No soy política, ni experta en Historia de las Ideas Políticas, si se quiere, no soy experta en nada. Tal vez en fantasía. Tan sólo soy una osada que escribe sobre todo sin saberlo todo. Hecha esta aclaratoria y simplemente como ciudadana común, voy a escribir sobre el derecho al sufragio, que es lo mismo que el derecho al voto, dado que tenemos en perspectiva unas elecciones a fin de año y para las cuales, lo confieso sinceramente, no estoy preparada. No sé quiénes se presentan a elecciones ni por quiénes votar.
Voto y sufragio son palabras muy relacionadas, hasta ser sinónimos en algunas acepciones. En política, por ejemplo, se habla tanto de voto como de sufragio universal, cuando el sistema electoral no es restringido sino que permite a todos los ciudadanos elegir a sus mandatarios. También ambos términos pueden tener connotaciones religiosas. Votos son los que hacen las personas cuando se consagran al servicio de Dios; sufragio es una obra buena que se aplica a favor o socorro de las almas del purgatorio. Es decir, voto y sufragio se unen en lo humano y lo divino. Como el hombre, que tiene un cuerpo mortal, destinado a la corrupción y un alma inmortal, destinada a la bienaventuranza eterna. Es cuestión de decisión, con el voto o sufragio estamos en lo mismo: se elige una u otra persona, una u otra idea.
El voto debe haber nacido en Grecia junto con la democracia. No puede existir ésta sin el sufragio que permite la alternabilidad de los gobiernos. El voto es un acto de confianza en alguien para llevar adelante una idea, pero puede ser también de censura cuando el votante se siente defraudado por los personajes o partidos que eligió porque no cumplieron sus promesas. Desgraciadamente esta es la situación más corriente y nos desilusionamos de la democracia. Sin embargo, sigue siendo el menos malo de los sistemas políticos y nos aferramos a él.
A pesar de los pesares, tiene tanto prestigio el sistema democráticos que las dictaduras pretenden acogerse a éste aunque haciendo su grotesca caricatura. Quieren presentarse al mundo como tales buscando aprobación, pero no lo logran, no engañan con elecciones prefabricadas, sin apertura al ojo extranjero y con consejos electorales maniatados. No hay democracia donde no haya división de poderes, es su traje imprescindible, que garantiza la justicia y la paz; las dictaduras la visten de arbitrariedades que constituyen un trágico disfraz.
Las próximas elecciones han sido convocadas en Venezuela por una dictadura populista que lleva ya más de 20 años. No les veo garantía alguna de imparcialidad, claridad ni verdad. En todas las anteriores, la dictadura ha dado muestras de descalificar todo intento que le niegue su continuidad. Si ha habido algún ligero triunfo de la oposición, el régimen, tomando medidas inconstitucionales, ha sofocado el débil brote de libertad. No creo que esta dictadura haya cambiado, por el contrario, se ve robustecida ante la innegable debilidad de una ciudadanía sometida por hambre, despojo de los servicios públicos elementales e inseguridad. Si algo ha trabajado bien esta dictadura, ha sido la inhabilitación del pueblo en el empeño de desabastecerlo de todo para dejarlo abúlico, sin capacidad de reacción. La fuerza del régimen se apoya en la flaqueza del ciudadano.
He votado desde 1946 cuando se nos concedió el voto universal secreto. He animado a ejercer este derecho y deber siempre, con fe y entusiasmo, como única manera de salvar la democracia. Pero hoy no veo salida apoyando unas elecciones espurias desde su concepción hasta su ejecución. Es una farsa cómico-trágica. Votar sería un salto al vacío.
No veo ni oigo propaganda alguna de partidos, salvo la de Pro-ciudadanos y su candidato, Leocenis García, que persiste desde hace meses en la televisión. Nunca antes tuve noticias de este movimiento, de manera que deduzco que es de reciente data, pero tiene presupuesto para tan constante publicidad. Como no sé de otros, si me decido a votar, terminaré haciéndolo por Leocenis y su Pro-ciudadanos, no por sus ideas, sino por su fidelidad publicitaria. ¡Voto a sanes!, pues.
Alicia Álamo Bartolomé