Hay sucesos, ajenos a toda religión, que sin embargo me hacen recordar la famosa bendición papal, urbi et orbi (para la ciudad y el universo), el Domingo de Pascua y el 25 de diciembre. Hechos que por su divulgación mundial, en muchos casos, parecerían indignos de tal repercusión. Pero así es y esto es muy difícil de cambiar. Lo popular arrasa con lo trascendental. He reflexionado sobre esto a propósito de leer los siguientes comentarios:
Alfredo Coronil sorpresivamente escribe en su jugoso blog: Este modesto editor no pretende competir con los dos eximios colaboradores de esta página en materia deportiva, los jóvenes Alicia Álamo Bartolomé y Gustavo Coronel, pero asoma unos conceptos sobre el esplendido protector del gran portero argentino Lionel Andrés Messi. (Lo de jóvenes para referirse a Gustavo Coronel y a mí es un delicioso eufemismo u oxímoron).
Y otro de una carta de Xavier Reyes Matheus que acaba de visitar la ciudad de Trento: Curiosamente, el Concilio con el que todo el mundo asocia la ciudad no aparece demasiado recordado en las guías turísticas, aunque mi aparto-hotel se llamaba Laínez en recuerdo al gran jesuita español que destacó entre los teólogos conciliares (y cuya casa natal, en Almazán -Soria- también he visitado).
A lo cual yo repliqué, insistiendo en lo de curiosidad: Es curioso que un concilio con tanta trascendencia para el catolicismo haya dejado tan poca huella en el sitio donde transcurrió. Si Lionel Messi hubiera nacido o jugado allí, no habría hoy lugar en el planeta donde no lo supieran.
Porque el futbol es el deporte de la globalización y sus jugadores estrellas, los dioses del Olimpo, los héroes universales. Un Mundial de Fútbol acaba con toda prioridad. En España las corridas de toro dejaron de ser la fiesta nacional. Ya no hay Joselito y Belmonte o Manolete y Arruza que llenen la Plaza de las Ventas o la Maestranza de Sevilla. Vayan a buscar esas multitudes en el Bernabeu o el Camp Nu. Los trajes de luces han sido reemplazados por camisetas y shorts. Ya no es la sombra majestuosa de la muerte la que acompaña el espectáculo sino la del sucio y antideportivo foul. Los pitos en los tendidos cuando la faena del torero iba mal, son trocados ahora por los del referee para sacar una tarjeta punitiva. La sangre en la arena ha sido cambiada por un hueso roto sobre la camilla.
En estos días los canales deportivos de la televisión no se daban abastos para cubrir las lágrimas por la partida de Lionel Messi del Barsa y el entusiasmo del recibimiento en París del mismo individuo. En el Camp Nu desolación, en el Parque de los Príncipes del Paris-Saint Germain, la apoteosis. ¿Y en el corazón de Messi, qué? ¿Cuál es el sentir de verse vendido como cosa? Porque en esta operación, así se trate del mejor futbolista de éste o de todos los tiempos, seguramente no falta, como verdadera protagonista, la cuestión mercantil. ¿Cuánto pagó -y recibió el Barcelona- el Paris-Saint Germain por Lionel Messi?
El pequeño argentino, mire usted, ¡un suraca!, vino a poner de pie a dos países europeos reconocidos como eternos rivales. Porque para los franceses Europa termina en los Pirineos. Los españoles responden a este desprecio con la clásica altivez de los caballeros del Siglo de Oro y recuerdan como sacaron a trancazos del espurio trono a Pepe Botella, el hermano de Napoleón. Hoy, ambos países, unen su latinidad en el amor incondicional a un jugador de fútbol. ¡Qué deporte tan milagroso!
Aunque no sé si toda España o sólo Cataluña lloró la partida de Messi. Porque en eso de regionalistas los de la península son campeones. A lo mejor los españoles de España reían mientras lloraban los catalanes de Cataluña, éstos, obtusos empeñados en separarse del tronco, en buscar la pequeñez de la división en lugar del grandeza de la unión. Allá ellos.
Lo único cierto es que ahora el mundo entero espera la primera pateada de balón del sureño bajo su nuevo cielo parisino. Hay más ansiedad que por el fin de la pandemia. El debut de Lionel Messi en el Paris-Saint Germain será urbi et orbi.
Alicia Álamo Bartolomé