Este escándalo se refiere al anuncio de Jesús sobre un Pan que es Él mismo. Y los que seguían a Jesús se escandalizaron con esto.
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn. 6, 55.60-69). Nos cuenta el Evangelio que al oír esto muchos discípulos de Jesús decidieron que ya eso era “intolerable, inaceptable”. Y Jesús, lejos de ceder un poco para tratar de que sus seguidores no lo dejaran, más bien reafirma su mensaje y exige una decisión.
Los presentes no lograban entender, mucho menos aceptar, cómo los alimentaría con su propia carne. Es que, para aprovechar este alimento hay que tener fe. Y si no tenemos fe en este Pan, nos puede suceder como a Judas. Él era uno de los presentes. Y ya sabemos cómo terminó Judas. Pero ¿nos hemos dado cuenta cómo comenzó?
Este pasaje del Evangelio da a entender que Judas pudo haber comenzado a apartarse de Jesús en esta ocasión, al escandalizarse también con este Pan: “En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían en Él y quién lo habría de traicionar”.
Nuestra fe, entonces, tiene que ser firme y perseverante. No podemos hacer lo de Judas, que comenzó siguiendo a Jesús, tuvo dudas… y terminó vendiéndolo por unas cuantas monedas de plata.
No podemos hacer como el Pueblo de Israel mientras andaba por el desierto. Había escogido a Dios, pero ante cualquier problema, le daba la espalda y regresaba a los ídolos. (Jos. 24,1-2.15-17.18)
Tampoco nosotros podemos servir a Dios y a la vez servir a los ídolos modernos: las riquezas, el poder, el placer, las teorías contra la fe, los desacuerdos contra la moral y, en general, todo lo que el mundo nos vende como valioso y hasta necesario.
Esa elección que tenía que hacer el pueblo de Israel y que tuvieron que hacer los seguidores de Jesús en el momento de su discurso sobre el Pan Eucarístico, se nos presenta también a nosotros. Y Cristo podría preguntarnos lo mismo: “¿También ustedes quieren dejarme?”. Y nuestra respuesta no puede ser otra que la de Pedro: “¿A dónde iremos, Señor, si sólo Tú tienes palabra de Vida Eterna?”.
Seguirlo a Él, entonces, significa optar por Él en cada circunstancia de nuestra vida. No basta elegirlo una sola vez y después irnos desviando: nuestra elección tiene que ser constante y permanente. Y esa elección hay que renovarla continuamente, en especial ante las disyuntivas difíciles.
Y Jesús quiere que creamos sin tener pruebas. En eso consiste la Fe. Sin embargo, suceden milagros eucarísticos que muestran hostias consagradas, las cuales resultan ser músculo cardíaco.
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Isabel Vidal de Tenreiro
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