Todos los países tienen héroes nacionales. Unos más que otros por su enclave geográfico, histórico, político y cultural. Algunos, según su larga existencia y presencia en la historia de la civilización, tienen muchos, para dar y prestar. Otros, de reciente factura, de poca figuración en el orden mundial, tienen que buscar su héroe o se lo inventan. Casi todos los héroes provienen de batallas militares, será porque el hombre es bélico por naturaleza. Hay poca tendencia al héroe civil, pero los hay. En un país pequeño y pacífico como Costa Rica, cuando viví allá, hace más de 80 años, tenían un pequeño héroe, Juan Santamaría, cuya fiesta era el 11 de abril, si mal no recuerdo. Era simplemente un muchacho corneta del ejército que había enfrentado a otro del país vecino, supongo, porque el único enemigo, que yo sepa, de Costa Rica, es Nicaragua: tienen un pleito perenne por los límites de un río. Por otra parte, como pueblos, ¡son tan diferente los ticos de los nicos! Éstos son más parecidos a nosotros, los venezolanos, hasta por la manera de hablar. Las fronteras, artificiales o no, sí llegan a establecer diferencias. Cabe destacar que Costa Rica no podría tener hoy un héroe militar: no tiene ejército.
Digo que los países tienen que buscar su héroe porque es necesario. Un héroe es una figura a quien seguir, un modelo, una suerte de tótem psíquico-espiritual que ayuda, a través del ejemplo de su conducta, a construir una nación. Los latinoamericanos lo sabemos hasta la saciedad. Todos los países de América tienen su tótem heroico. En el caso de Venezuela, el culto a Simón Bolívar ha llegado a empalagarnos. El bolivarianismo corre hoy hasta por las cloacas. Al Libertador, como he escrito otras veces, hay que meterlo en un baño de lejía para que vuelva a ser lo que fue. Mientras tanto, necesitamos otros héroes y Dios, generoso y consolador, nos los está dando, no en campos de batalla sino en la arena deportiva. Demos gracias y cantemos a estos nuevos héroes que vienen a aliviar nuestras penas de país en bancarrota.
El consuelo ha venido de las retrasadas Olimpíadas de Tokio, que son las de 2020 pero corren en 2021, por ese trastorno orbital que trajo el coronavirus. Nos proporcionó el primer aliento el pesista Julio Mayora y su medalla de plata. También de plata la del ciclista acrobático Daniel Dhers. Gracias a ellos y a su esfuerzo pertinaz por buscar la perfección en su disciplina. Si no llegaron al oro lo merecen igualmente, como todos los que buscan una meta en esta justa. La triple saltadora Yulimar Rojas lo alcanzó y le sale párrafo aparte. Cuando esto escribo, no sé si otros atletas venezolanos han ganado medallas, pero lo logren o no, sé que las merecen por empeño deportivo y afán de poner en alto el pabellón venezolano.
Venezuela entró en sístole cuando vio por las aires el pájaro con piernas como alas…, y cayó en diástoles al descender aquel prodigio en la arena, superando todas la metas. Un ballet de segundos en el espacio y un aterrizaje en la gloria. Yulimar Rojas, a una Venezuela abúlica y desesperanzada, le devolvió el alma. Confieso que lloré y sigo llorando con una emoción incontrolable que me embarga; pero no he sido sólo yo, otras personas han experimentado lo mismo. Yulimar ha venido a colmar esta urgente necesidad de héroes de una patria que ha visto partir, en procesión sostenida, a lo mejor de su juventud y se ha quedado con el dolor y la soledad de corazones vacíos de ilusiones.
Venezuela muere, pero una generación nueva de sus hijos viene a resucitarla. Si hoy en el campo deportivo, mañana será en el arte y la ciencia, dentro o fuera del país. Esto tiene que llevar a un renacimiento político. Que nadie se apropie ahora de los éxitos obtenidos. No son de este régimen que nada tiene de positivo en su haber, sólo hambre persecución y muerte. Todo esfuerzo que haga en aplaudir, homenajear y premiar a nuestros atletas triunfadores, será un sainete grotesco. Ignorémoslo y pasemos a la excelsa plenitud de la verdad.
Todo en Yulimar es músculo tenso. Con su salto, paraliza al viento que se queda extasiado mirando el inusitado vuelo. Está suspendida en el aire en un arabesco de brazos y piernas. Cuando vuelve a tierra ha superado todos los récords. Su actuación valió oro, pero es nuestra venus de bronce.
Alicia Álamo Bartolomé