Sed de conocimientos
Lo que en mayor medida me llama la atención de este par de escritores que vivieron en dos siglos diferentes y en dos realidades históricas muy distintas y antitéticas, ha sido la intensa e inigualada sed de saber y de conocimientos que mostraron durante sus vidas. Querían saberlo todo, no había territorio del conocimiento en donde no depositaran su interés. Nada logra apagar la aspiración a conocerlo todo e hicieron cualquier cosa por lograr tan desmedido objetivo. Esto los hermana, establece un vínculo entre ellos: un anhelo fáustico desmedido. Sor Juana, alma indomable, insaciable en el saber, quiso disfrazarse de hombre para tener acceso a la universidad en aquella sociedad de marcada cultura masculina como es la cultura hispanoamericana. “Estudiaba en todas las cosas que Dios crio, sirviéndome ellas de letras, y de libro toda esa máquina universal.”
De esta manera comienza el portentoso poema Primero sueño: “soñé que de una vez quería comprender todas las cosas de que el Universo se compone; no pude, ni aun divisas por sus categorías, ni a un solo individuo. Desengañada, amaneció y desperté. Primero sueño no es el poema del conocimiento como un vano sueño sino el poema del acto de conocer. Ese acto adopta la forma del sueño, no en el sentido vulgar de la palabra sueño ni en el de ilusión irrealizable, sino en el de viaje espiritual… El viaje —sueño lúcido— no termina en una revelación como en los sueños de la tradición del hermetismo y el neoplatonismo, en verdad el poema no termina: el alma titubea, se mira en Faetón y, en esto, el cuerpo despierta. Épica del acto de conocer, el poema es también la confesión de las dudas y las luchas del Entendimiento. Es una confesión que termina en un acto de fe: no en el saber sino en el afán de saber”.
Dice Henríquez Ureña que “Le parecía preciso (a sor Juana), para llegar “a la cumbre de la Sagrada Teología… subir por los escalones de la Sciencias y Artes Humanas; porque ¿cómo entenderá el estilo de la Reina de las Sciencias quien aún no sabe el de las ancillas?” Hoy en día la Reina de las Ciencias de antaño, la Teología, ha sido desplazada de manera irreversible por una ciencia agresiva y dinámica: la Física, nueva Reina de las Ciencias Naturales, un proceso que la monja apenas podía avizorar en forma vaga e imprecisa, pues la nueva ciencia o “filosofía natural” hacía sus primeros y titubeantes progresos entonces con Bacon, Galileo y Descartes. La Teología se iba convirtiendo desde entonces en un “caserón vacío”, escribe Paz.
La poetisa novohispana tenía algún atisbo de lo que en la esfera de las ideas conducía a la modernidad. No olvidemos que el siglo XVII fue el siglo de la gran revolución científica con las eminencias que eran Newton, Huygens, Locke, Leibniz y Kepler. Pero había un serio problema en la comprensión de este proceso gigantesco del conocimiento por parte de sor Juana. Por un lado vivía en una cultura que se cierra a tales avances científicos gracias a la Inquisición y a la prohibición de estos conocimientos por parte de la Iglesia Católica, pero así y todo se leían subrepticiamente estos libros. Y por el otro es que recibe estos conocimientos a través del espejo deformante del jesuita alemán Atanasio Kircher, último representante del hermetismo en el siglo XVII, quien escribió unos libros que le harán famoso. Se le considera el fundador de una “ciencia barroca”, a medio camino entre la especulación y el acierto científico. Sus libros-dice Paz- no solo contenían hipótesis fantásticas apoyadas en una erudición libresca, sino que eran enciclopedias del saber de la época. Una obsesión le persigue hasta su muerte: la egiptomanía: quería derivar todas las civilizaciones, China, México e India, del Egipto antiguo.
En la Carta a sor Filotea sor Juana habla de una “filosofía de la cocina” y dice que “si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.” Ella descubre acontecimientos naturales en el acto de guisar. “Veo que un huevo se une y fríe en la manteca y azeite; y, por contrario, se despedaza en el almíbar; veo que, para que el azúcar se conserve fluida, hasta echarle una mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta agria…” A mi modo de ver, este acto de aguda observación de la religiosa bien puede parangonarse a una de las fases del método científico que por aquellos mismos años construía Galileo Galilei. Es una idea que se le ocurre a ella desde la experiencia culinaria y no es el resultado de un mero silogismo de la escolástica medieval aristotélica.
Luis Eduardo Cortés Riera