Las negociaciones iniciadas días atrás en México, en un contexto de problemas nacionales agravados y con el antecedente de varios fracasos, generan en los venezolanos reacciones diversas que van desde los extremos de desconfianza al optimismo, con muchos matices entre uno y otro. Como por definición soy partidario de buscar soluciones políticas, creo que nunca puede descartarse el camino del diálogo. Al contrario, estamos obligados a intentarlo precisamente porque siendo radicales las diferencias, ninguno de los caminos ensayados desde el poder o desde la oposición, han dado resultados.
Lo afirmo sin desconocer la dura realidad que enfrentamos, sino precisamente porque la reconozco. Además, la antipolítica, sea desde adentro y arriba o desde afuera y abajo, nunca produce logros, salvo para grupitos y por raticos. Así que ante el fracaso de las antipolíticas, hay que atreverse a dar una oportunidad a la política. Una oportunidad sincera, eso sí, sin trucos ni trampas.
Confieso que como muchos, no son pocas mis dudas ante este nuevo intento. Empezando porque advierto que ya es difícil conciliar el interés del poder en permanecer y en el campo alternativo de que no continúe, aunque la homogeneidad defensiva de los que mandan no siempre parece encontrar equivalente proporcional en el empeño de cambio de quienes se le oponen.
También formo parte de la mayoría social que quiere soluciones y que por lo mismo ve con esperanzas que los actores responsables se sienten a ver si se ponen de acuerdo. ¿Qué faltan interlocutores? Lógico, siempre es difícil sentar a todos, pero es mejor comenzar por algo que no hacerlo esperando lo perfecto.
De modo que dudo sí, pero sobre todo deseo que esta vez la cosa vaya funcionando. Porque lo que es innegable es que todos necesitamos que el juego se destranque y el país, a cuyo destino estamos irremisiblemente atados, encuentre modos para convivir y resolver, acaso por partes y gradualmente, los múltiples rincones de una crisis demasiado larga, demasiado profunda y demasiado amplia.
La comunidad internacional también quiere que la negociación funcione. La noto escéptica por las experiencias vividas, pero todos entienden que objetivamente, no hay otro camino e intentarlo sería mucho más costoso.
La imposición desde el poder ha desembocado en este cuadro terrible en que los que mandan se mantienen a costa de todo lo demás, en un precio que el venezolano, sea cual sea su opinión, es quien paga. Desde afuera, la intermitente ruta democrática, saboteada por el régimen pero no sólo por él, no ha dado la respuesta esperada como tampoco la insurrección desde la calle varias veces intentada. A esta altura, ¿Alguien cree factible la decisión externa? Así que en ese panorama de sobrevivientes sin vencedores, aunque la propaganda intente vanamente convencernos de que los hay, no queda otra que buscar en la política lo que las calles ciegas han bloqueado.
Dialogar y negociar sinceramente es una cuestión de responsabilidad. ¿Por qué? Pues porque no queda otra posibilidad real. Y no solo para la oposición y la sociedad, sino también para el poder, aunque no lo admita. ¿Para qué? Para buscar soluciones a cada problema, desde abajo la comida que no hay, la luz que se va o el combustible escaso, hasta la ausencia de una institucionalidad confiable para todos que sirva de marco a la convivencia y el progreso que hoy no tenemos.
¿Difícil? Dificilísimo. Pero necesario.
Ramón Guillermo Aveledo