La palabra es un bien social; me une a los demás. La palabra es un bien peligroso porque en ella expresamos nuestros sentimientos, es una manera de hacernos sentir y de confesarnos. Desde todos los ángulos es independiente, pero compromete al usuario tanto en la exposición: habla; como en la recepción de la audición. Decir es nombrar. La palabra es el instrumento de nombrar; oír es escuchar. La palabra es el instrumento para la audición. El habla es el medio que se oye. Hablamos porque tácitamente entendemos que estamos ante un oyente. Oímos porque tácitamente la palabra es auditiva. Entendemos que para hablar debe haber un otro como receptor, pero también otro como expositor. Somos expresión de la palabra y audición de esa expresión. La palabra es un instrumento cuya expresión es también audición. El oírnos torna en diálogo lo que hablamos porque nos decimos, a la par que decimos para el otro.
La palabra es un medio y un bien de todos. Es peligrosa porque al nombrarla estamos enjuiciando y el juicio tiene una valoración tanto para quien la expresa como para quien la audiciona. Hay un aspecto de la palabra que los hablantes ignoran. La palabra se desarrolla en el tiempo, pero el tiempo suyo es el tiempo de quienes la nombran y la auditan. El tiempo acompaña su emisión y su audición.
Se nos dio la palabra como un bien particular y social. Todos la necesitamos; debemos aprenderla, conocerla y usarla. No se desgasta y está en nosotros toda la vida. ¿Dónde la guardamos? Es un secreto para el hablante. Sólo cuando se la nombre se exterioriza, pero no es un recurso almacenable; somos en este sentido su almacén. Es un medios ideal que se manifiesta cuando el silencio es una puerta que impide
Su manifestación. Hablar es hacer uso de la palabra como medio para exteriorizar lo que los sentimientos en el momento, en la circunstancia, nos pautan. Son dones de ese peligroso medio que es la palabra. Callar no es su consigna.
Carlos Mujica
@carlosmujica928