En estos tiempos tremendos que tropezamos, bien viene algún respiro de sana emoción y de reencuentro espiritual con lo que hemos podido llegar a vencer y ser como humanos a través del esfuerzo individual y colectivo expresado a través del deporte.
Me refiero a la tan pasajera brisa de ilusión, que fue competitiva en el digno esfuerzo de tensión y alegrías, que nos ha dejado la vivencia de los juegos olímpicos de Tokio, que pudieron realizarse con éxito, asumiendo innumerables riesgos, contra todo pronóstico.
En cascada irrefrenable de imágenes y sentimientos, hemos sido bombardeados por millones de instantes que nos han provocado atención, sorpresa y alegrías. Intensidades profundas, que dormidas en el fondo de nuestros corazones, frágiles y humanos más que nunca, no encuentran respiro en el tóxico mundo que nos rodea.
Y los juegos, que eso son, han servido de estimulantes para romper con la rutina de nuestros desencantos; esa, la interminable rueda que se anula al dar vueltas sobre sí misma sin conseguir avanzar más allá de su propia e interminable sombra.
El deporte, el amor, el arte y la educación, constituyen cuatro dimensiones del ser y del hacer humano donde confluye la fuerza y el orgullo vital de la humanidad y su razón de ser fundamental. Son ellas cuatro entrelazadas semilla fértil en calidad, cantidad y calidez, sobre las cuales apoyarse para sembrar cualquier proyecto de sociedad futura que pretenda otorgar felicidad al mundo que construimos diariamente.
En esta nueva experiencia olímpica vivimos y sentimos el esfuerzo de superación del ser humano por ir más allá; por alcanzar metas, corregir errores, comprender límites, aceptar derrotas, vencer riesgos, reconocerse asimismo en sus posibilidades de maduración y florecimiento; participar junto con otros en la necesidad de expresarnos en cuerpo y alma. Porque para eso el hombre inventó el juego: para conocerse a sí mismo en el divino arte de compartir.
Lástima que duraran tan poco los juegos olímpicos de Tokio que, sin darnos cuenta, en un abrir y cerrar de ojos, nos dejaron ya golosos por los que vendrán. Arreglen las maletas: ¡Nos vemos en París 2024!
Leandro Area Pereira