Este martes 21 de septiembre terminará la impresión de la novela Puerto Nuevo, escrita por el poeta y periodista Ernesto J. Navarro, quien se ha caracterizado por sus crónicas periodísticas, que han traspasado las fronteras de nuestro país.
La obra de 110 páginas, está siendo editada en Colombia y será distribuida a las librerías de Bogotá, Cali, Neiva y Medellín.
Su autor ha recibido esta semana una llamada telefónica de la editorial El Perro y la Rana, del Ministerio de la Cultura, para solicitarle su incorporación al catálogo de publicaciones, que se va a hacer para la Feria Internacional del Libro, la cual tendrá lugar en Caracas, en noviembre. Esto quiere decir que la novela será leída primero en Colombia y después aquí.
Entiendo que el interés de esta editorial es publicar libros de bajo costo, para hacerlos más accesibles a los lectores, dice Navarro cuando es entrevistado por Elimpulso.com.
De tránsito y permanencia
Puerto Nuevo, explica, fue uno de los campamentos petroleros de Lagunillas, estado Zulia, que se formó durante la fiebre del petróleo y de la noche a la mañana, se convirtió en una pequeña Babel.
Fue un destino para mucha gente que, tras el sueño de nuevas vidas, se hicieron obreros y muchos terminaron anclados en ese sitio.
Hay rasgos culturales que, sociológicamente, han sido estudiados acerca de los campamentos petroleros.
Eran muy distintivas las personas cuando llegaron a esos lugares: al principio, se consideraban transeúntes y sembraron las plantas en materos porque pensaban que no se iban a quedar. Y de las que se quedaron, cuando surgieron las segundas generaciones, ya lo hicieron en la tierra.
Raíces campesinas
El abuelo materno del escritor, Germán, era de Churuguara, estado Falcón, y su abuela, larense, de El Empedrado, municipio Torres. Se fueron a Lagunillas por obra del destino al haber quedado sin casa, sin siembras y sin animales.
Aquella época, acota, era de muchos privilegios en los campos petroleros, alcanzados en gran parte por las conquistas reivindicativas de los trabajadores y éstos tenían condiciones diferentes a los del resto del país.
A mi me crearon con la conciencia de que veníamos de la tierra, remarca en sus declaraciones. A pesar de vivir en un campamento petrolero, mi abuelo materno tenía la costumbre de sembrar en el patio de la casa, la cual era de la misma característica de las demás porque las viviendas petroleras eran uniformes. Tenía matas de plátanos, frutales y medicinales.
Vivieron mis abuelos maternos todo el tiempo en la última calle de Puerto Nuevo, que era multicultural. Sus vecinos, los Gómez, venían del sur del Lago; al lado, unos andinos; después un italiano, que había huido de la segunda guerra mundial; luego, unos procedentes de Isnotú; otros de Falcón, otros andinos y unos de Nueva Esparta. Probábamos comidas de todas partes porque ellos compartían con todos y escuchábamos sus historias. Algo del espíritu de esa gente hay en la novela.
El gusto por la lectura
Revela Navarro que a las mujeres de su familia les encantaba la lectura. Y entre ellas, su madre, Carmen, les leía extensas obras todas las noches, por lo menos un capítulo, antes de que se durmieran sus hijos. Y su abuela contaba las historias de aparecidos y espantos.
Mi madre fue quien me acercó a la lectura, confiesa. Y comencé muy joven, antes de los 16 años, a escribir por el placer de hacerlo.
Y fue uno de sus amigos el que lo ayudó a interesarse por el periodismo, ya que le dijo que si escribía para los periódicos tendría la oportunidad de que le publicaran.
Comenzó escribiendo poesías y logró que le publicaran dos poemarios y estudió comunicación social en la Universidad Cecilio Acosta.
Ya como periodista, no sólo cumplió actividades reporteriles, sino que coordinó páginas y tuvo la fortuna de trabajar, en Maracaibo, con uno de los más reconocidos cronistas periodísticos de Colombia, Luis Cañón Moreno, quien había sido uno de los editores de El Espectador en la época difícil y peligrosa cuando el narcotráfico había generado el mayor clima de violencia.
Cañón Moreno había sido contratado por Panorama, para hacer el rediseño del periódico y le dio estímulo, precisamente, en el género que le gustaba sentirse cómodo.
Yo siempre había escrito en un estilo que chocaba con el tradicional esquema del periodismo, asienta. La crónica se acerca más a la literatura.
Entre sus satisfacciones se encuentra haber escrito para Today, medio ruso, crónicas de gente rara de Venezuela, tales como los casos de El comegente, del Táchira; y Papillón antes de ser Papillón.
Tiene en su haber Navarro muchos premios de periodismo y distinciones que demuestran su calidad como comunicador social.
Y tras su primera novela, Navarro ahora tiene el proyecto de escribir la siguiente, que tratará la vida de seis jóvenes, entre los que se encontraba él, y tres muchachas que comenzaron a estudiar en Maracaibo y alquilaron una casa, cerca del teatro de los Niños Cantores, donde vivieron cinco años.
Al respecto evoca a Gabriel García Márquez, quien en sus memorias consideraba que la vida no es sólo lo que uno vivió, sino cómo lo recuerda para contarlo, pero en este caso serán los recuerdos de cada una de esas personas que estuvieron juntas tanto tiempo.