Barquisimeto.- Las ciudades nacen, o son fundadas, mejor dicho, tienen su ciclo de vida en el cual crecen, se desarrollan y mueren, la mayoría se las veces, por el abandono de sus pobladores. Algunas de ellas corren con la buena suerte por el amparo y cuidado de hombres y mujeres de buena voluntad o de quienes sienten un profundo amor hacía ellas o son protegidas por el estado a que pertenecen. Barquisimeto, la capital del estado de Lara, en Venezuela, ha sido desde 1.552 cuando fue fundada por el capitán español Juan de Villegas con el nombre de Nueva Segovia en honor a la tierra chica del conquistador. Más tarde le agregaron el de Barquisimeto, lengua indígena que bautizada la turbidez de las aguas de su río. Pero esa no es la historia que queremos contar. Es la tercera o la cuarta capital más importantes del país, también rebautizada como la la ciudad musical, la crepuscular, por sus hermosos atardeceres que pintan arreboles en su límpido cielo, y la nobleza de su gente, sencilla, cantarina y bondadosa. Su crecimiento fue notable luego del proceso independentista cuando al mando del Libertador Simón Bolívar la liberó de su dependencia española a Venezuela. Sin disputar su importancia con Caracas, la capital venezolana, Barquisimeto creció en territorio y población, anexándose la región con municipios cercanos que fueron desarrollados con cierta lentitud hasta multiplicar su población.
II
La llegada del siglo XX insertó a la Nueva Segovia de Barquisimeto a la vida moderna, compartiendo los adelantos y descubrimientos de nuevas formas de vida, pero manteniendo sus costumbres heredadas de quienes les antecedieron. Lo primeros años transcurrieron dentro de un gran provincianismo obligado por gobiernos autoritarios impidiendo, como es de suponer, adelantar los procesos desarrollistas y alimentando la actividad comercial. Así nace, entonces la ciudad de los pulperos enfranelados, como se conocían popularmente los ciudadanos dedicados a ese tipo de compra venta, entre otras materias, de víveres y frutas y productos de la región. A mitad del siglo, ya Barquisimeto había cambiado con la llegada de la democracia y establecimiento de una existencia alternativa para los habitantes del nuevo siglo. Mejoró, como es de suponer, la vida de la pequeña ciudad fundada por el capitán Juan de Villegas, sin perder su identidad provinciana. Las nuevas tendencias contagiaron a los barquisimetanos de usos y costumbres y se igualaron con la actividad de la gran capital en un intercambio que todavía no sabemos si para bien o para mal, pero indudablemente fuera de contexto.
III
El ciudadano del siglo XX tuvo la oportunidad de viajar al extranjero y desde esa óptica, al conocer la formas de ingresar a la búsqueda de ideas productivas, se involucró en negocios muy atractivos; similares a los que ya funcionaban en la capital de la república. En los años 50 operaban en Barquisimeto unas 11 salas de cine, las más atractivas administradas por don Luis Gallardo, un zuliano recién llegado a la capital larense con muy buenas conexiones con distribuidores de películas mexicanas y estadounidenses. El IMPULSO, diario fundado por don Federico Carmona, La Nación, rotativo creado por los hermanos Miguel y Juan Romero se encargaban de mantener informados a la gran aldea segoviana, mientras circulaban, sin problemas, semanarios que iban desde los temas políticos y humorísticos como El Larense, de Antonio Serradas, que se ocupaba de la actividad social. En las noches, la capital encendía sus luces noctámbulas en una atractiva oferta que iba desde centros nocturnos y discotecas, restaurantes, centros comerciales con muy buena asistencia de público y los tradicionales bares para complacer a los menos pudientes.
IV
CINES: Florida, Bellavista, Lara, Barquisimeto, Concordia, Ávila, Rosal, Principal, Rialto, Unión, Bolívar, Arenas Canaima y Venezuela… Cuando llegaron los centros comerciales empezaron a operar salas múltiples, suficientes para complacer las exigencias de un público que reclamaba una mayor oferta cinematográfica. Crecía de esa manera el entretenimiento y decrecía otros, como el de los nighclubes de carreteras. Hoy la capital larense tiene muy poco que ofrecerle al visitante y al nativo, más bien se ha convertido en una ciudad hostil y hasta peligrosa y nada atractiva, a no ser por los centros comerciales Las Trinitarias, Sambil, y algunos establecimientos similares, pero más pequeños, donde se concentra un publico menos exigente. Ningún barquisimetano puede imaginarse padecer de una sequia tan brutal como la de los años 20 del segundo milenio. La administración pública ha sido incapaz de solucionar un problema tan grave como la falta absoluta del preciado líquido. Las promesas incumplidas igualan a las solicitudes. No hay explicaciones sobre este olvido, a no ser las mismas del gobierno, que culpa a daños irreparables en el sistema la ausencia de agua en las tuberías.
En síntesis, la ciudad ha perdido todo su encanto. Su estado físico es deplorable, en especial en el centro donde las invasiones a viviendas están a la orden del día, con familias enteras arriesgando sus vidas por habitar en solares inseguros, sin ninguna protección sanitaria o de otra índole, abandonados a su mala suerte, tropezando con la indiferencia de quienes les han prometido una mejor vida.
LRM