Desde hace años muchos venezolanos habían alertado sobre el peligro de “Vamos a perder el País”, significando con ello la muerte de un modo de vida montado sobre una plataforma legal, económica, social y moral inspirada en normas de convivencia democrática conquistadas en 60 años de luchas políticas.
Lamentablemente ese país que tenemos en el corazón, la memoria reciente y que compartimos en el Whatsapp ya no existe, quedan de él leyes que son letra muerta, anécdotas que sirven de ejemplo para el nuevo camino que toca emprender, recuerdos que son álbumes para levantar el ánimo y decirnos en la intimidad de nuestras casas que vale la pena luchar y construir una nueva realidad sobre el cementerio de ilusiones en que los socialistas del siglo 21 han convertido a Venezuela.
El país real, el que tenemos y donde vivimos es un foso de calamidades desconectado del estatus civilizatorio que teníamos hace apenas 20 años. En nuestro país se rompieron los puntales básicos de la estabilidad republicana y ni siquiera podemos hablar de que nos gobierna una Dictadura, porqué de una Dictadura se sale y se avanza, nosotros estamos gobernados por una Oclocracia inmoral, corrupta e irresponsable que no solamente saqueó económicamente a la nación sino que destruyó la estructura de estímulos morales que toda sociedad necesita para su evolución social, económica, cultural y científica.
En la Venezuela que tenemos, en la real no en la de nuestras añoranzas y el Whatsapp, la gente muere por falta de medicamentos e insumos básicos que en países vecinos se encuentran hasta en los centros de salud de aislados caseríos, en la Venezuela que vivimos la gente se ha convertido en un mazacote de angustia, rabia y violencia que solamente encuentra redención en los sentimientos religiosos más profundos. En la Venezuela donde estamos la calle es una zona de guerra y abandono. En nuestro país, el país real, el Estado perdió el monopolio de la violencia y por ello en las cárceles mandan los presos, en los barrios los colectivos, y para lo único que funcionan los militares y los policías es para disolver manifestaciones pacificas de ciudadanos y privar de libertad a políticos de oposición.
En la Venezuela real donde subsistimos no existe sistema de justicia porque todos los jueces, desde los que integran el TSJ hasta los de parroquia, reciben instrucciones de los líderes de la “revolución” para tomar decisiones. Aquí en nuestro país, depauperado y víctima del miedo, lo único que ha sobrevivido es la esperanza.
Perdimos el país que conocimos, el país de hace 20 años ya no existe, fue aniquilado por la insurgencia de un tanatos implacable que probablemente haya estado instalado en nuestra idiosincrasia y se encarnó en figuras deplorables o simplemente estaba escrito que de la inocencia hedonista que nos dio el petróleo teníamos que pasar a vivir el infierno actual. Pero como hemos mantenido con fuerza la llama de la esperanza y de la fe, con toda seguridad construiremos un país mejor que el de ayer y el de hoy. No lloremos el país que perdimos, hagamos suma de valentía y sigamos aferrados a la esperanza. Dios escucha nuestros ruegos y por ello el cambio está por llegar. Dios con nosotros
Jorge Euclides Ramírez