 31 de julio, señalando lo que eran tres montañas de una isla, la Isla de Trinidad cerca del territorio continental de lo que es hoy Venezuela.
1498. Es agosto, concretamente miércoles del primer día. Don Fernando Colón, hijo y primer biógrafo del almirante, narra que “por la mañana, siguiendo prontamente el mismo viaje a Occidente, fue a parar a otra punta que llamó de la playa, donde con grande alegría desembarcó la gente y tomaron agua en un bellísimo arroyo; pero en todo aquel contorno no hallaron gente, ni pueblo alguno, aunque por toda la costa que dejaba atrás habían visto muchas casas y pueblos; verdad es que hallaron pisadas de pescadores que habían huido, dejándose algunas cosillas que servían para pescar. Hallaron también muchas huellas de animales que parecían cabras y vieron los huesos de una, pero porque en la cabeza no tenía cuernos creyeron que podía ser de un gato o mono, como después lo supieron por haber visto en Paria muchos gatos semejantes”.
Navegando por el sur de Trinidad, Golfo de Paria (que divide Venezuela de Trinidad) el Almirante y su flota se aproximaron al delta del río Orinoco comparando la fuerza del agua en su desembocadura con la fuerza del Río Guadalquivir en tiempo de crecidas. Navegando entre las dos puntas referidas por el hijo de Colón, sobre la margen izquierda, a eso de mediodía “vieron la tierra firme a 25 leguas de distancia, aunque pensaron que era otra isla, y creyéndolo así el Almirante le puso por nombre Isla Santa (avistada desde Punta Bombeador, una parte de la tierra aluvial del delta del Orinoco, en Venezuela)”. Y prosigue más adelante describiendo a Venezuela: “…pero todo el país era muy hermoso y los árboles hasta el agua con muchas poblaciones, casas y grandísima amenidad, cuya jornada pasaron en brevísimo tiempo…”.
Margarita en la bitácora del Almirante
La descripción del almirante en su bitácora es aun más conmovedora: «Esta gente, como ya dije, son todos de muy linda estatura, altos de cuerpos, y de muy lindos gestos, los cabellos largos e llanos, y traen las cabezas atadas con unos pañuelos labrados, como ya dije, hermosos, que parecen de lejos de seda y almaizares: otro traen ceñido más largo que se cobijan con él en lugar de pañetes, así hombres como mujeres. La color de esta gente es más blanca que otra que haya visto en las Indias; todos traían al pescuezo y a los brazos algo a la guisa de estas tierras, y muchos traían piezas de oro bajo colgando al pescuezo. Las canoas de ellos son muy grandes y de mejor hechura que no son estas otras, y más livianas, y en el medio de cada una tienen un apartamiento como cámara, en que vi que andaban los principales con sus mujeres. Llamé allí a este lugar Jardines, porque así conforman por nombre».
Llegado al litoral venezolano, Colón atravesó el Golfo de Paria y se impresionó por la suavidad del clima y la gran corriente de agua dulce que indicaba la presencia del imponente río Orinoco. Pensó que estaba cerca del paraíso terrenal, lo cual plasmó entusiasmado en su relación de este tercer viaje. Pero no había llegado al paraíso, sino al continente americano.
Fuentes históricas han descrito que la llegada del Almirante de la Mar Océano a nuestras tierras ocurrió por la población de Macuro, mientras navegaba a través del Golfo de la Ballena (hoy de Paria) viniendo desde la Boca de la Serpiente, el estrecho sur que separa a Trinidad de Venezuela; otras fuentes determinan que es mucho más probable que el lugar donde Colón mandó los botes a la costa firme fuera al oeste de Ensenada Yacua, y no al este de ella, de lo contrario sobrepasaría el punto fijado por la navegación del día siguiente según la bitácora.
El 15 de agosto el Almirante divisó tres islas, dos de ellas pequeñas, bajas y áridas (las actuales Coche y Cubagua), separadas por un canal de una tercera, mayor, cubierta de vegetación y poblada de indígenas que la llamaban Paraguachoa, vocablo que significa “peces en abundancia” y según otros estudios “gente de mar”. Colón bautizó la isla con el nombre de La Asunción, por haber sido descubierta en la fecha en la cual se celebra la Asunción de María.
Colón escribió en su carta a los reyes: «yo jamás leí ni oí que tanta cantidad de agua dulce fuese así adentro e vecina con la salada; y en ello asimismo la suavísima temperancia. Y si de allí del Paraíso no sale, parece aun mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan fondo». Y prosigue el Almirante: «Yo creo que éste es un gran continente, desconocido hasta hoy, pues de él desemboca una gran cantidad de agua dulce, y por otra parte que sobre la tierra hay seis partes de tierra firme por una de agua». (Relación del Tercer Viaje por don Cristóbal Colón).
Después de recorrer el Golfo de Paria o de la Ballena (nombre colocado por el Almirante), tomó rumbo a La Española, donde la situación era adversa para sus intereses y hostil para su familia. Un grupo de pobladores, encabezado por el alcalde mayor Francisco Roldán, se había rebelado contra la autoridad de Bartolomé Colón, replegándose al interior de la isla. Ante la gravedad de los hechos, el Almirante recién llegado resolvió negociar con los sediciosos, cediendo a sus pretensiones de contar con indígenas para su servicio personal. Asimismo, el poco oro encontrado hasta entonces no satisfacía en nada las expectativas creadas por el Almirante.
El escenario complicado en la isla rápido llegó a oídos de los reyes. Abundaban las quejas contra la forma en que los Colón manejaban los asuntos administrativos y en vez de aportar dinero a las arcas reales, la isla sólo demandaba gastos. En virtud de esto, la corona envió al juez pesquisador Francisco de Bobadilla, que arribó a Santo Domingo, el nuevo enclave español en esta isla, el 23 de agosto de 1500. El funcionario procedió a detener a Cristóbal Colón, y a sus hermanos Bartolomé y Diego; y los embarcó encadenados a España en el mes de octubre, a donde arribaron el 25 de noviembre. Al poco fue liberado por orden de su Majestad Isabel la católica, pero antes debió renunciar a sus derechos y títulos de Almirante de la Mar Océana y de Virrey de los territorios descubiertos en el Nuevo Mundo.
La estrella del Almirante comenzaba a apagarse. Su magnífica hazaña, su valiente audacia en una travesía impresionante pronto fue eclipsada y considerara una monstruosidad. La historia sesgada se encargaría también de ocultar que, tras el descubrimiento de un nuevo mundo, el almirante terminaría arruinado, derrotado en su humanidad y en el ocaso, sepultado, sin aspavientos en una modesta cripta.
Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y escritor
TW / IG @LuisPerozoPadua