China se expande a una velocidad pasmosa, y está próxima a convertirse en la primera potencia económica del planeta. El país apuntó primero a la exportación de bienes manufacturados; luego a industrias intensivas en mano de obra (textil, confección y electrónica), y más tarde a industrias pesadas y tecnologías de punta, además del especial énfasis a la infraestructura. De ser la fábrica del mundo, China es hoy un país fuerte en tecnologías de vanguardia, como la inteligencia artificial y las 5G, rivalizando con Estados Unidos. La guerra fría entre ambos países iniciada por Trump no fue pues de carácter comercial sino tecnológica, pues Estados Unidos percibe que China puede aventajarlo en esa carrera, en ocasiones usando conocimientos de su país; por ello, la industria electrónica y de comunicaciones de ambas naciones se ha ido desligando con tecnologías propias.
Si China recupera el ritmo de crecimiento de su economía a niveles del 6 o 7% interanual (este año crecerá por encima del 8%), y Estados Unidos mantiene tasas del 2 o 3% como ha sido el promedio histórico, los analistas consideran que hacia el año 2050, China podría duplicar el tamaño de la economía de Estados Unidos, con lo cual la geoeconomía cobra un papel más relevante en las realidades planetarias. Los rivales principales en el mundo son pues Estados Unidos y China, no ya la Rusia soviética como en el pasado, pues si bien Rusia es una potencia militar y energética, no lo es en lo económico, ya que el tamaño de su economía es apenas la décima parte de la economía china. Rusia tiene sí intereses geopolíticos en su propósito de hacer sentir su peso a Europa como principal proveedor de gas, y enfrentar a Estados Unidos apoyando a gobiernos totalitarios en el mundo para alinearlos en su contra, contribuyendo a debilitar su ya mermado liderazgo.
Mientras China asume paradójicamente la defensa del libre comercio y del multilateralismo, pues le conviene, en la era Trump se hizo todo lo posible por afectarlo, mientras otro país emblemático para el liberalismo económico, el Reino Unido, abandonó la Unión Europea a raíz del Brexit, proceso claramente negativo para ambas partes, pero más para los británicos, que regresan a su condición insular, más aislados del continente. Por su parte, China acomete un fuerte plan de inversiones en África, Asia y América Latina, no solo para asegurar el abastecimiento de materias primas vitales para su desarrollo, como lo son la energía, minerales y alimentos, sino materiales cruciales para la fabricación de baterías, como lo es el litio, sobre el cual descansa el futuro de la transición energética hacia fuentes renovables, y la construcción de las baterías para los automóviles eléctricos.
De esa forma, y los ambiciosos proyectos de infraestructura en la llamada Nueva Ruta de la Seda (“One Belt One Road”) en más de 70 países, y la creación de un Banco de Inversión en Infraestructura en Asia, China logra no solo recrear la milenaria Ruta de la Seda para ampliar sus mercados en el mundo, sino para ganar en influencia, pues la mayoría de las obras, puertos, autopistas, trenes de alta velocidad y aeropuertos, están siendo financiados con préstamos que deben ser honrados por los países recipiendarios. Entre tanto, Estados Unidos y Europa no terminan de definir estrategias necesarias para el mundo en desarrollo, donde campean la pobreza y el desempleo, dejando el terreno abonado a tendencias extremistas que debilitan las democracias liberales en esa parte del globo. A manera de ejemplo, China rehabilitó en una semana el aeropuerto de Kabul, Afganistán, sin costo para ese país, en una clara demostración de audacia y capacidad de ejecución.
En los planes de China hay otros hechos que merecen destacarse: El programa de mediano plazo prevé un crecimiento del 7% anual, que sus exportaciones contengan alta tecnología en 50% y posicionar 50 empresas transnacionales, 500 empresas medianas y 5.000 Pymes en el mercado. De otra parte, China incentiva la inversión extranjera con menores cargas tributarias, se propone a fortalecer su mercado interno tras reducir sustancialmente los porcentajes de pobreza (unos 500 millones de personas), y se propone reestructurar su economía interna y la economía tradicional, amén de continuar impulsando sin pausa la ya asombrosa modernización de su infraestructura. En 2019, año de la prepandemia, se establecieron en China 27.900 nuevas empresas con una inversión extranjera de US$ 126.000 millones (incrementos de 5 y 4%), en tanto que la inversión de China en 164 naciones del mundo ascendió a US$ 170.000 millones (+ 44%).
El proceso de urbanización de China ha sido acelerado. La población urbana se ha quintuplicado en los últimos 40 años, llegando a 813 millones de personas, de los cuales 250 millones son considerados “de segunda clase”. China planea convertirse en un país de 19 super regiones o “clusters”, que aglutinarían 9/10 de la actividad económica. La red de autopistas y trenes de alta velocidad estimula a vivir en ciudades a una o dos horas, de menor costo de vida. Así, la región Jingjinji cercana a Beijing tiene ya cinco líneas de trenes de alta velocidad. En 2020 serán 12 líneas interciudades más, y 9 más en 2030. Nanjing al este de Shanghai ha abierto sus puertas a graduados universitarios, y está en construcción Xiong´an, nueva ciudad para aliviar la presión en Beijing. Se trata de congelar ambas ciudades entre 22 y 25 millones de habitantes. El concepto es que la aglomeración aumenta la productividad entre 2 y 5%, como lo muestra el caso de Yangzi, en la cual la misma se ha incrementado en 6%. Se ha flexibilizado además la política de un solo hijo, para atacar el problema del envejecimiento poblacional.
De otra parte, los espacios dejados por Trump en virtud de su política de ensimismamiento, han sido hábilmente aprovechados por China, no solo a través de las inversiones en el mundo en desarrollo y de la Nueva Ruta de la Seda, sino al impulsar la firma del mayor Tratado de Libre Comercio del mundo, la llamada Asociación Económica Integral Regional (RCEP por sus siglas en Inglés), que agrupa a los diez países de la ASEAN (sudeste asiático): Singapur, Tailandia, Indonesia, Filipinas, Malasia, Vietnam, Myanmar, Camboya, Brunei y Laos, junto a países tan importantes como la propia China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. Dicho acuerdo, ya suscrito y en proceso de ratificación, potenciará aún más el desarrollo de la región Asia-Pacífico. India decidió no participar de dicho acuerdo, por razones de orden interno, pero si en algún momento se incorporara, como quedó abierto, el RCEP aglutinaría cerca de las dos terceras partes del PIB mundial.
En suma, el dragón chino continúa avanzando a pasos de gigante, y acrecentando su influencia en el mundo, eso sí, sin concesiones relevantes en cuanto a libertades políticas y derechos humanos, pese al énfasis destacado por el presidente Biden. Cuatro aspectos en materia internacional siguen siendo especialmente sensibles en el caso de China: el respeto al régimen autonómico de Hong Kong, crecientemente vulnerado; la situación futura de Taiwán y las pretensiones chinas sobre dicho territorio; la persecución a la etnia musulmana Uigur, que tanto preocupa a la comunidad internacional; y las expansiones militares en el Mar Meridional de China. A ello agregaría mi apreciación personal sobre la inconveniencia de que ese país continúe brindando apoyo a regímenes despóticos en nuestra región: Venezuela, Cuba y Nicaragua, considerando que la mejor apuesta para un país milenario como China debe ser impulsar relaciones crecientes y de largo plazo con las naciones y pueblos de la región, y no con regímenes totalitarios que tendrán su fin, y pueden dejar heridas o resentimientos que pudieran afectarlas.
Pedro F. Carmona Estanga